El 8 de enero de 2023. Ese es el día elegido por el gobierno de Xi Jinping para reabrir su país a los viajes desde el extranjero. Después de tres años de encierro casi absoluto (se calcula que el aeropuerto internacional de Beijing recibió en noviembre de este año el 6% de los vuelos que había recibido el mismo mes de 2019), China ha relajado las restricciones anti-Covid lo suficiente como para hacer medianamente atractivo el viaje por razones no perentorias.
Adiós a las cuarentenas de hasta dos meses, adiós al control médico constante. A partir del día 8, bastará con una PCR negativa 48 horas antes del viaje para poder entrar sin problemas en el país.
La medida llega en el contexto de la relajación de la llamada “política de Covid cero”. Una relajación que ha venido acompañada de millones de nuevos casos en las últimas dos semanas y serios problemas en el acceso a los medicamentos y a las urgencias hospitalarias.
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Es muy complicado saber con certeza el alcance de esta explosión de contagios pues China informa tarde y mal de los mismos. Al igual que sucediera en enero de 2020, cuando la información oficial chocaba con las imágenes que llegaban de las calles vacías del país o incluso con la construcción a toda prisa de complejos hospitalarios, las cifras que nos llegan ahora de China no se adecúan con las noticias que recibimos de allí ni con las previsiones de los expertos.
Por poner un ejemplo, China solo ha reconocido la muerte de ocho personas por Covid-19 durante el último mes. Incluso teniendo en cuenta que el gobierno ha decidido distinguir las muertes “por” Covid de las muertes “con” Covid (algo que, por otro lado, se ha hecho en varias comunidades autónomas españolas, incluida Madrid), la cifra es escandalosamente baja en un país con mil cuatrocientos millones de habitantes. Es cierto que siempre hay un decalaje entre los contagios y los fallecimientos, pero siete en un mes no parece un número realista.
Tampoco lo parecen los cálculos alarmistas que hablan de un millón de fallecidos en esta ola. No los habrá. Ni por Covid ni con Covid ni nada por el estilo. Esos estudios hablan solo de la posible extensión de la enfermedad si no se toma medida alguna por detenerla… y siempre se toman medidas, por supuesto, así que la virtud y la verdad se encontrarán, como es habitual, en un punto medio.
Búsqueda de la unión
Sea como fuere, si China se abre después de tres años, es porque considera que está preparada para hacerlo. Nadie quiere dar una imagen terrible de su propio país y mucho menos lo quiere Xi Jinping, que lleva diez años construyendo una versión poderosa de China como país moderno, unido y relevante en las esferas internacionales.
Xi, gran triunfador de la pasada cumbre del G20 y pieza clave en el tablero de las luchas entre Rusia y la OTAN, ha renunciado al perfil bajo internacional de sus antecesores y se ha erigido en una enorme figura dentro de la geopolítica mundial. Parte de ese éxito tiene que ver con su contundencia en la política interior, eliminando toda disensión y estableciendo unas medidas represivas tan eficaces que permiten resolver cualquier problema sin necesidad de imágenes dantescas de tanques por las calles.
Durante estos tres años, Xi ha conseguido que China esté más unida que nunca en torno a su persona. El XX Congreso del Partido Comunista Chino del pasado mes de octubre fue una demostración de poder jamás vista desde los tiempos de Mao. No solo por el hecho de que Xi consiguiera un tercer mandato, algo prohibido hasta la fecha, sino por su mensaje de reprobación a los líderes anteriores: el recientemente fallecido Jiang Zemin y el sospechosamente evacuado en pleno congreso, Hu Jintao.
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En estos tres años, Xi ha utilizado todo tipo de medidas de manual para afianzar la posición del partido y del estado en la sociedad. De entrada, las propias medidas de Covid cero le sirvieron para reprimir en la práctica cualquier intento de protesta. Justo cuando los estudiantes de Shanghai o Hong Kong empezaban a rebelarse pidiendo mayor libertad, las cuarentenas sirvieron para aplacar los ánimos y mantenerlos durante meses en casa sin comunicación con el exterior.
En ese sentido, y más allá de las razones sanitarias, es imposible no ver en la cerrazón de Xi a abrir antes el país un profundo componente político.
Aparte, ha consolidado su poder mediante la consolidación de un enemigo exterior (Taiwán, cuya anexión parece un objetivo inmediato) y ha reprimido las últimas protestas en Beijing y en Guangzhou mediante el uso de avanzada tecnología de reconocimiento facial y geolocalización de señales de móviles. De esta manera, descabezar a los líderes de cualquier intento de movimiento organizado ha sido tan fácil como llamar a su puerta, sin necesidad, como decíamos, de imágenes grandilocuentes que pudieran dar la vuelta al mundo, como sucedió en tiempos de Deng Xiaoping.
La excusa perfecta
Hay quien ve en esta apertura una cesión del gobierno ante las protestas. Puede que así sea. Lo que no se intuye es debilidad. En primer lugar, estas medidas, tarde o temprano, tenían que llegar y cuando lo hicieran, lo harían con consecuencias inevitables dado el alto número de ancianos que se han negado a vacunarse. En segundo lugar, si la cosa se desmadra y los contagios se descontrolan, el gobierno siempre puede decir “os lo avisamos”.
Al fin y al cabo, fue el gobierno de Xi el que recomendó las vacunas y fue el gobierno de Xi el que forzó las cuarentenas. Dar una mayor libertad justo después de unas manifestaciones pidiendo dicha libertad es una buena manera de lavarse las manos o incluso, en un momento dado, de justificar una marcha atrás.
Si se diera este último supuesto, entendemos que las motivaciones volverían a ser políticas y no sanitarias. No parece que vaya a hacer falta. La facilidad con la que la “revolución de los papeles” se ha disuelto en la nada da una idea del enorme poder del estado en China. Un poder que ahora Xi quiere compartir con el resto del mundo.
La noticia ha sido bien recibida en todos lados porque, previsiblemente, agilizará la importación y exportación de mercancías y permitirá un relanzamiento del turismo. Si China quiere ser un actor protagonista en el devenir del mundo -y está claro que quiere serlo- no podía permitirse seguir alejado de ese mismo mundo que pretende custodiar.
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