Tras acaparar titulares con sus posiciones extremistas sobre la inmigración, Matteo Salvini se estrena con la primera gran crisis de gobierno en Italia tras la tragedia del puente Morandi de Génova. Con más de 30 muertos sobre la mesa y en su faceta de viceprimer ministro, el político ultra tiene que hacer frente a la gestión de un accidente que ha conmocionado al país transalpino.
"Como italiano, haré todo lo que esté en mi mano para tener nombres y apellidos de los responsables pasados y presentes, porque es inaceptable que en Italia se muera así", ha proclamado Salvini, que asegura estar dispuesto a depurar responsabilidades caiga quien caiga.
Sin embargo, esta cruzada se podría volver en contra del también responsable de la cartera de Interior. El país se pregunta cómo una infraestructura de este calibre que da servicio a una autopista de gran capacidad se desploma por un "fallo estructural".
El debate sobre el irregular estado de las carreteras y las infraestructuras públicas ya está en la calle. El Ejecutivo de coalición formado por el Movimiento 5 Estrellas y la Liga Norte no puede presumir de tener este asunto como una de sus prioridades de gobierno.
Ante las críticas de la población, el vice primer ministro ha aprovechado el accidente para reforzar su discurso euroescéptico y trasladar a la Unión Europea la responsabilidad de lo ocurrido, cuestionando si Italia debería respetar las restricciones presupuestarias impuestas por la UE.
“Si las limitaciones externas nos impiden gastar para tener carreteras seguras y escuelas, realmente hay que cuestionarse si tiene sentido seguir estas reglas”, declaró. Salvini defendió que la tragedia en Génova demuestra la importancia de aumentar el gasto de inversión en Italia, justificando el mal estado de la infraestructura con los límites de gasto de la UE. "No puede haber un intercambio entre las reglas fiscales y la seguridad de los italianos”, zanjó.
El derrumbe se produce justo cuando el Gobierno italiano trabaja en la aprobación de los presupuestos de 2019 e intenta que la UE flexibilice el déficit exigido al país, para que pueda aumentar el gasto, insistiendo en que determinados tipos de inversión no sean incluidos en los cálculos de la UE.
"Grandes obras inútiles"
Sin embargo, durante los dos escasos meses del Ejecutivo italiano, se han paralizado temporalmente el desarrollo de proyectos de gran envergadura que habían comenzado en anteriores legislaturas. El Gobierno que lidera Giusseppe Conte duda de que ciertos planes reviertan el enriquecimiento de Italia y quiere analizar los esfuerzos que supondrán cualquier inversión. De esta forma, la construcción de grandes obras como nuevos tramos de trenes de alta velocidad o un gaseoducto entre Turín y Lyon están en el aire. "La era de las grandes obras inútiles ha acabado", pregonaban a su llegada al poder.
Tras la conmoción de lo sucedido este martes en Génova, el discurso de varios miembros del Ejecutivo ha cambiado. El titular de la cartera de Infraestructuras, Danilo Toninelli, solo ha acertado a escurrir el bulto: "Autoestrade per l'Italia -filial de Atlantia- tenía una concesión del Estado para encargarse de la gestión y de la manutención de esta carretera. Es absolutamente su competencia", ha insistido en una entrevista con Sky.
Por su parte, la concesionaria italiana ha explicado en una nota que estaba trabajando para consolidar el pavimento del viaducto y que, "tal y como estaba previsto, se había instalado un puente grúa para permitir el desarrollo de actividades de mantenimiento". "Los trabajos y el estado del puente estaban sujetos a la constante observación" de las autoridades locales, ha indicado la compañía.
Un puente sospechoso
Las frecuentes obras en el viaducto y las quejas de los conductores sobre las "oscilaciones" que se experimentaban al transitar por él han puesto en duda el estado de esta infraestructura.
"El puente Morandi es un fracaso de la ingeniería. Hay que cambiarlo". El ingeniero italiano Antonio Brencich describió así en 2016 el viaducto. En una entrevista de hace dos años rescatada por el Corriere della Sera, Brencich avisó de que esta infraestructura era, además, una máquina de perder dinero.
"Llegará un momento en el que el coste del mantenimiento será más alto que el de reemplazarlo" por uno nuevo, pronosticó. De hecho, a finales de 1990 el dinero invertido en mantener a punto este puente de 50 años ya superaba el 80% de lo que se presupuestó para levantarlo.