Tras lo que la prensa británica califica casi unánimemente de "humillación" en la cumbre de Salzburgo, Theresa May se ha visto obligada este viernes a improvisar en Londres una declaración institucional de respuesta al ultimátum de la UE. Los jefes de Estado y de Gobierno de los 27 han tachado de "inaceptable" el plan de May para el brexit y le han dado un plazo de un mes para hacer nuevas propuestas o capitular a las exigencias de Bruselas.
En tono desafiante, la primera ministra británica ha reclamado respeto a los dirigentes de la UE y les ha instado a presentar alternativas que sirvan para desatascar las negociaciones de divorcio. Además de amenazar con un brexit caótico ("Es mejor que no haya acuerdo antes que un mal acuerdo"), May se ha presentado como víctima: sostiene que los líderes europeos no le han explicado por qué no les gusta su plan.
"No es aceptable rechazar simplemente las propuestas de la otra parte sin una explicación detallada y con propuestas alternativas", se ha quejado. "Así que ahora la UE debe decirnos cuáles son los verdaderos problemas y cuál es su alternativa, de forma que podamos discutirla. Hasta entonces, no podremos hacer progresos", ha dicho May. ¿Pero tiene razón la primera ministra británica en sus quejas?
La respuesta corta es que no. La UE ha dejado claras desde el primer momento sus objeciones al acuerdo de Chequers. Es verdad que lo ha hecho con mucha cautela, destacando las partes positivas del plan y quitando hierro a las críticas. No era falta de respeto, sino todo lo contrario: una muestra de deferencia hacia May. Los dirigentes comunitarios no la querían debilitar todavía más tras la dimisión de dos ministros euroescépticos, Boris Johnson y David Davis. Para ambos, Chequers no permite la ruptura radical con la UE que ellos propugnan.
Si en la cumbre de Salzburgo los líderes europeos utilizaron un tono más agresivo en su rechazo al plan de May, fue porque la primera ministra británica se presentó con una "posición sorprendentemente dura y de hecho intransigente", ha dicho el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, en un comunicado de respuesta a May.
Contra el mercado único
El plan de la primera ministra para el brexit contempla por un lado que Reino Unido se quede en el mercado interior para mercancías, sujeto a las reglas de la UE únicamente en esta materia. Por otro, aboga por cerrar un acuerdo aduanero a medida, según el cual Londres recaudaría los aranceles en nombre de la UE pero al mismo tiempo podría fijar sus propias tarifas externas. Con estas dos piezas, sostiene la primera ministra británica, no sería necesaria una "frontera dura" entre Irlanda e Irlanda del Norte.
Desde el minuto uno, el negociador de la UE para el brexit, Michel Barnier, ha rechazado estas dos propuestas. Si el acuerdo de Chequers se aprobó a principios de julio, Barnier hizo ya públicas sus críticas a finales de ese mismo mes: primero tras una reunión de los ministros de Asuntos Europeos de la UE y días más tarde en rueda de prensa con el negociador británico, Dominique Raab. Y volvió a repetir sus dudas a una delegación de la Cámara de los Comunes que viajó a Bruselas a principios de septiembre.
"Las propuestas hechas en el Libro Blanco (de Chequers) en dos puntos no son aceptables tal y como están. No son aceptables para la UE. Se trata de la propuesta sobre aduanas y la propuesta de un código de normas conjunto para las mercancías", les dijo Barnier a los parlamentarios británicos. "Para nosotros, hay un auténtico problema de fondo porque debilitarían y conducirían a la destrucción del mercado único, así que ustedes no pueden pedirnos que hagamos concesiones sobre los auténticos cimientos de la UE", asegura. Difícilmente podía ser más categórico.
