Roma

La corrupción es uno de los temas recurrentes de Francisco durante su pontificado. Y en una conversación con superiores de órdenes religiosas publicada el pasado febrero por la revista Civiltà Cattolica admitió que se trata de un mal enraizado incluso en el Vaticano. Desde que Bergoglio llegó en 2013 a la plaza de San Pedro, todo baile de nombres se ha interpretado bajo la premisa de hacer limpieza en la Curia y hacer hueco a las figuras cercanas al papa argentino. En los últimos días se le acumulan las cartas de despedida, aunque algunas no sean deseadas y otras estén fuera de ese guión para reformar la Iglesia.

Es cierto que en estos cuatro años ha hecho casi tantos cambios en el colegio cardenalicio –el órgano que deberá elegir a su sucesor- como Benedicto XVI en el doble de tiempo. De los 121 cardenales que decidirán quién es el próximo papa, 49 le deben su cargo a Francisco. Ha dado prioridad a las periferias, pero ni siquiera aquí la ecuación es perfecta. El número de cardenales europeos sigue reduciéndose en detrimento de otras regiones, aunque la cifra de italianos se mantiene estable desde los tiempos de Juan Pablo II y tampoco se han incrementado significativamente las birretas cardenalicias en América Latina.

Cuando una integrante del comité de abusos sobre la infancia creado por el Vaticano renunció hace unos meses a su puesto ante las “resistencias internas”, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Gerhard Luwig Müller, respondió que “habría que terminar con el cliché de que el papa quiere limpiar la Curia de quienes reman contra él”. Y sin embargo ahora es él quien se ha convertido en el último de los caídos ilustres durante la era de Francisco. Una importante lista –enumerada en orden cronológico inverso-, que sería imposible reducir a la disyuntiva de enemigos contra aliados y menos aún a la categoría de progresistas frente a conservadores.

Gerhard Luwig Müller

Significativa no sólo por tratarse del órgano de mayor importancia ideológica, encargado de velar por la doctrina de la Iglesia –la Congregación para la Doctrina de la Fe es heredera de la antigua Inquisición-, sino porque según el historiador Alberto Melloni no hay precedentes en la historia. Éste es un hito que genera controversia entre los vaticanistas, pero en cualquier caso no es habitual que un cardenal de 69 años, aún con recorrido, no renueve su cargo quinquenal.

Francisco no le ha cesado, sino que ha dejado que expirara su ‘contrato’, que finalizaba el pasado lunes. Pese a que en público el cardenal alemán siempre ha defendido la postura del papa, la opinión más extendida es que no había sintonía entre ambos. Teólogo conservador, Müller ha tenido que lidiar sin aspavientos la rebelión de otro grupo de prelados contrarios a la actitud favorable del pontífice a dar la comunión a “familias irregulares”. Además, el guardián de la doctrina también ha sido criticado por ser demasiado permisivo con los casos de pederastia que han pasado por sus manos.

Su sucesor es el mallorquín Luis Francisco Ladaria, el español que ostenta actualmente un cargo más alto en el Vaticano. Hasta ahora número dos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, su llegada se interpreta como una forma de deshacerse de un cardenal incómodo como Müller sin provocar demasiado revuelo. También conservador, en los últimos días el semanario italiano L’Espresso ha denunciado que en 2012 Ladaria protegió a un sacerdote de la ciudad de Foggia acusado de pederastia. Con estas credenciales no se puede calificar al español como un ‘hombre de Francisco’.

George Pell

El cardenal Pell, en una imagen de archivo Daniel Munoz Reuters

Encarna seguramente el dossier más espinoso para el pontífice. Ungido por el propio Francisco como uno de los hombres con más poder intramuros -responsable de las finanzas vaticanas y miembro destacado del comité para reformar la Curia-, el cardenal Pell compareció la semana pasada para informar de que el papa le ha concedido un “periodo de excepción” para que acuda a Australia a declarar ante un juez por viejas acusaciones que lo relacionan con abusos a menores.

Crónicas vaticanas lo presentan como ejemplo de la “tolerancia cero” del Papa ante la pederastia, pero no es Bergoglio quien lo ha puesto contra la pared, sino la justicia de su país. Por más que la vuelta de Pell a su cargo sea improbable, la gran pregunta es cómo fue nombrado un cardenal al que ya se investigaba en Australia antes de venir a Roma y por qué no se actuó antes desde el Vaticano.

