Mientras los líderes europeos soplaban exhaustos las velas por haber llegado a los 60, las banderas que hondeaban en las calles eran también las que quedaron guardadas en un armario. Enseñas del antiguo sindicato comunista CGIL, pancartas de confederaciones agrícolas y viejas telas rojas coloreaban las marchas. En la más temida, la de los movimientos de extrema izquierda, se veían símbolos anarquistas que amenazaban con manifestaciones calientes como las de principios del siglo XXI. Sin embargo, el despliegue policial –de unos 7.000 efectivos por toda la ciudad- fue tan amplio, que no hubo opción. En la época de las redes sociales, incluso un agente posaba para un selfie junto a sus compañeros de operativo.
Se daba casi por descontada la irrupción del llamado black bloc –un movimiento sin identidad que tiene como patrón de conducta el uso de pasamontañas para dar rienda suelta a una tarde de disturbios-, pero la manifestación de los antisistema fue rodeada por columnas de policía que avanzaban cual legiones romanas. Los agentes bloquearon los accesos desde los puentes, vigilaron el Tíber en lanchas neumáticas y siguieron siempre su curso con un helicóptero.
Más de un centenar de manifestantes fueron retenidos, antes siquiera de bajarse de los autobuses en los que venían. Para cuando el resto de camaradas quisieron llegar al fin del recorrido, la protesta ya eran tan exigua que cada uno optó por marcharse a su casa.
Una chica despistada, que caía por allí todavía con un cartel al cuello en el que se leían lemas por una nueva UE, se preguntaba por la ideología de los que estaban por llegar. “Nosotros defendemos Europa, pero no queremos una Europa cerrada. Las instituciones deben hacer más por acoger a los migrantes y darse cuenta de que las fronteras que teníamos ya no existen”, explicaba. En la marcha de fondo, la mayoría de los lemas clamaba contra la policía.
Confianza en la UE a la baja
En otros puntos de la ciudad, movimientos derechistas euroescépticos habían prometido también llevar a las calles sus consignas contra la UE y a favor de un cierre de las fronteras. Había temor porque en algún momento pudieran llegar a encontrarse unas marchas con otras. Pero si la policía sofocó a los grupos de extrema izquierda, tampoco sus competidores lograron un mayor éxito de convocatoria.
Hubo poco rastro en las plazas de los nuevos movimientos contestatarios, aunque los servicios de estudios mantengan que son ellos quienes están ganando el espacio. Según una encuesta del Instituto Demos difundido este sábado por el diario La Repubblica, el 52% de los españoles dicen mantener la confianza en la UE, un 34% en el caso de los italianos. Durante las dos últimas décadas, el porcentaje ha caído en todos los países consultados, aunque el pensamiento mayoritario (82% de los alemanes o 79% de los franceses) es que la Unión Europea representa un objetivo justo realizado de un modo equivocado.
Y si de alguien fueron las calles este sábado fue de este grupo. Decenas de migrantes se sumaron a la manifestación convocada bajo el lema “Nuestra Europa”, que partía de la Plaza Vittorio Emanuele, conocida desde hace años por la alta concentración de foráneos que acoge. Yusuf, uno de quienes portaban una pancarta con un zurcido de banderas africanas, decía haber llegado de Gambia hace un par de años y le pedía a los líderes europeos “que cuando hablen de igualdad de derechos para todos, se acuerden también de los que vienen de otros países”.
Unas 10.000 personas ante el Coliseo
Una Europa más federalista, por una mayor unidad económica y política -como defendían de esta parte las consignas- parecía mejor tolerada por la policía. O al menos causaba menos preocupación, porque las dos marchas de este signo que se habían anunciado confluyeron como estaba previsto en el Coliseo. No serían más de 10.000 personas, muchos más que en los pequeños actos organizados por ONG como Médicos Sin Fronteras, que recreó el naufragio de decenas de cuerpos anónimos en el Tíber junto a una bandera de la Unión Europea.
Flavia, que estaba curioseando por la zona, opinaba que “los ciudadanos no es que hayan perdido la confianza en Europa, es que han dejado de interesarse por asuntos políticos”. Si la desafección se contara por la afluencia de las marchas, posiblemente también alcanzara altos registros.
Para relanzar una voluntad transformadora marcharon también por Roma los impulsores de un renovado New Deal desde la izquierda, el movimiento DiEM25, con su fundador Yanis Varoufakis a la cabeza. El ex ministro de Finanzas griego, al que todavía hay que esperar ante la petición de fotos con él, dijo que su intención es capitanear “una Europa en la que una persona no le ordene al resto lo que tiene que hacer y en la que haya más esperanza que la austeridad”. Portada de los diarios hace no más de dos años, Varoufakis era un emblema más de esos símbolos que habían quedado guardados en el armario.