Corea del Norte redobla su campaña para evitar cualquier influencia de la cultura surcoreana en su territorio. En unas inusuales imágenes obtenidas por la cadena británica BBC a finales de enero, dos adolescentes de 16 años, esposados, son sentenciados públicamente ante cientos de estudiante, a 12 años de trabajos forzados por ver K-dramas (serie surcoreanas).
El vídeo, que se distribuyó en el hermético país asiático con el objetivo de educar en ideología, cuenta con un narrador que advierte a la ciudadanía sobre por qué deben evitar este tipo de “grabaciones decadentes”. “A pesar de tener solo 16 años, han arruinado su propio futuro”, apunta el relator. Una absoluta distopía que rivaliza con los momentos más impactantes de 1984, la obra maestra de George Orwell.
No es el único caso de castigo desproporcionado por consumir cultura extranjera en el país más hermético del mundo. Hace un par de años, según informó Radio Free Asia, un hombre fue presuntamente condenado a muerte por haber contrabandeado y vendido una memoria USB que contenía copias de la exitosa serie surcoreana de Netflix, El juego del calamar. Las consecuencias no se quedaron ahí. Un joven que compró la memoria fue condenado a cadena perpetua y otros seis estudiantes que vieron la serie recibieron un castigo de cinco años de trabajos forzados.
Después de ganar una gran popularidad a lo largo del mundo, la cultura surcoreana parece enfrentarse a su última frontera: Corea del Norte. Sin embargo, la porosa frontera norte con China está introduciendo el entretenimiento del Sur al país a través del contrabando. Gracias a este flujo clandestino, los jóvenes norcoreanos, que deben ver los dramas a puerta cerrada y con las ventanas tapadas, descubren que mientras ellos luchan por conseguir comida, la gente del Sur realiza dietas para adelgazar.
Poseer, intercambiar o ver contenido extranjero es algo que este Estado totalitario ha perseguido durante mucho tiempo. De hecho, una unidad del gobierno creada en 2004, conocida como el Grupo 109 de la Oficina de Vigilancia (Sangmu 109), practica una vigilancia casi total de todos los dispositivos electrónicos del país y ha tomado medidas enérgicas contra estas obras extranjeras, que son calificadas como ‘ilegales’.
No obstante, la creciente presencia de la cultura surcoreana se ha vuelto cada vez más preocupante para el régimen. Tanto que en diciembre de 2020 el gobierno tuvo que promulgar una nueva ley para castigar a todos aquellos que osen poseer, visionar o escuchar algún tipo de entretenimiento surcoreano. Kim Jong-un calificó al K-Pop como un “cáncer vicioso” que corrompe el “el atuendo, los peinados, los discursos y los comportamientos” de los jóvenes norcoreanos.
Según pudo saber Daily NK, un periódico con sede en Seúl, esta ley estipula que “toda persona que vea, escuche o posea películas, grabaciones de vídeo, recopilaciones, libros, canciones, dibujos o fotografías surcoreanas”, o que los introduzca y los distribuya, será condenada a entre 5 y 10 años de “reforma mediante el trabajo”. En casos graves, señala la norma, esta condena podría ser de 10 o más años. Algunas fuentes incluso aseguran que la ley podría contemplar la pena de muerte.
A la introducción de la ley siguieron meses de nuevos dictados del líder supremo norcoreano advirtiendo de la influencia exterior. En 2021, el periódico estatal Rodong Sinmun ordenó públicamente a los jóvenes no seguir la moda ni los peinados de Corea del Sur. El medio norcoreano advirtió explícitamente que una lucha ideológica y cultural puede compararse con una guerra sin disparos y que posiblemente tenga unos impactos más graves en una sociedad que una contienda llevada a cabo sobre el campo de batalla.
Las autoridades norcoreanas también han puesto un especial énfasis en fomentar la denuncia de aquellos que emplean expresiones y frases surcoreanas. La creciente popularidad de dramas y películas surcoreanas en los últimos años ha llevado a muchos jóvenes norcoreanos a utilizar términos como oppa (hermano mayor), saranghae (te quiero) y namchin (novio).
A pesar de la represión y los desproporcionados castigos, según una fuente de Daily NK, muchos son los jóvenes que hacen caso omiso de las leyes del país al seguir viendo e imitando lo que ven en el entretenimiento surcoreano. Esta popularidad también ha aumentado el número de parejas que se cogen de la mano en lugares públicos y cada vez es más frecuente ver a jóvenes besándose en la calle.
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“Por mucho que creen nuevas leyes y endurezcan los castigos e intensifiquen las medidas represivas y las restricciones, la gente simplemente finge cumplir y sigue hablando como quiere y viendo lo que quiere. De hecho, si intentan atar a la gente de pies y manos, vendarles los ojos y taparles los oídos, la gente no hace más que llenarse de descontento”, contó un joven norcoreano al medio de Seúl.
Esa es precisamente la semilla que el régimen de Kim Jong-un busca erradicar. Y es que el contenido extranjero podría fomentar el deseo de mayores libertades individuales en la vida personal y la adopción de una economía de mercado, provocando descontentos públicos que podrían transformar la realidad de Corea del Norte, una situación que el régimen intenta evitar a toda costa.
“La represión del régimen respecto de la cultura surcoreana no se limita a una ofensiva contra el contrabando y el comercio ilícitos, sino que refleja la lógica del régimen que equipara la cultura extranjera con una amenaza a su estabilidad”, explica en un artículo Seohee Kwak, profesora de la Universidad de Leiden. “Al bloquear el contenido cultural procedente de fuera de Corea del Norte, el régimen se esfuerza por cortar de raíz cualquier mayor conciencia de las libertades individuales presentada en dramas y películas extranjeras”.