A sus 13 años, Kolia Lukashenko, hijo del presidente de Bielorrusia, puede presumir de haber estrechado la mano al primer ministro ruso Medvedev (de quien recibió una pistola chapada en oro), al Papa Benedicto, a Obama, a Putin y al difunto Hugo Chávez, entre otras personalidades. En todos los casos, el joven Kolia actuó y fue recibido como representante oficial de Bielorrusia, el país que su padre, Alexander Lukashenko (63) dirige con mano de hierro desde hace 24 años. Lukashenko senior ha declarado en varias ocasiones su intención de que junior le suceda en la presidencia de la que se considera como la última dictadura de Europa.
“Es mi talismán, es mi crucifijo, lo llevo conmigo a donde quiera que voy”. Así justifica Alexander Lukashenko la asistencia de su hijo a tribunas y recepciones desde que, a los tres años, le llevó a presidir un desfile militar vestido de uniforme. A pesar de que el pequeño no cesó de hurgarse la nariz, guiñar los ojos o mostrarse inquieto y aburrido, la presencia de este chaval vestido de traje y corbata se convirtió a partir de entonces en habitual en todos los actos oficiales y ha llegado a asistir a cenas de diplomáticos donde ha bebido champán y discutido asuntos de estado con sus “colegas”.
En un vídeo de hace tres años, el joven Kolia aparece tocando el piano y hablando en mandarín para felicitar el año nuevo a los ciudadanos chinos con porte y maneras de hombrecito de estado. Su padre, que según un rumor amplíamente extendido engendró a Kolia en una relación extramarital con su médica personal, no puede estar más orgulloso de él.
“La Corea del Norte” europea
Para los nueve millones y medio de ciudadanos de Bielorrusia, un país etiquetado como “la Corea del Norte” europea, la perspectiva de tener a Kolia como su próximo dirigente no es más que otra de las peculiaridades que deben sufrir al vivir en un país donde pocas cosas son normales.
A pesar de compartir más de 1.200 kilómetros de frontera con la Unión Europea, Bielorrusia es uno de los regímenes más represores del mundo y también uno de los países más desconocidos. Al desintegrarse la Unión Soviética, la mayoría de los territorios de la antigua URSS comenzó a distanciarse de Moscú y sus dictados, pero Lukashenko, que ha presidido el país desde su creación con un simulacro de democracia, decidió mantener viva la memoria del antiguo régimen y aún hoy día la agencia de seguridad conserva el nombre del KGB (antigua agencia de seguridad e inteligencia soviética). La parafernalia, los símbolos y la retórica que emplea Lukashenko encajarían perfectamente en la URSS de hace 30 años, y también su política autoritaria.
Hace pocos días, el “bachka” o padrecito Lukashenko, como le gusta ser conocido, despidió al primer ministro y a gran parte del gabinete de Gobierno, a quienes acusó de corrupción. No es un gesto inusitado en un país donde el presidente puede nombrar a casi todos los jueces del país a dedo, controla personalmente el presupuesto nacional, sus decretos pueden derogar cualquier ley y el Parlamento debe investir al primer ministro que él proponga o disolverse.
Paraíso de la censura
Para mantener el control absoluto sobre la población, Lukashenko ha impuesto una censura tal que en el índice de libertad de prensa de Reporteros sin Fronteras, Bielorrusia ocupa el puesto 155 de 180 países, por debajo de Congo, Suazilandia o Sudán del Sur. Según esa misma organización, más de 100 periodistas fueron detenidos el año pasado y muchos de ellos golpeados, encarcelados y sus domicilios registrados. En el régimen de Lukashenko está prohibido postear en foros de internet sin registrarse con el nombre real y los reporteros que trabajan para medios no bielorrusos no pueden obtener acreditación y por tanto no están autorizados a cubrir ningún acto oficial ni asistir a ruedas de prensa. Ningún medio de comunicación con más de un 20% de capital extranjero puede establecerse en Bielorrusia.
Mi hijo no puede dormir por la noche si antes no le cuento alguna historia. Pero no quiere cuentos tradicionales sino batallas y guerras
Como tantos otros dictadores, Lukashenko evita referirse a sí mismo con ese adjetivo, aunque en una ocasión dijo que era mejor “ser un dictador que ser gay” al ser cuestionado por un diputado alemán homosexual. En su larga lista de declaraciones polémicas no podían faltar las alusiones a los judíos (“no cuidan los lugares donde viven”), Hitler (“no todo era malo en él; el orden alemán alcanzó su cima bajo su régimen”) y la prensa que le critica (“sucia propaganda”).
Oposición clandestina
La oposición política es casi inexistente en Bielorrusia, y los escasos grupos disidentes tienen que actuar prácticamente en la clandestinidad por miedo a la represión. En 2015 se produjo un ataque terrorista cuyas circunstancias nunca han sido esclarecidas en el metro de Minsk, la capital. 15 Personas fallecieron y 195 resultaron heridas en lo que oficialmente fue un intento de desestabilización del país y se convirtió en la excusa perfecta para detener, torturar y en algunos casos asesinar a un número indeterminado de opositores a Lukashenko. En 2020 se celebrarán nuevas elecciones presidenciales, pero es poco probable que Lukashenko, cuyo partido obtuvo todos y cada uno de los escaños en los comicios de 2008, y el 80% de los votos en las presidenciales de 2010 vaya a dejar el poder.
Bielorrusia es un país que se podría describir a base de curiosidades, contradicciones y anécdotas trágicas: el accidente de Chernobyl contaminó el 20% de sus tierras y afectó a dos millones de bielorrusos, pero 31 años después de la tragedia, el Gobierno está construyendo una enorme central nuclear seis veces mayor; la poetisa Svetlana Alexiévich obtuvo en 2015 el Nobel de Literatura pero ese mismo año, una emblemática librería de Minsk fue sancionada con 60.000 euros por vender libros prohibidos; Maradona fue recibido hace poco con un imponente desfile militar que le dio la bienvenida al tomar posesión de la presidencia de uno de los principales clubs de fútbol del país, pero el propio Lukashenko prefiere el hockey sobre hielo; el idioma bielorruso solo se habla en las áreas rurales y el ruso es el verdadero idioma oficial del país, pero Lukashenko gusta de insistir en la “orgullosa independencia” de su país frente a Moscú, a pesar de que el 50% de su comercio exterior se produce con Rusia; por último, es el único país de Europa que mantiene la pena de muerte para tiempos de paz.
“Mi hijo no puede dormir por la noche si antes no le cuento alguna historia”, afirma el presidente bielorruso. “Pero no quiere cuentos tradicionales, sino historias de guerras y batallas; estos días le estoy contando la historia de Napoleón y la gran Guerra Patriótica de 1812”, declaró a unos periodistas. Para muchos, el régimen de Lukashenko se alimenta precisamente de cuentos, guerras y una larga noche que dura ya 24 años.