La historia de Narendra Modi bien podría haber sido rodada por las cámaras de una gran producción de Bollywood. Nacido en una pequeña ciudad del estado occidental de Guyarat, Vadnagar, Modi no proviene de ninguna gran familia ni asistió a un gran colegio privado. No fue el típico niño de la élite india que fue educado en inglés. Su familia era más bien humilde. Su padre regentaba un pequeño puesto de té en la estación de tren de la ciudad, donde el pequeño Narendra ayudaba junto a sus seis hermanos.
Ahora, con 73 años, aspira a un histórico tercer mandato consecutivo como primer ministro de la India, un logro que antes sólo había conseguido Jawaharlal Nehru desde la independencia. Soltero, sin hijos y con una vida sencilla y ascética que rehúye de las posesiones materiales, Modi es un outsider de la tradicional clase política india. Pero quizás esa sea la clave del éxito de su figura.
En sus mítines, miles de personas se congregan para atender con un fervor casi religioso a un hombre que, como un mesías, promete traer la bonanza a un país donde el ascenso social continúa limitado por las castas. Él fácilmente podría constituir uno de esos casos. De una familia de una casta inferior, ha conseguido erigirse como el hombre más poderoso de la India.
Desde niño, se interesó pronto por la política y se unió al movimiento nacionalista hindú Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), una organización paramilitar de derechas que aboga por el establecimiento de una hegemonía hindú en la India. De ahí saltó en 1987 al Partido Bharatiya Janata (BJP), considerado el brazo político del RSS, un grupo que ganó prominencia en esa década al abogar por la demolición de la Babri Masjid, una mezquita del siglo XVI que, según la creencia hindú, se erigió en el lugar de nacimiento de Rama. En 1992, decenas de seguidores hindúes radicales, alentados por miembros del BJP, destruyeron la mezquita, desatando una ola de violencia sectaria que se extendió por todo el país.
Desde entonces, su carrera política fue en continuo ascenso y se granjeó una gran popularidad en el país, especialmente cuando se hizo cargo del puesto como ministro jefe de Guyarat entre 2001 y 2014, periodo durante el cual se ganó una sanción que le prohibiría viajar a Estados Unidos. La razón de esta pena habría que buscarla en 2002, cuando se produjeron los peores disturbios comunales de la India desde la partición, que se saldaron con al menos 1.000 muertos, la mayoría de ellos musulmanes. A Modi se le acusa de no haber hecho lo suficiente para frenar la violencia y algunos incluso le achacan haberla alentado.
Nacionalmente, este hecho no le penalizó. Su capacidad de oratoria, el éxito de su gestión económica en Guyarat y su presentación como hombre fuerte antimusulmán le valió posteriormente como impulso para llevar al BJP a la victoria en las elecciones generales de 2014. Su triunfo dio un vuelco a la política india, que había estado dominada hasta entonces por un Congreso Nacional Indio que se enfrentaba cada vez más a acusaciones de corrupción y nepotismo.
Modi, en cambio, se ha construido una imagen de trabajador incansable e incorruptible para un país en ascenso, algo que ha calado profundamente en las clases medias y trabajadoras urbanas. Los indios parecen tener razones tangibles para respaldarlo. Después de una década en el poder, India ha evolucionado de ser una nación liberada del yugo colonial a convertirse en una nación segura de sí misma, acercándose cada vez más al estatus de superpotencia, al igual que hizo antes China.
La economía del país crece como nunca. El Banco Central del país afirmó recientemente que su previsión de crecimiento para el año fiscal 2023/2024, que finaliza el 31 de marzo, era del 7,3%. Y los objetivos de Modi para el futuro no son precisamente pequeños: busca convertir a India en una economía de 5 billones de dólares en 2027; y en una economía de 35 billones para 2047, en el centenario de la independencia de la nación. Esto supondría un salto descomunal de la renta per cápita del país, pasando de los 2.612 dólares estadounidenses actuales a los 18.000 dólares.
Mientras tanto, aplica unas políticas que contentan a prácticamente todos los estratos de la sociedad. Llega a acuerdos favorables para una élite empresarial que cada vez se enriquece más ante un crecimiento económico imparable, pero a su vez promueve sólidos programas de bienestar social para la mayoría empobrecida de la India.
Sin embargo, el éxito económico ha quedado totalmente empañado por su progresiva centralización del poder. Entre otros aspectos, según el Instituto V-Dem sueco, durante el gobierno de Modi ha habido un “deterioro gradual pero sustancial de la libertad de expresión, la independencia comprometida de los medios de comunicación, las medidas enérgicas contra los medios sociales, el acoso a periodistas críticos con el gobierno, así como ataques a la sociedad civil y la intimidación de la oposición”.
El BJP, con Modi a la cabeza, también ha utilizado el poder para socavar el compromiso institucional con el laicismo. Modi quiere que la India se convierta en una nación eminentemente hindú, en la que las minorías religiosas (aproximadamente el 20% de la población) sean ciudadanos de segunda clase. Los ataques dirigidos hacia la comunidad musulmana se han vuelto una recurrente realidad y los grupos de derechos humanos documentan un aumento de la violencia cada año que pasa.
[La India estrena su nuevo Parlamento ignorando a la oposición: "Despierta una nueva conciencia"]
En 2019, el Parlamento indio, con el BJP a la cabeza, aprobó la Ley de Enmienda de la Ciudadanía, por la que se concede la ciudadanía por la vía rápida a migrantes hindúes, sijs, budistas, jainistas, parsi y cristianos procedentes de Afganistán, Bangladesh y Pakistán. Era la primera vez que se tenía en cuenta la religión para conceder la nacionalidad en la India, por lo que los críticos de la norma señalaron que omitía deliberadamente a los musulmanes.
Al mismo tiempo, el BJP prometió en su programa electoral de 2019 completar un Registro Nacional de Ciudadanos. Algunos consideran que la actualización de este registro —que fue creado en los años 50 para el estado de Assam con el fin de determinar si los residentes eran ciudadanos indios o migrantes de lo que hoy es el vecino Bangladesh— podría excluir millones de musulmanes que no carecen de los documentos necesarios y no son elegibles para la ciudadanía por vía rápida en virtud de la Ley de Enmienda de Ciudadanía a pesar de que algunos llevan viviendo en la India durante muchas generaciones.
Todo ello ha hecho que algunos grupos hayan rebajado la calificación de la democracia india. En 2021, Freedom House degradó el estatus de India de "democracia libre" a "democracia parcialmente libre", una condición que ha mantenido desde entonces. The Economist Intelligence Unit situó a India en el puesto 53 de su Índice de Democracia 2020, calificándola de "democracia defectuosa", citando factores como la Ley de Enmienda de la Ciudadanía, el Registro Nacional de Ciudadanos o la revocación del estatus especial de la Cachemira administrada por India.
Mientras tanto, no parece que vaya a haber marcha atrás en el plan de Modi. Los sondeos confirman que la popularidad de Modi sigue siendo muy alta y auguran una nueva paliza del BJP sobre el Congreso Nacional Indio. Según una encuesta realizada por India TV, la Alianza Democrática Nacional (NDA) liderada por el BJP obtendría 393 escaños de los 543 asientos del Parlamento frente a los menos de 100 que obtendría la coalición liderada por el CNI.