“Nada ha cambiado”, suspira Calixte, con la mirada perdida, casi ausente, de quien hace un año presenció la masacre entre las calles Alibert y Bichat, en el corazón de París. “Yo estaba sentado en la terraza de Le Carillon, aquí mismo”, recuerda mientras señala con el dedo la mesa que tiene justo al lado. Un año después de los atentados que acabaron con la vida de 130 personas y dejaron tras de sí un centenar de heridos, “no hay lugar para el olvido, tampoco para el perdón”, lamenta Calixte.
La emoción que impregna su relato no pasa desapercibida, titubea cuando sus ojos empiezan a empañarse de lágrimas, llena sus silencios con pequeñas caladas al cigarrillo que acaba de liar. “Todavía, a día de hoy, no consigo pasar por la calle Bichat, no paso de esta esquina. Sigo viniendo a este bar, pero nunca me siento al otro lado de la terraza, no puedo, son demasiados los recuerdos. Quizá debería cambiar de barrio, pero esta es mi casa… Imagínese después de treinta años…”. Calixte es artesano de profesión, ronda los sesenta años, no conoce otra vida más allá de París donde, asegura, “no queda otro remedio que seguir adelante”.
Este hombre de rostro redondo y curtido es una de las cientos de víctimas psicológicas de la masacre. “Como yo no fui herido, el Estado me considera como un testigo y no como una víctima, la seguridad social se hace cargo de mis visitas al psicólogo… No quiero considérame como una víctima, tuve la suerte de salir vivo, pero no hay ni un solo día en el que no recuerde la noche del 13 de noviembre”.
Al otro de lado de la calle, frente a Le Carillon, en la terraza de Le Petit Cambodge reina el silencio. Tras la cristalera, la sala se percibe repleta, ruidosa, viva. Sin embargo, en el cruce de las calles Alibert y Bichat, las terrazas de ambos restaurantes parecen desiertas. Periodistas y fotógrafos empiezan a aparecer, el aniversario de la masacre se avecina, “y toca volver a los mismos lugares donde trabajamos día y noche hace ya un año”, se lamenta un joven reportero que trata, sin demasiado éxito, de interrogar a los vecinos del distrito 11 de París, el barrio más golpeado por la masacre.
Son pocos los que quieren hablar, evitando, quizás, revivir la tragedia que sumió al vecindario en un profundo silencio. “Son muchos los que dicen que escucharon gritos y llantos aquella noche, pero le puedo asegurar que tras el tiroteo solo hubo silencio, no podíamos movernos, no articulábamos palabra”, recuerda Calixte, indignado ante los “falsos” testimonios que pasaron por la televisión en aquella época.
Un año después los sentimientos no parecen haber cambiado: la conmoción no ha pasado a un segundo plano y la quietud se impone cuando se aborda el trágico suceso. Desde aquel viernes 13 de noviembre, el vecindario convive con una patrulla de cinco militares presente, día y noche, en la zona. Un despliegue que no pasa desapercibido en la capital francesa, donde la presencia de militares ha dejado de ser una sorpresa convirtiéndose en un elemento más de la vida cotidiana de los parisinos.
“¿Más dispositivos de seguridad como consecuencia del aniversario de los atentados? No, no lo creo. No tenemos nuevas ordenes. Hay dos equipos, uno de día y otro de noche. Hay un colegio justo al lado, nos encargamos de proteger toda la zona”, explica uno de los miembros del equipo militar presente en el distrito. “Ya ha pasado un año, y… cada vez que pasamos por aquí la sensación es la misma… No se puede explicar con palabras”, continúa antes de retomar la guardia. “La vida sigue, no lo olvide, si no habrán ganado”, susurra al despedirse.
“La vida sigue”, “la vida continúa” o “hay que seguir viviendo”, son frases que se repiten una y otra vez, en bucle, convirtiéndose en una especie de filosofía destinada a ensordecer el recuerdo y la incertidumbre que aquella noche se apoderó de París.
“Sí, sin duda, la ciudad ha retomado cierta normalidad, pero si nos remontamos a las emociones que vivimos hace un año, hoy nada ha cambiado”, asegura resignado Cristian Movila. Hace un año, Movila, periodista en el New York Times, viajó hasta la capital francesa para visitar la feria internacional de arte fotográfico, Paris Photo, que se celebra cada año en la ciudad. La noche del 13 de noviembre, “me paseaba con un par de compañeros por el Boulevard Voltaire, habíamos salido a tomar algo… Estábamos justo en frente de la sala Bataclan cuando empezamos a escuchar tiros… Ahí, justo en frente”, insiste señalando el pequeño parque que hace un año se lleno de imágenes, velas y flores, en memoria de las 89 personas que perdieron la vida en la famosa sala de conciertos.
Un año después, movido por la curiosidad o por un amargo recuerdo, Movila no ha podido evitar acercarse hasta Bataclan, cuyas puertas han permanecido cerradas durante doce meses, a la espera de su reapertura la noche de este sábado 12 de noviembre. “¿Aún no ha abierto? ¿Abrir justo la fecha del aniversario de la masacre? ¿Un concierto de Sting?”, se pregunta en voz alta tratando de averiguar si es una buena decisión, o una campaña de marketing poco respetuosa para con las víctimas.
Mientras, a la espera de un concierto que será multitudinario, las cortinas de la sala permanecen echadas, parece que poco o nada haya cambiado. El cartel de Eagles of Death Metal, el grupo norteamericano que tocó aquella fatídica noche, ha sido remplazado por el logo de Bataclan, una pequeña placa se percibe, aún escondida tras un cartón, en memoria de las víctimas. De nuevo, en la antesala de la esperada reapertura, los periodistas comienzan a llegar ante la mirada recelosa de los transeúntes, cansados del recuerdo. Flores e imágenes colgadas en las barreras metálicas que protegen la entrada de la sala, vaticinan los homenajes y ofrendas que se sucederán este domingo en París, una ciudad que vive, desde hace meses, impregnada de resignación y desconcierto.
“¿Qué vamos a hacer? Hay que seguir viviendo. Pero el recuerdo está siempre presente, especialmente en esta calle”, suspira Fernando al otro lado de la barra, en el mismo lugar donde se encontraba hace un año, a tan solo unos metros de La Belle Equipe, la terraza donde perdieron la vida 19 personas. “Desde entonces el barrio permanece ‘negro’, todos sabemos lo que pasó, los niños incluidos, son muchas las familias que viven por aquí, y el ayuntamiento no ha hecho nada para tratar de ayudarnos, ni siquiera tendremos luces de navidad…”, critica mientras se asoma a la terraza de su bistró, completamente vacía. “No sé si se debe a los atentados, hay días buenos y días malos, pero la clientela ha bajado mucho desde entonces. Quizá el trauma de aquella noche sigue presente, pero hay que avanzar… ¡No hay otro remedio!”.
Frente a La Belle Equipe, un camión satélite ya está preparado para emitir directo tras directo la jornada de conmemoraciones. Sin embargo, este domingo, el café “no abrirá sus puertas”, explica uno de los empleados mientras corre de un lado para otro. La sala está atestada, los clientes sentados en la terraza se pueden contar con los dedos. “Quizás sea por el frío…”, comenta una vecina mientras analiza la escena. “De todos modos, como reza el cartel de la sala… ‘Sólo el amor es capaz de vengarnos de los golpes más bajos de la vida’… Mírelo bien”, insiste antes de retomar su jornada, tal día como hoy, cuando París fue golpeada por el terrorismo.