Hasta hace muy poco, casi nadie conocía en Alemania al profesor Martin Wagener. Sabían de él sus estudiantes aprendices de espías en la Universidad de Ciencias Aplicadas para la Administración Pública de Haar, una localidad situada a proximidad de Múnich. Wagener, a sus 48 años, ha mantenido una discreta carrera como politólogo y especialista en relaciones internacionales.
Sin embargo, sus ideas sobre la protección del territorio alemán lo han hecho ahora popular. Wagener es partidario de levantar un muro en las fronteras alemanas para luchar contra las amenazas exteriores que acechan a la seguridad del país de la canciller Angela Merkel. En otro momento, hubiera sido muy probable que se prestara poca atención al libro de Wagener en el que el profesor explica su propuesta, una solución a la ideada por el presidente Donald Trump en Estados Unidos. El volumen se titula Las fronteras inseguras de Alemania: alegato para un nuevo muro protector. Pero en la actual Alemania, el debate público no se ha deshecho de temas como la inmigración, el asilo y sus consecuencias. En este contexto, el alegato de Wagener genera interés.
De lo contrario, no habría sido entrevistado por el diario amarillista Bild, el periódico más vendido en Alemania – y Europa – hace unos días, ni sus ideas habrían llegado a celebrarse entre algunos parlamentarios. La idea de un muro protector en las fronteras germanas cuenta con la bendición de notables del partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD). “La propuesta de Wagener está fundada y puede servir de plan de acción para un eficiente control de nuestras fronteras”, ha señalado Alice Weidel, la lideresa de AfD en el Bundestag.
Que en AfD hayan celebrado la propuesta de su libro ha llevado a que a Wagener se le asocie con la extrema derecha. A principios de mes Wagener se vio obligado a desmentir que fuera un “radical de extrema derecha”, “antisemita”, “xenófobo” y , entre otras cosas, un enemigo de la constitución. Algunos de esos epítetos sí podrían servir para caracterizar a más de uno en AfD.
“Yo no tengo ninguna influencia en qué partidos del Bundestag encuentran buena o mala mi propuesta”, afirma Wagener a EL ESPAÑOL. “Eso no puede jugar ningún papel a la hora de escribir un libro, de lo contrario tendría que autocensurarme”, abunda. Wagener dice “alegrarse” de que haya miembros del Parlamento teutón que se interesen por su idea. “Para mí no es importante a qué partido pertenezcan”, reconoce Wagener.
Su muro para asegurar los cerca de 4.000 kilómetros de fronteras alemanas es un proyecto caro, muy caro. “Los costes para la construcción de la instalación fronteriza están estimados en 20.000 millones de euros”, dice Wagener. Eso no es todo. “Los gastos anuales de los 90.000 agentes fronterizos [necesarios, ndlr.], yo los estimo en 9.300 millones de euros”, añade el profesor de la Universidad de Ciencias Aplicadas para la Administración Pública de Haar.
Para dar cuenta de que su idea no es tan lujosa como pudiera parecer, Wagener echa mano de la excepcional operación de integración de refugiados realizada por Alemania en 2015 y 2016. En ese tiempo llegaron a suelo germano no menos de 1,5 millones de demandantes de asilo, la mayoría procedente de Siria. “El coste de lo relacionado con los refugiados, entre 2016 y 2021, debería alcanzar los 71.310 millones de euros, excluyendo los costes de combatir las causas de los desplazamientos [de los demandantes de asilo, ndlr.]”, sostiene Wagener.
Una smart fence: vallas, alambre de espino, hormigón y robots
Hay que imaginarse la gran infraestructura que describe Wagener en su libro como una frontera digna de los avances tecnológicos del siglo XXI. A saber, lo que se viene a llamar entre especialistas una smart-fence. Es decir, una frontera física múltiple, con patrullas de agentes fronterizos circulando ante la primera barrera compuesta por una verja de cuatro metros. “Podría estar reforzada con alambre de espino, sensores de movimiento y dispositivos que impidan saltar”, expone Wagener. Tras esa primera barrera, habría un espacio con obstáculos destinados a “hacer difícil avanzar rápido” como “elementos con alambre de espino”, según Wagener.
Por último, un muro de cuatro metros de cemento debería servir de última frontera. Para ahorrar costes, Wagener aconseja estar a la última, echando mano de avances identificados con la “frontera inteligente” que ha prometido para el sur España el ministro del Interior español, Fernando Grande-Marlaska. Para ello, se necesitan elementos como el “Robo Guard”, o sea, robótica aplicada a la vigilancia de fronteras.
La asegurada frontera en la que cree Wagener no está completamente cerrada. Cuenta con puntos abiertos vigilados en los que pueda haber tránsito de vehículos, personas y bienes. Para él, la clave está en plantar cara a dos fenómenos: la entrada de criminales transnacionales, por un lado, y, por otro, la de refugiados e inmigrantes en situación irregular. “De repetirse una situación como la de 2015, Alemania no podría proteger sus fronteras. Esto sólo puede significar lógicamente que, una frontera sólo puede controlarla quien tiene una instalación fronteriza eficaz”, sostiene el profesor de la Universidad de Ciencias Aplicadas para la Administración Pública de Haar.
“España y Alemania deben acabar con su cultura de bienvenida”
En sus explicaciones está ausente la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, documento que garantiza el asilo y las responsabilidades de las naciones que lo ofrecen. Lo que sí consta es el convencimiento de que tanto Alemania como España deberían, para “mejorar” sus políticas migratorias, “acabar con su nueva cultura de bienvenida”. Ésta, a su entender, “atrae a refugiados e inmigrantes, especialmente en un tiempo en el que Italia es más restrictiva en esta materia”.
Según Wagener, España debería, como Alemania, cambiar esa cultura al tiempo que aumenta sus contribuciones al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). “Así se puede ayudar más”, sostiene Wagener.
A buen seguro, él quisiera ver al Gobierno de Merkel poner en práctica sus ideas. Pero sabe que eso no va a ocurrir. Estos días se celebran los tres años del “¡Lo logramos!”, mantra con el que la canciller ha tratado de convencer a la población alemana de que el país es capaz de asimilar la llegada de millón y medio de refugiados en dos años. Esa integración está teniendo lugar, aunque no sin inquietantes fenómenos, como el auge de AfD, partido al que hay sondeos que ya sitúan como segunda fuerza política, o las reacciones de xenofobia extrema como las vividas en Chemnitz.
“El actual Gobierno no va a considerar mi propuesta”, sostiene Wagener. “Sólo cuando la situación empeore, los líderes alemanes se plantearán nuevas opciones, incluida la de la seguridad en las fronteras”, concluye.