Londres no puede elegir a la carta
Bruselas considera que la propuesta de Londres de quedarse únicamente en el mercado interior de mercancías constituye un intento de elegir a la carta los beneficios de la UE sin cumplir las obligaciones asociadas, por ejemplo la libre circulación de personas. Para los dirigentes de la UE, las cuatro libertades (libre circulación de mercancías, capitales, personas y servicios) son indisociables: May no puede quedarse sólo con lo que le convenga.
En cuanto al acuerdo aduanero ad hoc, Barnier ha explicado que la UE no puede delegar en un país tercero la recaudación de sus aranceles y que la propuesta de May crearía cargas burocráticas adicionales inaceptables para las empresas comunitarias.
"Pedimos al Gobierno británico que entienda que quien abandona la Unión no puede encontrarse en una situación tan privilegiada como un Estado miembro. Si se abandona la Unión, ya no se forma parte del mercado único ni, por descontado, sólo de las partes del mismo que a uno se le antojen", avisó el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, durante su discurso sobre el estado de la UE a mediados de septiembre.
A su llegada a la cumbre de Salzburgo el miércoles, también Donald Tusk detallaba sus críticas al plan de May. "En otros temas, como la cuestión irlandesa o el futuro marco de cooperación económica, las propuestas de Reino Unido deben rehacerse y negociarse más", aseguró. Es decir, la primera ministra británica no puede alegar en ningún caso que el rechazo a su plan le pillara por sorpresa.
May rechaza todas las alternativas
Tampoco es cierto que la UE no haya puesto sobre la mesa alternativas, como asegura May. Desde el principio, Barnier ha dicho que con las líneas rojas trazadas por el propio Gobierno británico (restringir la entrada de europeos, acabar con las contribuciones a las arcas comunitarias y con la tutela del Tribunal de Luxemburgo o recuperar una política comercial autónoma) la única opción disponible es un acuerdo de libre comercio como el de Canadá, con un estatus especial para Irlanda del Norte con el fin de evitar una frontera física.
Si May quiere que sus relaciones comerciales con la UE sean lo más parecidas posible a las actuales, sostiene Barnier, debería optar por el modelo de Noruega, Islandia y Liechtenstein. Es decir, quedarse en el mercado único y la unión aduanera, seguir pagando a la UE y mantener el libre movimiento de europeos, aunque sin voz ni voto en las instituciones comunitarias. En esta opción de brexit suave no habría frontera física en la isla de Irlanda y por tanto Irlanda del Norte no necesitaría un estatus especial.
Pero la primera ministra británica ha vuelto a rechazar este viernes ambas alternativas. La primera porque considera que el estatus especial para Irlanda del Norte cuestiona la integridad territorial de Reino Unido. La segunda, porque le impediría materializar algunas de sus promesas sobre el brexit, en particular la limitación de la entrada de europeos.
¿Qué va a pasar ahora? "Estamos en un impasse", ha admitido May en su declaración institucional. En Bruselas apenas ha habido reacciones oficiales a sus palabras. Fuera de micro, la Comisión asegura que está trabajando de forma constructiva y seguirá haciéndolo. Pero es improbable que la UE vaya a presentarle una nueva oferta a Londres: el brexit es una decisión de Reino Unido y son los británicos los que deben asumir las consecuencias, repiten en la capital comunitaria.
Con el portazo que ha dado May este viernes, el escenario que gana más peso es el de un divorcio sin acuerdo. La "hora de la verdad", en palabras de Tusk, será la próxima cumbre del 18 y 19 de octubre. Si allí la primera ministra británica no capitula a las exigencias de la UE, se acelerarán los preparativos para un brexit caótico el 19 de marzo de 2019.
El presidente del Consejo Europeo todavía ve resquicios para el optimismo. "Aunque entiendo la lógica de las negociaciones, sigo convencido de que un compromiso, bueno para todos, todavía es posible. Digo estas palabras en tanto que amigo cercano de Reino Unido y auténtico admirador de la primera ministra May", ha dicho Tusk. Ni una pista de cómo recomponer los cristales rotos.