Una hoja de navegación siempre presente, un interfono por puesto y seis grandes pantallas a los ojos de todos copan la sala de operaciones. En los monitores se aprecia la señal radar de los miles de barcos que navegan en estos momentos por el Mediterráneo y una previsión climatológica actualizada al minuto, los elementos básicos para analizar la salida de una nueva patera.
A los mandos se encuentran el almirante Vincenzo Melone, responsable supremo de la central operativa de la Guardia Costera italiana, y el comandante Cosimo Nicastro, encargado de la comunicación. “Gracias a estos sistemas, detectamos rápidamente la emergencia, por lo que nos ponemos en marcha para enviar a la nave más cercana”, explica el comandante Nicastro.
Casi a toque de corneta se pasa a la sala desde donde parten los avisos. Aunque ésta es una zona reservada, por lo que hay que desfilar como en la Capilla Sistina: “No vídeo, no foto”, dicen también aquí quienes velan por la seguridad. Lo de los teléfonos rojos no es ningún mito, están encima de los escritorios esperando para conectar con los altos oficiales. Es mediodía y si a estas horas no habido alertas, no las habrá al menos hasta el día siguiente. Habitualmente entre estas cuatro paredes se reciben cientos de llamadas. Algunas jornadas han tenido que atender, declara el comandante, “hasta 50 operaciones al mismo tiempo”.
“El procedimiento es siempre el mismo: los migrantes parten de las costas de Libia con un teléfono satélite que les dan los contrabandistas y cuando llevan varias horas en el agua nos llaman para que los rescatemos”, detalla ya con más calma el almirante Melone. Estos aparatos ofrecen las coordenadas precisas del lugar en el que se encuentran, pero los nervios y el desconocimiento de quienes están al otro lado suelen resumir las comunicaciones con un “ayuda, ayuda”.
Con tono elevado, estilo marcial, los militares que actúan de guías por las instalaciones repiten que no es un asunto de heroísmo sino la “simple obligación” del código marítimo internacional que obliga a toda, “toda” -reiteran- embarcación a socorrer a otra que se encuentre en peligro. Ellos son quienes dirigen a los buques de las misiones de salvamento –aunque también podrían hacerlo con un simple pesquero si no hay otra alternativa- al lugar indicado, una vez confirmada la emergencia. Y pasado el discurso del deber, pasan al ataque: “Italia está salvando el honor de Europa”, sostiene Melone.
Matiza, sin embargo, que no son palabras suyas, sino del presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker. Más cómodo aludiendo a las citas, también parafrasea al presidente de la República italiana, Sergio Mattarella, para definir la crisis humanitaria en el Mediterráneo como un “fenómeno de dimensiones históricas”.
65.000 vidas salvadas
Desde enero han llegado a Italia más de 65.000 personas, un 17% más que en el mismo periodo de 2016. Traducido, esto quiere decir que se han salvado 65.000 vidas en el mar. Más de medio millón de personas ha cruzado la ruta que va de Libia a Italia en los últimos cuatro años y unos 10.700 se han quedado por el camino, a los que habría que añadir varios miles de muertos más cuando estaba abierta la ruta griega. Según el máximo responsable de la Guardia Costera italiana, “el aspecto humanitario” mueve a un cuerpo, cuyos cerca de 12.000 hombres se dedican casi de forma plena a esta tarea en los últimos años.
Italia es el país que más medios aporta al operativo europeo Frontex para el salvamento, que comenzó en 2013. Antes, este país ya había puesto en marcha la operación Tritón, de la que se ocupaban ellos solos, por lo que el centro de operaciones debía permanecer en Roma. Aquí es más sencillo movilizar al ingente personal de la Guardia Costera, que sólo necesita el teléfono, sistema informático y capacidad de coordinación con los efectivos que integran las misiones de rescate.
Pese a las sospechas de algunos fiscales y la utilización motivada por los brotes xenófobos de partidos como la Liga Norte o el Movimiento 5 Estrellas, que han acusado en las últimas semanas a las ONG de cooperar con los traficantes, el almirante Melone agradece la ayuda de estas organizaciones, “sin las que no se podría afrontar el problema”. Sin embargo, para el militar el fenómeno es imposible de frenar “si no se actúa en Libia y en los países de procedencia”. El Ejecutivo de Paolo Gentiloni ha firmado diferentes acuerdos millonarios con el Gobierno libio de Trípoli, aunque la falta de control de éste sobre el territorio impide que se vean los resultados.
Mientras, impera la lógica militar. La de la responsabilidad y el orgullo que muestran el almirante Melone y el comandante Nicastro en tiempos de las misiones humanitarias. Curioso que el antiguo edificio de la Guardia Costera se ubique en el EUR, el barrio de mayor herencia arquitectónica fascista de toda Roma. Aquí Benito Mussolini quiso acoger una Expo Universal que nunca se celebró por el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Años antes, el dictador intentó sofocar las revueltas en Libia enviando allí a sus tropas en la “campaña por la pacificación” del país, en la que murieron más de 200.000 personas.