Berlín

Hace unas semanas, la canciller Angela Merkel y el presidente ruso Vladimir Putin protagonizaron un frío encuentro en Sochi. Pusieron de relieve las diferencias que separan a Rusia, no sólo de Alemania, sino de Europa. La influencia rusa en el conflicto del este de Ucrania, la intervención militar en Siria de apoyo al régimen de Bashar Al Assad y las violaciones de derechos humanos de los homosexuales en Chechenia son sólo algunos de los temas que generan recelos en Occidente. Por eso expresaba Merkel en Sochi la voluntad de mantener las sanciones a Rusia.

En este contexto, la animadversión que sienten los rusos hacia Europa y hacia líderes como Merkel es algo que ha podido experimentar de primera mano el escritor y periodista Stephan Orth. “Me encontré con gente que tenía muy mala imagen de Merkel”, reconoce este autor alemán nacido en Münster hace 37 años. En realidad, los hay que no sólo piensan mal de la canciller, sino también de toda Europa. “Los conflictos de Rusia ahora con Occidente están muy presentes en el día a día de los rusos, hemos alcanzado un nivel de hostilidad que no se había visto en los últimos 25 años”, apunta Orth.

“Un hombre de 70 años, un jubilado checheno que había trabajado antes en una granja, me dijo que me diera prisa en dejar Europa, porque supuestamente nos iba mal en la UE”, cuenta. “Me decía que en Europa estamos ya completamente islamizados y que los islamistas van por ahí por las ciudades de Europa quemando nuestras iglesias” abunda.

Ese hombre era el padre de uno de los anfitriones que él tuvo en su viaje de diez semanas en casa de ciudadanos rusos miembros de la plataforma de Internet Couchsurfing.com. Los integrantes de esta red, deseosos de conocer gente, permiten a otros usuarios poder dormir en su sofá. Couchsurfing es un término inglés que podría traducirse como “navegar en sofá”.

De sofá en sofá

Con ese sistema, Orth pudo conocer a cerca de una treintena de anfitriones rusos que les dejaron acampar en el salón de sus casas o dónde fuera, a cambio de un contacto humano que quedará en la memoria de muchos. Al menos en Alemania, porque las experiencias que vivió en Rusia este escritor han quedado plasmadas en el libro superventas en Alemania Couchsurfing in Russland: Wie ich fast zum Putin-Versteher wurde Couchsurfing en Rusia: cómo casi me convierto en un entendido en Putin” (Ed. Piper, 2017).

Tenía mucho miedo de que a mi regreso a Alemania me pudiera haber convertido en un alcohólico

“Tuve acceso a la gente de Rusia, lo que es muy poco habitual, cuando eres periodista hablas con con políticos, científicos o gente de los medios de comunicación locales, pero la normalidad de la gente de a pie puede ser más interesante”, estima Orth. “Uno logra tener una impresión más auténtica haciendo Couchsurfing que cuando eres reportero o enviado especial y te acabas yendo a dormir al hotel”, añade.

MIEDO AL ALCOHOLISMO

Orth no tuvo la seguridad que ofrecen los bufetes a la hora de cenar o desayunar. Es más pasó “miedo”, según reconoce, por la fama de aficionados al vodka que tienen los rusos. “Es muy habitual que, en un momento dado de la noche, el vodka se ponga sobre la mesa y se beba sin límites. Antes del viaje tenía mucho miedo de que esto fuera a producirse todas las noches y de que a mi regreso a Alemania me pudiera haber convertido en un alcohólico”, dice. “Al final sólo hubo tres o cuatro noches así”, agrega.

En Rusia se ven esfuerzos para luchar contra la crisis demográfica

El alcoholismo es sólo uno de los muchos problemas de salud pública a los que vienen enfrentándose desde hace años las autoridades rusas. Entre ellos figuran problemas relacionados con la nutrición de la población o la alta proporción de enfermedades cardiovasculares, circunstancias que contribuyen a que la demografía esté amenazada. Hay estudios de la División de Población de la ONU que sitúan a Rusia bajando su población en 30 millones de personas, hasta 111 millones, de aquí a 2100.Eso explica que a Orth llamara la atención un cartel visto en Vladivostok, urbe del extremo oriental ruso, donde se mostraban imágenes de celebridades que fueron el tercer hijo, como Johann Sebastian Bach o Mel Gibson. La imagen pertenecía a una de las campañas en busca de un mayor número de nacimientos en el país. “En Rusia se ven esfuerzos para luchar contra la crisis demográfica y de hecho me consta que ya se da una relativa buena cantidad de dinero por tener un segundo niño”, mantiene Orth.

