Pese a estar en suelo portugués apenas 24 horas, el Papa Francisco tuvo tiempo suficiente para conquistar a los lusos durante su visita relámpago al Santuario de Fátima.
El Santo Padre dejó atrás la pompa inescapable de la liturgia católica y el protocolo propio de la visita del jefe de la Iglesia Católica para mezclarse entre la multitud que acudió a la pequeña aldea de Cova da Iria, presentándose ante el público como “un peregrino más”, ahí presente para participar en la conmemoración de la apariciones marianas presenciadas por los pastorcitos Lúcia dos Santos, Jacinta y Francisco Marto en 1917.
Durante la tarde del viernes, cuando el Papa aprovechó para rezar entre el público congregado ante la Capilla de las Apariciones, y de nuevo el sábado, cuando el pontífice canonizó a dos de los tres pastorcitos, el público portugués se mostró emocionado con la manera en la que el Santo Padre intentó mostrar su proximidad a los más débiles.
Las figuras más relevantes de la vida social y política lusa habían acudido a Fátima para participar en los festejos, y entre los asistentes se encontraban casi todos los ministros del Gobierno, como también el ex presidente António Ramalho Eanes; y el pretendiente al extinto trono de Portugal, Duarte, Duque de Braganza. Estaban los presidentes de Cabo Verde y Paraguay, delegaciones oficiales de Pakistán y Guatemala, y la totalidad del cuerpo diplomático acreditado en Lisboa. Hasta estaba el seleccionador nacional del triunfante equipo nacional de fútbol, Fernando Santos.
Sin embargo, a lo largo de su visita el Santo Padre pasó de los VIPS, celebrando apenas dos, breves reuniones con el presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, y el primer ministro, el socialista António Costa.
En vez de atender a los altos cargos, el Papa optó por mantenerse junto a los fieles comunes siempre que era posible, arropado por medio millón de personas que guardaron silencio mientras rezaba el rosario la noche del viernes. En vez de charlar con famosos, dedicó unos minutos del poco tiempo que pasó en Portugal para hablar con el padre Joaquim Cunha, un verdadero “veterano” de la Iglesia que, a sus 104 años, es el párroco más viejo del país.
De esta manera el Papa Francisco cumplió con su promesa de visitar Fátima no como jefe de Estado o cabeza de la Iglesia Católica, pero como “un mero peregrino, un pecador entre pecadores”.
Mensaje especial para los enfermos
La visita papal de Francisco fue la quinta de la historia de Portugal y el Santo Padre aprovechó el escenario mundial de Fátima para lanzar un mensaje dirigido a los enfermos que piden intercesión divina.
“No os consideréis apenas receptores de solidaridad caritativa, porque sois parte, a pleno título, de la vida y la misión de la Iglesia”.
“Jesús sabe lo que significa sufrimiento, y nos consuela y da fuerza, tal y como hizo con San Francisco Marto y Santa Jacinta”, declaró el Papa, refiriéndose a los dos pastorcitos canonizados, quienes sucumbieron a la gripe española en 1919 y 1920, respectivamente.
En 1967 Pablo VI fue el primer pontífice en visitar el país vecino, pasando unas pocas horas en Fátima para conmemorar el 50 aniversario de las apariciones. En esa ocasión pudo reunirse con Lúcia, la única de los tres pastorcitos que todavía vivía. La visita se desarrolló en un contexto de gran tensión, pues el dictador António de Oliveira Salazar se había sentido personalmente ofendido por la reciente visita del Santo Padre a la India, país que había anexionado la colonia portuguesa de Goa en 1961.
Juan Pablo II visitó Cova da Iria en tres ocasiones –1982, 1991 y 2000–. El Papa polaco sufrió su intento de asesinato en Roma el 13 de mayo de 1981 –día de Nuestra Señora de Fátima– y siempre consideró que sólo había sobrevivido gracias a la intervención divina de la Virgen. Como señal de su devoción, el Santo Padre hizo entrega de la bala que los médicos le habían extirpado después del atentado al Santuario. En la actualidad el artefacto forma parte de la corona que lleva la imagen de la Virgen.
En cada una de sus visitas Juan Pablo II lanzó mensajes especiales desde el Santuario. En 1982 pidió la intercesión de la Virgen para librar al mundo de “hambre, guerra, y particularmente de la guerra nuclear”. En 1991 hizo un llamamiento a favor de la unidad y la solidaridad tras el hundimiento de la URSS. Junto a Lúcia –que moriría a los 97 años en 2005–, el Papa volvió por última vez en el año 2000 para anunciar la beatificación de los pastores Francisco y Jacinta.
