China está decidida a ocupar un papel protagonista en el mundo. Y da igual que para ello tenga que remodelar el orden internacional establecido. Su presidente, Xi Jinping, lo dejó claro (y por escrito) en 2017 cuando, tras renovar su cargo, anunció el inicio de "una nueva era" orientada a convertir el país "en una gran nación socialista moderna".
La ambición no es nueva. Al menos si se tiene en cuenta que, en los años 60, la voluntad de Mao Zedong con la iniciativa Gran Salto Adelante —que provocó una de las mayores catástrofes humanitarias de la historia— era convertir a la República Popular China (RPC) en una gran potencia industrial en apenas 15 años. Lo que sí es nuevo es que esa aspiración ahora supone un grave desafío (aunque todavía no una amenaza) para "los intereses, la seguridad y los valores" de Occidente.
Esa es una de las principales conclusiones que se recogen en el nuevo Concepto Estratégico elaborado por la OTAN en la cumbre de Madrid. Un marco de actuación para los próximos años en el que Rusia aparece como "la principal y más inmediata amenaza" y China como un rival al que no perder de vista.
"La RPC utiliza una gran variedad de herramientas políticas, económicas y militares para aumentar su huella global y proyectar poder, mientras mantiene opacos su estrategia, sus intenciones y su desarrollo militar", señalan en el documento los 30 jefes de Estado y de Gobierno de los países miembros de la Alianza.
Unas acusaciones que han molestado a China, que ha acusado a la organización de atacar y difamar maliciosamente a una organización que, señala un portavoz chino, "busca crear enemigos y fomentar la confrontación de bloques". Sin embargo, las preocupaciones de la OTAN están lejos de ser infundadas.
De arma económica a geoestratégica
Para empezar porque convertirse en una potencia económica es y ha sido siempre una prioridad nacional para China. Desde que el anterior líder chino Deng Xiaoping impulsó en 1978 la apertura comercial del país, este ha sido uno de los que más se ha beneficiado de la globalización, llegando a convertirse en el mayor exportador del mundo, según la Organización Mundial del Comercio.
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Es este modelo basado en las exportaciones (y en las inversiones) lo que durante años le permitió que el crecimiento de su economía estuviera entre los más elevados del mundo, con la famosa tasa media anual de 10%. Incluso en 2021, cuando registró una caída en el último trimestre, el PIB interanual de China aumentó un 8,1%, el mayor ritmo registrado en la última década, según la Oficina Nacional de Estadísticas.
Esta carrerilla le ha otorgado al país una ventaja geoeconómica que ahora busca convertir en un arma geopolítica. Y eso es, precisamente, lo que la OTAN mira con recelo. Para la organización, China utiliza su influencia económica para "crear dependencias estratégicas y mejorar su poder". Una estrategia que ejecuta "controlando sectores tecnológicos e industriales clave, infraestructuras críticas, materiales y cadenas de producción estratégicos".
China ha utilizado sus lazos económicos internacionales como parte de una estrategia de diplomacia coercitiva
Lo cierto es que, a pesar de que China afirma seguir una política exterior "independiente, de paz", el país asiático ha utilizado en varias ocasiones sus lazos económicos con otros países como parte de una estrategia de diplomacia coercitiva.
Basta recordar cómo desde 2010 y hasta 2014 Pekín frenó la exportación a Japón de tierras raras, un grupo de elementos químicos esenciales para desarrollar tecnología como teléfonos o semiconductores. No se trata de una industria cualquiera, sino una en la que China controla el 90% de la fabricación mundial. En su momento, Pekín alegó motivos medioambientales, pero lo hizo en plena oleada de tensión por la soberanía sobre las islas Senkaku/Diaoyu.
China sabe que tiene un papel esencial en las cadenas de suministro globales. Esta dependencia, que quedó constatada no sólo durante la guerra comercial con EEUU, sino también con las crisis de suministro global postpandemia, es también la que ayuda a Xi Jinping a mantener a flote su régimen autocrático en el tablero internacional.
