El pasado 15 de octubre la alarma saltó en los Bomberos Voluntarios de Seia sobre las 6:15 horas de la mañana: el fuego avanzaba por la sierra de Estrela, en el interior centro del país. “Salí con dos equipos y, cuando llegué a lo alto de la carretera, vi un escenario aterrador. El fuego iba ladera abajo y había proyecciones, bolas de fuego lanzadas por el viento hacia el otro lado de la sierra, amenazando la población”, cuenta el jefe António Magina. “He visto la sierra en muchas condiciones, ardiendo, con mucho viento pero como ese día no. Por primera vez en 20 años de actividad temí por mi vida”.
Pidió refuerzos, pero el apoyo no llegó. Era el peor día del año en cuanto a los incendios en Portugal: 523 fuegos que consumieron más de 50.000 hectáreas y mataron a 45 personas. “No había más medios, todos los distritos tenían a los suyos movilizados, el país entero estaba ardiendo”, cuenta el comandante de la corporación, Virgílio Borges.
Estuvieron casi dos noches sin dormir, trabajaron todo lo que han podido, hasta el agotamiento
Con cuatro frentes abiertos, los bomberos lucharon hasta las 3:00 horas de la mañana del martes, cuando el tiempo dio una tregua y empezó a llover. “Era humanamente imposible hacer más. Estuvieron casi dos noches sin dormir, trabajaron todo lo que pudieron, hasta el agotamiento”, explica con orgullo.
En junio, durante el incendio de Pedrogão Grande en el que murieron 64 personas, una imagen recorrió el mundo: un grupo de bomberos portugueses extenuados tras horas de combate al fuego, descansaban tumbados en la hierba. La imagen se hizo viral, como el icono del esfuerzo de estos profesionales. Fue hace cuatro meses, podría haber sido ahora. En la descripción, el autor enumeraba las corporaciones a las que pertenecían: todas eran de bomberos voluntarios.
Actualmente hay en Portugal cerca de 30.000 bomberos. De estos, casi 28.000, un 92%, son voluntarios. Los profesionales, los llamados ‘sapadores’, se encuentran solamente en siete cuerpos, localizados en siete grandes ciudades portuguesas. Los demás son voluntarios que compaginan su actividad profesional con los bomberos. De estos, los que están a disposición del Dispositivo Especial de Combate a Incendios, y pueden ser desplazados para el ataque al fuego, reciben 45 euros por 24 horas durante el periodo más crítico del verano, del 1 de julio al 30 de septiembre. Son 1,87 euros la hora.
“Muchos de ellos piden días de vacaciones para estar aquí, dejan de estar con sus familias, hacen un enorme sacrificio personal y no lo hacen por el dinero. Porque si es por lo que cobran, no les compensa”, dice Virgilio Borges.
Voluntariado en crisis
Son voluntarios pero no pueden integrar el cuerpo sin formación: “Necesitan 40 horas de instrucción y 200 horas de prácticas”, explica Rui Silva, el presidente de la Asociación Nacional de Bomberos Voluntarios. A esto se suman las “demás formaciones que casi todos hacen a lo largo del tiempo, por iniciativa propia, para mejorar y adquirir más competencias que les van a permitir actuar con más eficacia y seguridad también”. La ley les ampara y les permite faltar de manera justificada a su trabajo para hacer formaciones o acudir a los bomberos en caso de urgencia pero, en la práctica, están dependientes de la buena voluntad de la entidad patronal. “Hay las que lo entienden y las que no”, sintetiza.
Además, el presidente señala que la crisis también hizo mella en el voluntariado. Porque a muchos de sus hombres ya no les basta con tener un trabajo y necesitan buscarse una segunda ocupación, lo que les retira tiempo para ejercer como bomberos. “Yo mismo soy funcionario público en el ayuntamiento pero con la crisis he tenido que buscarme otro trabajo y doy clases de educación física en un instituto. Esas horas son horas en las que no puedo estar en los bomberos”, dice Silva.
Tras la tragedia de este verano, en la que murieron más de 100 personas en cuatro meses a causa del fuego, el Gobierno anunció, la semana pasada, un conjunto de medidas para frenar los incendios forestales. Entre ellas está la profesionalización de los bomberos, algo que ellos miran con buenos ojos.