Por su parte, Benedicto XVI visitó Fátima apenas una vez, en 2010. Desde el Santuario declaró que la mayor amenaza para el catolicismo no venía desde fuera, sino que surgía del pecado en el seno de la Iglesia. El Papa asoció la pedofilia con el famoso tercer misterio de Fátima y pidió que la jerarquía católica reconociera la necesidad de "aceptar la purificación y pedir perdón”.
Reconocimiento de un icono popular
La visita del Papa para conmemorar el centenario de las apariciones y canonizar a los pastorcitos representa una especie de catarsis emocional para los portugueses. Aunque nadie pone en duda que el país vecino sea mucho más que las famosas “tres f’s” –“Fado, Fútbol y Fátima”–, la historia de las apariciones es una parte fundamental de la identidad lusa hoy en día, algo que une a los portugueses sin que importe si son católicos devotos o ateos.
“Es imposible no querer a la Virgen de Fátima”, declara a EL ESPAÑOL Ana María Carvalho, peregrina de 32 años que vino a pie desde Viana do Castelo para participar en los eventos del centenario, resumiendo el espíritu nacional. “Hasta la gente que no es creyente la quiere, porque la historia de su aparición, la historia de los pastorcitos, no es tanto una cosa católica como una cosa portuguesa”.
Casi desde el momento en el que los tres pastores –Lucía dos Santos, Jacinta y Francisco Marto– afirmaron haber presenciado la aparición de la Virgen María el 13 de mayo de 1917, los acontecimientos de Fátima tuvieron un simbolismo que iba mucho más allá de la religión. En esos momentos Portugal era un país terriblemente pobre que en esos momentos se encontraba sumada en la Primera Guerra Mundial; jóvenes lusos eran llamados de cada pueblo para luchar en Francia donde, mal armados, eran acribillados en las lejanas trincheras del Somme.
En medio de la oscuridad de esos momentos caóticos, las apariciones de Fátima representaron un momento de claridad y esperanza. De todos los sitios imaginables del mundo, la Virgen aparecía en el menos probable –un páramo en medio del campo portugués–, dirigiéndose a los interlocutores más humildes –tres niños analfabetos–.
Algunos de los mensajes divinos eran secretos, mientras que otros eran confusos, y al menos uno de ellos –el que la guerra terminaría el 13 de octubre de 1917– fue errado. Pero eso no le importó al público. Según los pastorcitos, la madre de Jesús había señalado a la nación portuguesa como la elegida para difundir el mensaje que salvaría la cristiandad, y los lusos se mostraban sinceramente emocionados con la noticia. La Virgen les traía la esperanza de tiempos mejores.
Símbolo de la esperanza
Los últimos cien años no han sido particularmente fáciles para Portugal, que ha vivido más de 40 años de dictadura, guerras coloniales, la pérdida de su imperio, innumerables crisis económicas y la intervención de la Troika desde las apariciones de 1917. Tal vez porque no han faltado razones para desesperar, como también motivos para tener esperanza, la Virgen de Fátima ha pasado a formar parte de la cultura popular portuguesa.
La conocida foto de los pastorcitos en blanco y negro ha dejado de ser omnipresente en las casas lusas, pero la imagen de la Virgen ha pasado a ser un elemento de la iconografía popular. En las tiendas de souvenirs de Lisboa y Oporto se encuentran estatuas de Nuestra Señora de Fátima de todos los colores, y en algunas incluso tienen versiones “modernas” de la Virgen, decorada con corazones o vestida con la capa de Superman.
El alcance de Fátima es tal que incluso el Partido Comunista Portugués (PCP), que considera que la religión es el opio de las masas, encuentra margen para rendirse ante el fenómeno de las apariciones.
"Fátima forma parte de la religión popular, la de los trabajadores, los jóvenes y los comunistas", afirmó Carlos Gonçalves, miembro del Comité Político del PCP, en una columna publicada esta semana en el periódico del partido, Avante. "Refleja los valores humanistas, de paz, justicia e igualdad, ideas del 'cristianismo primitivo' que son muy próximas a los ideales comunistas".
La columna de Gonçalves se enmarca dentro del fenómeno explicado por António Marujo y Rui Paulo da Cruz en La Señora de Mayo – Todas las preguntas sobre Fátima, libro que revela que aunque el 70% de los lusos se declaran creyentes, más del 90% de la población ha visitado el Santuario en Cova da Iria.
“Hay muchas Fátimas, y muchas motivaciones por ir”, explica Marujo. “Durante los perores años de la crisis había mucha gente que pedía ayuda por problemas financieros. Otros muchos van por motivos de salud, o por problemas familiares. Siempre hay razones para pedir ayuda”.