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Rearme nuclear
Además de utilizar el comercio como mecanismo de presión, China cuenta con un potente arsenal nuclear como herramienta de disuasión. De hecho, el gigante asiático, una de las nueve potencias mundiales con capacidad nuclear, se encuentra en plena expansión, de acuerdo con el último informe del Programa de Armas de Destrucción Masiva del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI).
Hay informes del Pentágono que sugieren que China planea multiplicar por cinco su arsenal nuclear de cara a 2030, hasta alcanzar las 1.000 cabezas nucleares. Otros, como los del SIPRI, indican que las imágenes de satélite muestran cómo se están construyendo más de 300 nuevos silos de misiles. En cualquier caso, lo cierto es que China no da información sobre su poder militar y eso también preocupa a la OTAN.
"Está ampliando su arsenal nuclear y desarrollando sofisticados sistemas de lanzamiento sin aumentar la transparencia y sin participar de buena fe en el control de armas y la reducción de riesgos", señala el Concepto Estratégico.
Precisamente, en sofisticados está la clave, porque además de aumentar su armamento nuclear y convencional, también lo está modernizando. Con una inversión en defensa de 293.000 millones de dólares en 2021, China es el segundo país del mundo con mayor gasto militar. Y podría llegar a escalar un puesto si se tiene en cuenta que su presupuesto en defensa lleva aumentando 27 años consecutivos, según datos del SIPRI.
Rusia y China, ¿aliados o socios?]
Rusia es para Occidente la mayor amenaza en materia de seguridad. Por eso, cualquier acercamiento a Putin provoca desconfianza. Sobre todo si se trata de una "profunda alianza estratégica", que es lo que la OTAN define que existe entre China y Rusia, que se apoyan para "subvertir el orden internacional basado en reglas".
El ministro de Defensa chino, Wei Fenghe, dijo que la relación de Pekín con Moscú no era en calidad de "aliados", sino que se reducía a ser "socios importantes". Afirmó además que "nunca ha suministrado material" al Kremlin desde febrero de 2022.
No hay datos que invaliden esta declaración, pero sí evidencias de que Xi Jinping se ha convertido en salvavidas para Putin. Y es que Rusia ha encontrado en su socio una manera de compensar las pérdidas de ventas de petróleo provocadas por las sanciones europeas.
De acuerdo con los últimos datos de la Administración General de Aduanas recogidos por la agencia Efe, Rusia se ha convertido ya en la principal fuente de petróleo de China, por encima de Arabia Saudí. Sólo en mayo, el país asiático aumentó sus importaciones de crudo un 54,84% respecto al mismo mes del año anterior.
Taiwán, foco de inestabilidad
Esta relación comercial es perjudicial para los aliados, pero mucho peor sería que estallase una nueva guerra. Desde que Rusia invadió Ucrania, las tensiones entre China y Taiwán, territorio autónomo que Xi Jinping reclama como suyo, no han dejado de crecer.
De hecho, desde mayo la RPC está enviando aviones de combate a la isla para realizar maniobras. Unos movimientos que hay quienes consideran la antesala de un conflicto que desestabilizaría el orden mundial y supondría un peligro directo para los cuatro socios de la OTAN en el Indo-Pacífico: Corea del Sur, Japón, Australia, Nueva Zelanda.
Y es que hay quien considera que el mandatario chino observa el desarrollo de la guerra en Ucrania como si fuese una prueba piloto. Sobre todo porque no es la primera vez que Xi Jinping sigue los pasos de su homólogo ruso.
Durante la pandemia del coronavirus, China siguió las tácticas rusas de desinformación. Sobre todo, según señala en un informe Mira Milósevich-Juaristi, investigadora principal del Real Instituto Elcano experta en Rusia, las relacionadas con el uso de canales oficiales, medios de comunicación y redes sociales para difundir propaganda y teorías conspirativas.