“¿Si defiendo la profesionalización? Sí”, dice tajante Virgilio Borges. “Sé que me va a costar, porque yo ya no tengo condiciones para ser profesional, pero es el camino que hay que seguir. Y los que somos voluntarios vamos a querer seguir siéndolo. Entonces, que los profesionales vayan en la primera intervención y nosotros sirvamos de apoyo, porque todos, seguimos siendo pocos”, analiza.
El comandante señala también la dificultad en reclutar nuevos bomberos, sobre todo en el interior del país: “En los últimos dos años hemos conseguido reclutar a cinco. Es muy poco, nos estamos quedando sin manos”. “Los bomberos no son ajenos a la sociedad”, explica Rui Silva, “Si tenemos un interior cada vez más con menos gente, lo normal es que cada vez existan menos bomberos en esas regiones”.
Cumplir la ley y reeducar a la población
La desertificación del interior del país es otra parte importante del problema, para la que llaman la atención los profesionales. Hay cada vez más propiedades abandonadas, más terrenos sin limpiar, más casas vacías sin cualquier tipo de mantenimiento. En caso de incendio, estos factores actúan como pólvora.
“Nadie cumple la ley. Lo que está establecido es que se limpien 100 metros alrededor de las aldeas y 50 metros si es una casa. ¿Qué pasa? Que nadie lo hace”, explica Virgilio Borges. “Algunas casas que no tenían vegetación alrededor no tuvieron problemas. Y muchas de las que ardieron fue porque son adosados y las casas de al lado se están cayendo, sin mantenimiento. Si la gente quiere mantener esas casas porque son de su familia y le da pena tirarlas, tiene que cuidarlas, o por lo menos limpiarlas para que no tengan basura y despojos dentro”.
Hace falta educación y una cambio de mentalidad en la población para que se modifiquen hábitos peligrosos. Una de las aldeas amenazadas por el fuego del 15 de octubre en la sierra de Estrela fue Sabugueiro, la aldea más alta de Portugal. “Sabemos que en invierno hace mucho frío pero en todas las casas, todas, hay montones de leña en los patios. No puede ser”, cuenta Antonio Magina. La calles demasiado estrechas y la orografía del terreno, “donde no pueden pasar vehículos pesados” ayudan a componer un escenario propicio al desastre.
“En determinado momento del incendio nos vimos cercados y tuvimos que huir. Se quedaron mangueras atrás, destrozámos uno de nuestros coches, pero teníamos que salir de allí”, cuenta Magina. Afortunadamente pudieron salvar la aldea pero el jefe no olvida los momentos de terror vividos. “El viento venía por todas partes, llevaba el fuego para todos los lados. Yo sólo pensaba en la seguridad de mis compañeros y en la población...Fue tremendo, tremendo”.
Bomberos por vocación
A día de hoy, las corporaciones de bomberos voluntarios sobreviven con la dedicación de los hombres y mujeres que hicieron de esto una especie de religión. “Esto es como un sacerdocio, es vocacional, todos los que estamos aquí lo hacemos por amor, porque nos apasiona, porque lo hemos probado y ya nos hemos enganchado”, bromea el comandante.
Es muy complicado, exige muchos sacrificios, hay cosas muy difíciles de gestionar a nivel emocional
Muchos heredan la vocación como los genes que se trasmiten de generación en generación. Como António Belém, bombero hace 40 años para seguir los pasos de su padre. “Mi primer juguete fue un carrito de bomberos. Venía con mi padre de niño y se me quedó el gusanillo”. Empezó en 1976, con 18 años, y ahora es el adjunto al comandante. Su hija le siguió los pasos y aunque no disimula el orgullo, va diciendo que muchas veces “voy con el corazón en un puño”. “Pero la entiendo, ¿qué le puedo decir si es la misma vocación?”.
Pese a todas las dificultades, no hay uno que diga arrepentirse de la decisión de ingresar en la corporación. “¿Si merece la pena? Mucho. Es muy complicado, exige muchos sacrificios, hay cosas muy difíciles de gestionar a nivel emocional pero, al final, si seguimos aquí es porque la satisfacción es mayor”.