Las grandes historias necesitan grandes mitos. El 17 de diciembre de 2010 el vendedor ambulante Mohamed Bouazizi se quemó a lo bonzo frente a un edificio gubernamental de una ciudad perdida de Túnez como protesta por las infames condiciones económicas de su país. Un par de semanas más tarde murió en la cama de un hospital, pero su gesto sirvió como correa de transmisión para una serie de revueltas que se extendieron durante meses por todo el mundo árabe. El 27 de junio de este año, la desesperación llevó también a una italiana de 46 años, Concetta Candido, a prenderse fuego en una oficina del paro. Ella consiguió salir con vida, aunque su caso recordó que los días de la ira habían llegado también a Europa.
La comparación resulta tan inevitable que es así como da inicio el relato que el periodista italiano –nacido en Líbano, 1954- Gad Lerner ha llevado a su libro Concetta, una historia obrera (Concetta, una storia operaia, Feltrinelli 2017). En su presentación el escritor aseguró que la mujer “es la personificación de la injusticia social y el retroceso del trabajo”. En Italia y en el resto de Europa, ya que durante su carrera Lerner se ha obsesionado con el empobrecimiento de la clase obrera como fenómeno global. “La historia de Concetta nos afecta a todos”, sentenció.
Una narración que comienza en Settimo Torinese, una población a las afueras de Turín, fuertemente ligada a una industria que en las últimas décadas se ha ido marchitando. Allí trabajaba Concetta como limpiadora de una próspera cervecería a la que la crisis también le pasó factura. Tras ocho años de relación laboral, en diciembre del año pasado fue despedida junto a otras compañeras. Se inscribió en las listas del desempleo, esperando recibir un subsidio mientras buscaba una alternativa.
El asunto se fue dilatando, ya que la mujer se encontraba de baja por enfermedad en el momento del cese y en las oficinas del INEM italiano no constaba el alta médica. Con un sueldo que rondaba entre los 700 y 800 euros –más otra pequeña cantidad al margen del contrato- la trabajadora contaba con obtener una prestación similar durante los primeros meses para poder hacer frente al alquiler, las facturas y a un préstamo bancario que había solicitado. Pero tras medio año sin recibir un céntimo, en junio recibió una carta con la que sería su indemnización: 269,93 euros.
Concetta acudió al día siguiente a la oficina del paro con una ristra de documentos, una cadena, un candado, una cuchilla y una botella de alcohol. Había escrito en su página de Facebook que iba dispuesta a todo, incluso a encadenarse en los pasillos o a cortarse las venas. Presentó los papeles, alegó que debía de haber algún error y la despacharon con dos frases. Y es entonces cuando, en pleno arrebato, se roció el líquido inflamable por el cuerpo y se prendió fuego con un mechero.
Han pasado cinco meses desde entonces, en los que sólo ha conseguido salir del centro de quemados intensivos en la que ingresó para trasladarse a una clínica en la que seguirá un periodo de rehabilitación que durará un mínimo de dos años. Tiene el rostro desfigurado y quemaduras de tercer grado en un tercio del cuerpo. Y sin embargo, según le contó al periodista, se siente “orgullosa” por lo que hizo. “Quería que fuese un gesto ejemplarizante”, expresó la mujer desde la cama del hospital.
“Sentía el dolor por mi cuerpo, recuerdo que estaba ardiendo, pero estaba convencida de que tenía que mostrarles la injusticia. Quería arder, pero no morir”, expresa Concetta en las páginas del libro. A lo que el autor agrega que si la mujer hubiese fallecido, “nadie hablaría más de ella”, habría sido “un suicidio más” en un página del periódico local.
El caso, sin embargo, levantó una importante polvareda. Se sucedieron los comunicados de los servicios de prestación social y las muestras de solidaridad por toda Italia. Quienes lograron apagar el fuego fueron dos hombres que se encontraban en la misma cola que Concetta –ante el pavor de los empleados de la oficina- que después contaron también sus precarias condiciones laborales.
El hermano de la protagonista, Giuseppe, se encargó de ofrecer el perfil de la mujer: soltera, sin estudios universitarios y conforme con un trabajo no cualificado. Víctima nacional de la desindustrialización de una zona que en el siglo pasado sirvió para conformar una clase media trabajadora.
En Settimo Torinese vivía una buena parte de los cerca de 100.000 empleados que llegó a tener la Fiat, que hoy –fusionada con Chrysler- apenas llega a los 18.000. El desempleo en Italia se sitúa en torno al 11% -35% el juvenil-, pero es en estas zonas donde se concentran paro y descontento social. Un fenómeno que explica, por ejemplo, cómo en una ciudad boyante como Turín, en las últimas elecciones municipales ganara un partido de protesta como el Movimiento 5 Estrellas.
Según los últimos datos del instituto nacional de estadística italiano, en un país de 60 millones de personas, 4,7 millones viven en condiciones de pobreza absoluta. Una cifra que no ha parado de crecer desde el inicio de la crisis. Gad Lerner advierte que en 2012 este organismo dejó de publicar las cifras de suicidios por motivos económicos para no alertar a la población. “El fuego es un símbolo potente, como elemento destructor, pero también regenerador”, escribe el periodista en su libro. “Antes que encontrar una solución para mí, ahora me gustaría ayudar a quien se encuentre en mi situación”, expresa la protagonista en las mismas páginas.