Libero Milone

Días antes de que estallara el escándalo de Pell, en una breve nota la Santa Sede daba cuenta de la dimisión del auditor de las cuentas del Vaticano, Libero Milone. Los motivos de la renuncia son una verdadera incógnita, pero ante el total secretismo y la escasa información aportada por las autoridades vaticanas, la versión más extendida en la prensa italiana es que obedece a un escándalo personal de corrupción que estaría por salir a la luz. Un año después del inicio de su pontificado, Francisco le confió a Milone la tarea de revisar las cuentas de la Santa Sede. Un encargo que le habría enfrentado con el APSA, el órgano que administra el patrimonio del Vaticano. Anunciada por sorpresa, la voluntariedad de la dimisión de Milone parece cuanto menos relativa.

Angelo Scola

Se dice de él que entró en el último cónclave como papa y salió siendo sólo cardenal. Era uno de los grandes favoritos para sustituir a Benedicto XVI, hasta que surgió el nombre de Bergoglio. Ya entonces era arzobispo de Milán, uno de los cargos más influyentes de la Iglesia italiana, que desde esta semana pasa a ocupar quien era su número dos, Mario Delpini.

Scola procede de Comunión y Liberación, un grupo de tradición conservadora con gran poder Italia. Su relevo, sin embargo, se debe a una cuestión de edad, pues Scola había solicitado dejar el cargo a la edad reglamentaria para los cardenales de 75 años. El papa, encargado designar los titulares de las diócesis italianas como primado de este país, ya había nombrado a otros de los llamados “curas de calle” en algunas capitales importantes como Bolonia o Palermo. Para las últimas renovaciones como la de Milán o anteriormente en Roma ha preferido perfiles más centrados, lo que podría responder, según algunos expertos, a una mayor presión del sector conservador.

Raymond Leo Burke

El cardenal Burke Alessandro Bianchi Reuters

Considerado el enemigo número uno de Francisco dentro del Vaticano, el cardenal estadounidense sufrió directamente la purga del pontífice. En su caso las crónicas sí que resumieron sus roces a un enfrentamiento ideológico. Representante del ala más conservadora de la Iglesia, Bergoglio lo apartó en 2014 como prefecto del Tribunal de la Signatura Apostólica –el órgano de justicia vaticano- y le nombró patrón de la Orden de Malta.

Su cargo actual tiene un carácter más simbólico que otra cosa, aunque a Burke le ha servido como plataforma para mantener el enredo con el pontífice. Hace meses amenazó incluso con solicitar un “acto formal de corrección” contra Francisco, con el que discrepa en la interpretación de la doctrina. El Vaticano envió a Burke a investigar un supuesto caso de pederastia a la isla de Guam, en medio del Pacífico, y desde entonces se ha vuelto a saber poco de él.

Frey Matthew Festing

Gran Maestre de los Caballeros de la Orden de Malta, que a comienzos de este año protagonizaron un tremendo enredo con el Vaticano. A través de una maniobra coordinada, Festing y Burke intentaron expulsar al Gran Canciller –número tres- Albrecht Freiherr von Boeselager, con el argumento de que había tolerado el reparto de preservativos en Myanmar. En medio de una batalla interna por el poder, la congregación se negó a colaborar con el Vaticano, como viene recogido en sus estatutos. Von Boeselager rechazó dimitir, buscó el amparo del papa y éste intervino directamente. Francisco se reunió con Festing y poco después el Gran Maestre dimitió.

Ernst von Freyberg

El anterior director del Instituto para las Obras de la Religión (IOR), el considerado banco vaticano, asumió su cargo cuatro meses después del inicio del pontificado. Su tarea era limpiar las finanzas del organismo y hacer florecer las miles de cuentas ilegales que se calculaba que tenía la entidad en su balance. Se mantuvo al frente de la institución poco más de un año, relevado por un George Pell que contaba con el máximo apoyo de Francisco.

Paolo Cipriani y Massimo Tulli

Director y subdirector del IOR, respectivamente, su renuncia en julio de 2013 anticipó la llegada de Von Freyberg. Tres días antes de abandonar, el responsable de la contabilidad vaticana, Nunzio Scarano, había sido detenido bajo acusación de fraude y corrupción. Recientemente Cipriani y Tulli fueron condenados a cuatro meses de prisión por violación de las normas antireciclaje, aunque el juez les otorgó la suspensión de la pena.

Tarcisio Bertone

Con él termina y empieza la purga de los elementos más turbios de la época de Benedicto XVI. Secretario de Estado vaticano –número dos de la Santa Sede- con el pontífice alemán, a él se le atribuyen buena parte de las corruptelas y las intrigas palaciegas que desembocaron en la histórica renuncia del papa.

Tras la llegada de Francisco, su marcha era una cuestión obligada. Se produjo de forma tranquila, cinco meses después de la elección de Bergoglio, a través de una carta de renuncia de Bertone que el papa aceptó. Mantiene aún distintos cargos en la estructura vaticana. Tiempos y métodos habituales, que se han ido repitiendo sucesivamente.

Noticias relacionadas