El mismo Theo Francken (39 años) que ofreció asilo a Carles Puigdemont en Bélgica un día antes de que el expresidente catalán huyera a Bruselas se encuentra ahora en el ojo del huracán por haber deportado sin miramientos a inmigrantes sudaneses que luego fueron torturados en Jartum. Francken, secretario de Estado belga de Inmigración y nacionalista flamenco de la N-VA, deberá afrontar este jueves en el Parlamento de su país peticiones de dimisión de todos los grupos de oposición por vulnerar el derecho humanitario internacional. La polémica amenaza la supervivencia del Gobierno de coalición que dirige el liberal Charles Michel, que ha respaldado su actuación.
Para justificar la oferta de protección a Puigdemont, Francken cuestionó la independencia de la justicia española: "Cuando se ve la situación, la represión en Madrid y las penas de cárcel de que se habla, uno puede preguntarse si habrá un juicio justo". Estas declaraciones del responsable belga de Inmigración datan del 29 de octubre, justo después de la declaración unilateral de independencia del Parlamento catalán. El 30 de octubre, Puigdemont se plantaba en Bélgica, donde todavía se encuentra autoexiliado.
El Gobierno belga siempre ha negado tener un conocimiento previo de las intenciones del expresidente catalán y Charles Michel ha marcado distancias con él en un intento de evitar un conflicto diplomático con España. Pero la NV-A sí ha dado cobertura a Puigdemont en Bélgica desde el primer día: ha estado presenten en sus actos y en la manifestación independentista del 7 de diciembre. Y ha criticado la actuación del Gobierno de Mariano Rajoy. El propio Francken simpatiza con la causa secesionista catalana y ha participado varias veces en la manifestación de la Diada en Barcelona.
En contraste con la inquietud por Puigdemont, a Francken no le preocupaban los riesgos que pudieran correr los inmigrantes deportados a Sudán. En Reino Unido y en Holanda ya había rumores sobre torturas en Jartum, pero no les dio credibilidad, según ha reconocido. Sus propios servicios del Comisariado General para Refugiados y Apátridas también le avisaron.
Pero Francken invitó el pasado otoño a miembros de las fuerzas de seguridad sudanesas para que le ayudaran a identificar quiénes de los inmigrantes que viven a la intemperie en Bruselas eran de origen sudanés para repatriarlos. No le importó que el presidente de Sudán, Omar al Bashir, esté reclamado por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra en Darfur.
Mentiras y críticas en el Gobierno de coalición
El escándalo saltó durante las pasadas Navidades cuando la ONG Instituto Tahrir denunció, con testimonios en primera persona, que de la decena de sudaneses repatriados, la mayoría habían sufrido malos tratos e incluso tortura. Algunos han vuelto a huir de Sudán. Francken mintió entonces incluso al primer ministro asegurando que no había programadas nuevas deportaciones en enero. Lo cierto es que sí estaban prevista una nueva expulsión masiva que se canceló tras conocerse las denuncias. Pese a todo, el secretario de Estado de Inmigración sostiene que ha respetado siempre las reglas europeas y se niega a dimitir.
Su actuación ha provocado críticas incluso en el seno de la coalición cuatripartita de Gobierno, formada por los liberales valones de Charles Michel (MR), la N-VA, y los democristianos (CD&V) y liberales (VLD) flamencos. Varios miembros del CD&V han pedido la dimisión de Francken. Uno de los portavoces del partido, Eric Van Rompuy, cuestiona además la autoridad de Michel. "El primer ministro se ha convertido en la marioneta de la N-VA", ha denunciado. Los ataques han llegado también desde el mundo de la cultura. Los hermanos Dardenne, ganadores de dos Palmas de Oro en el festival de Cannes, reclamaron la salida de Francken del Gobierno en una carta abierta publicada el 2 de enero.
Pero el secretario de Estado de Inmigración se ha convertido en un político intocable en Bélgica. El jefe de filas de la N-VA, Bart de Wever, que también es alcalde de Amberes, ha amenazado con hacer caer el Gobierno belga si se le aparta del Gobierno. "Si Theo Francken debe dimitir, la N-VA dejará el Gobierno", avisó De Wever el pasado fin de semana. "Su posición no está sujeta a discusión, ni hoy, ni mañana ni pasado. Ha aplicado la ley. No es una competencia fácil, tampoco en el plano humano, soy consciente. Pero alguien debe hacerlo y atreverse a hacerlo", sostiene el alcalde de Amberes.
La reacción inicial del primer ministro fue de resistencia. "El chantaje no me impresiona, ni las amenazas, ni las provocaciones", dijo este lunes Charles Michel. Veinticuatro horas más tarde, parecía haberse plegado a las exigencias de la N-VA. No tiene margen de maniobra, no puede gobernar sin ellos. Asume la política migratoria de Francken y cree que nunca le mintió. El primer ministro no quiere "una jungla de Calais en Bélgica". "Hemos adoptado medidas duras para que esto no se produzca, entre ellas la cooperación con Sudán, como lo hacen Naciones Unidas y otros países europeos", se ha justificado este martes en una entrevista con la televisión belga. Michel ha encargado una investigación independiente sobre los sudaneses deportados cuyos resultados se conocerán en enero. Pero su objetivo no es echar a Francken, "extraer lecciones para el futuro".
El Trump flamenco
¿Por qué la N-VA se niega a dejar caer al secretario de Estado de Inmigración? Francken es uno de los políticos más populares no sólo en Flandes sino también en Valonia y Bruselas. Una auténtica locomotora electoral para los nacionalistas flamencos, que además personifica su principal oferta política: mano dura contra los extranjeros. De hecho, se le considera como un posible sucesor de De Wever al frente del partido. La prensa belga le considera el Donald Trump flamenco. Con el presidente estadounidense comparte el gusto por una comunicación agresiva, declaraciones que rozan la xenofobia y el racismo y la adicción a Twitter.
No es la primera vez que Francken se mete en problemas desde su llegada al Gobierno belga en 2014. Ese mismo año, todos los grupos de oposición reclamaron que fuera destituido por haber acudido a la celebración del 90 cumpleaños de Bob Maes, antiguo miembro del partido radical Unión Nacional Flamenca, que colaboró con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
También en octubre de 2014, el secretario de Estado de Inmigración volvió a encontrarse en el centro de la tormenta. Se filtraron viejos correos electrónicos en los que hacía comentarios homófobos, así como un post de Facebook de 2011 en el que cuestionaba el "valor añadido" de los inmigrantes procedentes de Marruecos, Congo y Argelia para la economía belga. Francken se vio obligado a pedir perdón ante el Parlamento belga. "Me doy cuenta de que he hecho daño a la gente diciendo esto. No pretendía hacerlo. Quiero presentar mis más sinceras disculpas", dijo.
Su actitud ahora es mucho más desafiante. "Constato una propaganda odiosa contra mi de determinados periodistas y políticos de izquierdas. A fuerza de tratarme de racista, de fascista o de nazi, estas personas matan cualquier debate sobre la inmigración. Yo digo que la responsabilidad del Partido Socialista es muy grande en una gestión demasiado laxa de la inmigración durante décadas", sostiene Francken.