EN "EL CULO DEL MUNDO"

Orth no se limitó a visitar metrópolis cosmopolitas de la Federación Rusa. Por su puesto pernoctó en Moscú y San Petersburgo. Recorrió unos 21.580 kilómetros, tomó una decena de aviones, numerosos trenes y hasta tuvo que recorrer 40 kilómetros en caballo, para terminar visitando no menos de treinta ciudades.Le recibieron hasta en los lugares más olvidados del país, como la ciudad de Mir, conocida por su hoy inactiva y profunda mina de diamantes a cielo abierto situada en Siberia. La ubicación de la mina y la forma de gran agujero que ha dejado en la superficie terrestre la explotación minera hacen pensar en la expresión con la que sus anfitriones recibieron a Orth en Mir: “¡Bienvenido al culo del mundo!”. Lugares como Mir todavía sirven para dar cuenta del pasado soviético del país.

Uno ve los edificios típicos del comunismo todavía con los símbolos comunistas y parece que no ha cambiado nada en los últimos 25 años

Igor, Marina y Julia. Los anfitriones de Orth en Mir.

LA NOSTALGIA SOVIÉTICA Y VLADIMIR PUTIN

El Centro de Investigación de Opinión Pública de Rusia, un instituto de estudios de opinión, señalaba a finales del año pasado que hasta el 64% de la población votaría hoy a favor de preservar la Unión Soviética. Hace un año, el Centro Levada, otra institución dedicada a realizar encuestas, señalaba que el 56% de la población desearía que la Unión Soviética existiera todavía. “Esto se entiende porque Rusia era una potencia mundial, la segunda potencia más poderosa de la tierra y el país ha perdido esa relevancia en la política internacional”, plantea Orth.

Para él, que Vladimir Putin lleve en el poder nada menos que diecisiete años, que resultan de la suma de sus tres mandatos como presidente y el paréntesis que tuvo como primer ministro entre 2008 y 2012, tienen que ver con la capacidad del otrora agente de la KGB de haber renovado el orgullo patrio en buena parte de la población.

Mis anfitriones me decían que Putin les ha devuelto el orgullo de ser rusos

“Con mis anfitriones siempre terminaba hablando de política. Muchos me dijeron que Putin les ha devuelto el orgullo de ser rusos, aunque escuché de todo, hasta gente que rechaza a Putin, especialmente después de la anexión de Crimea, pero también por su forma de entender el Ejecutivo, porque Gobierna con mano dura”, mantiene Orth.

“También los había pragmáticos, que dicen cosas como: 'él quiere lo mejor para nuestro país y por eso está bien lo que hace'”, añade.El escritor alemán pasó por cuatro ciudades de la península de Crimea, anexionada por Rusia en 2014. A saber Sebastopol, Yalta, Simferopol y Bajchisarái. Allí escuchó la satisfacción de los miembros de la etnia rusa por una maniobra operada por Moscú que “sólo los críticos con Putin allí identificaban como un robo”, según Orth.

“Gracias a aquella operación la popularidad de Putin creció mucho, entre otras cosas, porque mucha gente cree que aquello pertenece a Rusia y, además, nadie olvida el valor estratégico”, comenta el autor alemán. Alude a los acuartelamientos que tiene en la península la Flota del Mar Negro, que suma 11.000 hombres, 45 barcos de guerra y 6 submarinos.

Orth no siempre durmió en sofás. También pudo hacerlo en alguna cama.

TRUMP, “UN LOCO”

La propaganda rusa planteó la anexión de Crimea como si fuera en realidad una “operación de salvamento” de la población local, amenazada por “comandos de la muerte ucranianos”, señala Orth. Él no cree que todos los rusos creyeran en aquellas informaciones. Pero no dar por cierto en mensaje de los medios controlados por el Estado ruso no trae particulares consecuencias en Rusia.

Los rusos creen que todo es propaganda y que, por tanto, nada se puede creer

“Los rusos saben que lo que les sirven los medios de comunicación allí es propaganda. Pero la justifican porque creen que está al servicio de algo bueno, el bien del país”, señala Orth. Él subraya que la propaganda es el tipo de información al que están acostumbrada la población rusa. Ésta, sin embargo, le resulta desconcertante porque de un tiempo a esta parte también considera “propaganda” la información que se da en los países donde existe total libertad de prensa. En resumen, “ellos creen que todo es propaganda y que, por tanto, nada se puede creer”, sostiene Orth.

Así, por ejemplo, si bien los medios de comunicación de Rusia presentaban no hace tanto a Donald Trump como el presidente de los Estados Unidos más conveniente para los intereses rusos, en la intimidad de los salones que Orth pasó la noche, al inquilino de la Casa Blanca lo tomaban por “loco”. “Sólo escuché comentarios en los que me decían que Trump era un loco, que para nada podía ser político”, comenta el autor. Incluso antes de la votación de noviembre, “me decían incluso que sería alguien muy difícil con el que lidiar si fuera elegido presidente”, concluye.