Hace tres años, pocos meses después de ser nombrado en el cargo, el presidente de la República italiana, Sergio Mattarella (1941), acudió en Palermo a un acto de conmemoración por el asesinato en 1992 del juez antimafia Paolo Borsellino. “Señor presidente de la República, como le he anticipado en nuestro encuentro privado, estoy aquí por usted”, pronunció entonces Manfredi Borsellino, hermano del magistrado, harto de que los políticos italianos sigan presumiendo de la lucha contra la mafia sin haberla extirpado del territorio. Mattarella se levantó de improviso y lo abrazó. No se recordaba antes ni se ha vuelto a ver desde entonces un gesto emocionado del jefe del Estado, el hombre de hielo que conduce las negociaciones que deben dar con el próximo Gobierno de Italia.
Como Manfredi Borsellino, también Mattarella está donde está por persona interpuesta. En este caso, por su hermano Piersanti, presidente de la región de Sicilia hasta que fue asesinado por la Cosa Nostra en 1980. En una de las fotos más célebres de aquellos años de plomo de la mafia, el señor con gabardina que saca el cadáver del coche es Sergio Mattarella, que ejercía la magistratura y daba clases de Derecho Parlamentario en la Universidad de Palermo. Cuentan que la misma noche del funeral, le ofrecieron formar parte de la Democracia Cristiana, en la que militaba su hermano, y que él aceptó por sentido de la responsabilidad.
Aquel momento marcó para siempre la vida y la carrera del hombre de leyes, hijo también de político democristiano, que no se planteaba seguir los pasos de la familia. Sergio Mattarella lo entendió como un deber, se entregó a una vida austera de profundas creencias religiosas y evitó las maquinaciones de la política romana.
Un alma limpia dentro de la manada, lo que le procuró el papel de la figura respetable a la que acudir. A él se encomendaron desde Giulio Andreotti, el genio de las intrigas italianas, que lo nombró por primera vez ministro; a Matteo Renzi, quien lo rescató para la política cuando era juez del Tribunal Constitucional y lo aupó a la presidencia de la República para desagravio de Silvio Berlusconi.
Precisamente los diputados de Forza Italia más fieles a Berlusconi, la Liga Norte y el Movimiento 5 Estrellas (M5E) fueron los que se opusieron a la elección de Mattarella. Los mismos actores a los que este jueves les toca el turno de ganarse su confianza para recibir el encargo de formar Gobierno. Las conversaciones comenzaron el miércoles en el Palacio del Quirinale con los presidentes de las cámaras y los líderes de las formaciones minoritarias, que simplemente abrieron el protocolo, ese gesto tan apreciado en Italia.
Un papel crucial
La función del presidente de la República sería comparable a la del rey en España. Aunque más allá de las tareas representativas, la implicación política va mucho más lejos. Llegado el caso el jefe de Estado italiano podría nominar a una persona –incluso fuera del arco parlamentario- para que se haga cargo del Ejecutivo, pero sus dotes son mucho más valoradas en el arte de desenredar una aparente obstrucción política, como ocurre en la situación actual.
Quienes llegan con más posibilidades de entendimiento son Luigi Di Maio, del Movimiento 5 Estrellas, y Matteo Salvini, de la Liga Norte. Ambos representan una nueva política que apela incluso al nacimiento de una República renovada basada “en los ciudadanos”, como dijo Di Maio el día después de las elecciones. Las conversaciones de ambos con Mattarella significarán no sólo el encuentro con el viejo modelo cimentado en las instituciones, sino el choque entre dos mundos opuestos. De un lado el viejo político democristiano y de otro los jóvenes líderes de las formaciones que aspiran a sepultar a los partidos tradicionales.
De momento, sin embargo, ninguna ha amenazado con romper el esquema institucional. De hecho, antes de las elecciones Di Maio presentó el que sería su hipotético gabinete y la primera copia llegó por correo electrónico al palacio del Quirinale. El M5E lleva desde entonces apelando a la responsabilidad para formar Gobierno, al ser la lista más votada con un 32% de los sufragios. Aunque desde la derecha se arrogan la misma legitimidad, con el 37% que obtuvieron en coalición.
Di Maio mantiene ahora que pactaría con cualquiera menos con Berlusconi. Sin embargo, la puerta cerrada del Partido Democrático de Matteo Renzi le deja solo delante de la ventanilla de la Liga, que debería romper con Forza Italia. Mientras tanto, Salvini dice que la coalición seguirá intacta y hace lo contrario.
En la elección de los presidentes de las cámaras le impuso por sorpresa a Berlusconi una candidata de su mismo partido, con la intención de quemar al aspirante al que pretendía impulsar el ex Cavaliere. El asunto se zanjó con reunión nocturna de emergencia entre la derecha, pacto con el 5 Estrellas para repartirse Cámara y Senado y el mensaje claro de que ya no es Berlusconi sino Salvini el urdidor de los conservadores.
Evitar otras elecciones
Aquello no significó nada, insisten sus protagonistas, aunque el entendimiento entre el M5E y la Liga cada vez es mayor. Fuentes del Quirinale sostienen que Mattarella, que se enfrenta por primera vez a este lance, no le dará el encargo a nadie hasta no estar seguro de que es capaz de conformar una mayoría parlamentaria, por lo que se espera que las negociaciones se prolonguen todavía varias semanas. De lo que se cuidará el presidente de la República es de impedir la creación de un Ejecutivo con la intención de acudir de nuevo a las urnas, como podrían forzar M5E y Liga, para intentar apuntalar sus mayorías.
El Movimiento 5 Estrellas ha trabajado durante los últimos meses para desprenderse del cartel de antisistema, pero la hipotética alianza entre dos fuerzas que han mostrado durante años posiciones euroescépticas probablemente no es la opción más apetecible para el guardián del Estado. Sin embargo, tampoco se duda de la ecuanimidad de Mattarella si ambas formaciones se presentan con la intención de gobernar, como legítimamente le otorgan los votos.
El actual presidente italiano se refugia en un papel opuesto al de su antecesor, Giorgio Napolitano, al que su injerencia en el ejercicio del gobierno le otorgó el sobrenombre de “rey republicano”. Otros predecesores en el cargo también se encontraron en situaciones similares y aunque los gobiernos posteriores fueran breves, siempre hubo una solución. Seguramente la más complicada le tocó a Giovanni Leone, que en 1976 bautizó el llamado gobierno de la “no desconfianza”, cuando los comunistas –que estuvieron a punto de obtener la mayoría- permitieron gobernar a los democristianos con más abstenciones que votos a favor. Esa sería una solución hoy, aunque el primer ministro de entonces era Giulio Andreotti –lo hemos dicho, el genio de las intrigas- y no Di Maio o Salvini.