El acuerdo anunciado entre el gobierno británico y la Unión Europea se ha recibido en Reino Unido con críticas por todos lados. Los defensores de permanecer en la Unión Europea lo consideran muy negativo, por descontado. Sin embargo, y esta es la parte más importante, es improbable que el propio partido conservador apoye este acuerdo en el parlamento. Jacob Rees-Mogg ha tildado el acuerdo de “fracaso de los negociadores y fracaso de Brexit”. Boris Johnson ha dicho que convierte al Reino Unido en un “estado vasallo” y Nigel Farage lo ha descrito como “el peor acuerdo de la historia”.
Incluir a todo el Reino Unido en la unión aduanera y mantener el pago de 10.000 millones de libras anuales por irse de la Unión Europea es algo que la mayor parte de los parlamentarios conservadores rechazan y que no contenta ni a los laboristas –que tampoco son pro UE, tengámoslo claro- ni a los liberal-demócratas.
Ese es el gran problema con el que se enfrenta el gobierno de Theresa May. Que ni siquiera el propio gobierno en su conjunto apoya este acuerdo. Las dimisiones que se han registrado lo demuestran. Jo Johnson dimitió esta semana y aunque el resto del gobierno decida aceptar este acuerdo como un mal menor, es muy difícil que lo apruebe el parlamento.
En el centro de la polémica está un proceso negociador que la Unión Europea ha tratado, correctamente, como un problema del Reino Unido. Pero dejando que el Reino Unido lidiara con sus propias divisiones y problemas, la UE ha perdido también la ocasión perfecta de ofrecer a los ciudadanos británicos y del resto de Europa un proyecto renovador, líder e ilusionante. La desunión, crispación y desacuerdo que se vive en la sociedad y debate político británico ha funcionado muy bien para la Unión Europea y su mensaje, pero en el camino ha perdido la oportunidad de fortalecer su proyecto para atraer a los euroescépticos de todos los países. Y ese es el gran problema. Que en muchos círculos en Bruselas se ha visto el brexit como una oportunidad para enrocarse en el proyecto político y dirigista, en vez de avanzar hacia un proyecto de liderazgo global, económico y político.
Sin embargo, debemos analizar la parte británica. En el fondo, el problema del gobierno es que lo lidera una persona, Theresa May, que debe presentar una propuesta de salida de la UE cuando siempre ha sido una defensora de quedarse (Theresa May hizo campaña inicialmente por el “Remain”). Así, no es de extrañar que en un parlamento donde los partidos no ejercen disciplina de voto, la aritmética a favor de este acuerdo no esté nada clara.
Lo es de extrañar que en un parlamento donde los partidos no ejercen disciplina de voto, la aritmética a favor de este acuerdo no esté nada clara
El parlamento británico tiene más miembros a favor del brexit que en contra, seamos claros. Recordemos que Jeremy Corbyn y otros líderes laboristas siempre han mostrado una posición a favor de seguir con el Brexit. Pero la división que existe en el partido conservador también se da en el laborista. Emily Thornberry ha criticado duramente a Corbyn por no defender un nuevo referéndum.
A río revuelto ganancia de pescadores
Boris Johnson y los pro-Brexit ven una oportunidad para debilitar a Theresa May y forzar un cambio de liderazgo que encumbre a un líder más comprometido con una negociación dura.
Los laboristas moderados, que llevan meses aterrados con la deriva radical de la era Corbyn, también ven una oportunidad para debilitar al líder que intenta llevar al laborismo a la ultraizquierda. La mejor bandera del laborismo moderado es un acuerdo para un nuevo referéndum y mantener una posición positiva con la Unión Europea.
¿Cuál es el problema? Que a pesar de lo que muestran algunas manifestaciones, si hubiera un segundo referéndum el resultado probablemente sería igual. En Reino Unido no hay voces con peso político y apoyo popular real que defiendan el proyecto de la Unión Europea, y eso se traslada a los ciudadanos. En Reino Unido el debate está en ver la Unión Europea como un socio molesto o como un peligro imposible de solucionar. Un grave error de comunicación durante años por parte de políticos locales y también por parte de la Unión Europea.
Nosotros, desde Europa, vemos el brexit con tristeza, como no puede ser de otra forma. Sin embargo, en Reino Unido, las noticias que llegan de la Unión Europea no atraen de manera especial. Alto paro, problemas de inmigración no resueltos, falta de liderazgo global, enormes impuestos, el fantasma de una nueva crisis de deuda en Italia y los periféricos… Los líderes pro-Europa no ofrecen otro argumento a los ciudadanos que el de la mala situación económica, pero los británicos ven el paro a mínimos de 75 años, mientras que en el otro lado ven la ralentización de la eurozona, añadido a los presupuestos inconscientes de otros países, y tampoco encuentran una razón incuestionable para mantenerse en el club. El ciudadano que vota brexit no parece convencido de que la única solución sea pertenecer a una unión que exige cada vez más y ofrece menos.
Las reacciones al acuerdo no han sido muy eufóricas en ningún caso. Parece algo que se presenta para perder. La libra no se disparaba como se podría pensar si el acuerdo fuera practicable.
Llegar a un acuerdo que beneficie a todos es difícil, pero no imposible
El problema del Reino Unido es que el acuerdo que contentaría a los pro-Brexit es imposible, y que el acuerdo que contentaría a los pro-UE es impracticable. Que el mensaje de la ruina económica no cuela entre los pro-Brexit y el de las maravillas de la UE no se lo han creído ni siquiera los que defienden otro referéndum.
Económicamente, ha sido un error presentar a los ciudadanos británicos la idea de “o la UE o el caos”, porque no funciona cuando no se ofrece un proyecto común ilusionante y de liderazgo global.
La división en el Reino Unido es muy evidente. El Reino Unido, una de las voces que defendía la libertad económica y la apertura en una Unión Europea crecientemente burocrática, es un factor esencial para avanzar en Europa. Llegar a un acuerdo que beneficie a todos es difícil, pero no imposible. Y estoy convencido que, aunque este acuerdo no se apruebe, es un paso adelante que debe hacer que el gobierno británico recapacite y presente un plan sólido, un plan de país y de colaboración con los que seguirán siendo sus principales socios.