Cuando el presidente ruso, Vladímir Putin, y el líder chino, Xi Jinping, presumieron de su "amistad sin límites" el pasado febrero, les envolvía un aura de poder. Ambos se presentaban ante el mundo como un bloque cohesionado capaz de desafiar a Estados Unidos y a Occidente entero.
En estos diez meses, sin embargo, su situación ha cambiado radicalmente y la imagen que ahora proyectan ya no es de fuerza, sino de debilidad. Uno por sus constantes reveses militares en Ucrania y el otro por haber fracasado a la hora de prever e impedir el actual tsunami de contagios Covid tras más de tres años de férreas restricciones.
Desde estas posiciones, los dos mandatarios han tenido este viernes una reunión por videoconferencia para despedir el año celebrando que las relaciones que unen a sus países son "las mejores de la historia". Porque, según Putin, comparten "los mismos puntos de vista sobre las causas, el curso y la lógica de la transformación en curso del panorama geopolítico global".
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Para demostrarlo, el líder ruso ha extendido una invitación a su homólogo chino para que visite Moscú en la primavera de 2023. "Esto enseñará al mundo entero la fortaleza de los lazos ruso-chinos en cuestiones clave", aclaró.
De hecho, si Xi acepta, sería su mayor muestra pública de apoyo a Putin desde el inicio de la invasión a Ucrania. Por el momento, el líder chino no se ha pronunciado sobre la propuesta de su "querido amigo". "Estamos preparados para aumentar la cooperación estratégica con Rusia ante la situación internacional complicada y en constante cambio", se ha limitado a decir.
Y lo cierto es que parece que la percepción que tiene cada uno de los líderes está lejos de ser simétrica. Cuando estalló la guerra, el gigante asiático quiso mantenerse en un ambiguo segundo plano. Durante meses mantuvo una postura neutral públicamente mientras seguía estrechando lazos comerciales con Rusia, a quien compra ingentes cantidades de energía. En septiembre, sin embargo, empezaron a aparecer las primeras muestras de descontento.
Fue durante la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái en Uzbekistán cuando Putin dejó caer que su aliado tenía "preguntas y preocupaciones" sobre su "operación especial militar en Ucrania".
Más tarde, en noviembre, Xi lanzó su crítica más feroz: tras recibir al canciller alemán Olaf Scholz, instó a Rusia a rebajar sus amenazas nucleares. El último desaire llegó con el encuentro entre el líder chino y el presidente estadounidense, Joe Biden, durante la cumbre del G20.
Acercamiento estratégico
En este sentido, la llamada de este viernes tras meses de distanciamiento sugiere que ya no es sólo Rusia, aislada internacionalmente por su invasión a Ucrania, quien ve en China a su socio más importante. Al parecer, la dependencia, aunque desigual, es en realidad mutua.
Desde hace días, China se enfrenta a su peor brote de coronavirus tras anunciar el fin de la estricta política de "Cero Covid" que ha mantenido al país cerrado a cal y canto durante tres años. Las escenas que llegan del país asiático, con las UCI desbordadas y los pacientes abarrotados en los pasillos de los hospitales, han activado todas las alarmas en Occidente.
De hecho, países como Estados Unidos, Japón, Italia y España han decidido pedir una prueba diagnóstica negativa o el certificado de vacunación a los viajeros procedentes de China. Un varapalo al turismo que se espera que se reanude a partir del 8 de enero, cuando las autoridades chinas dejarán de exigir cuarentena a aquellos pasajeros que entren al país.
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Unas medidas que el Gobierno de China ha calificado de "discriminatorias" e "infundadas". Y es que esta situación no sólo amenaza a una economía dañada tras tres años de pandemia, sino a los intentos de Xi de recuperar terreno en el escenario mundial. En esta línea, el gigante asiático no puede permitirse perder a Rusia como uno de sus principales socios internaionales y, al mismo tiempo, tampoco está en condiciones de apoyala abiertamente y arriesgarse a las sanciones occidentales.
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