En Las ciudades invisibles (1972) de Italo Calvino el modelo omnipresente es muy claro. "Cada vez que describo una ciudad digo algo de Venecia", confiesa Marco Polo en su relato al rey Kublai Kan. Ciertamente, la ciudad-isla con forma de pez es uno de los lugares más conocidos del mundo, una maravilla antigua y moderna, se haya visitado ya o todavía sea reflejo de imágenes de libros y películas, a la espera de desaparecer de la to-do list. Sin embargo, se da una paradoja de las buenas porque Venecia es una ciudad invisible en dos sentidos: hay una verdadera Venecia que permanece desconocida frente al brillo de los monumentos de relumbrón y muchos peligros pueden hacerla desaparecer más pronto que tarde.
Como todo buen tesoro, Venecia está rodeada de amenazas tanto naturales como humanas: el cambio climático que agrava el delicado equilibrio de la laguna, un turismo masificado y sin piedad con la especulación aneja, y la mala política y la corrupción que redondea la cosa. Hay que confesar que se trata de una ciudad difícil de gestionar, que precisa de un ingenio despierto para hacer frente a un buen puñado de desafíos, como el acqua alta tristemente famosa estos días: es un fenómeno natural, sí, que depende de factores como la luna, los vientos (sobre todo el scirocco) y la condición de la laguna, pero no únicamente, porque desde hace tiempo se viene alterando el ecosistema con la excavación de canales más profundos para facilitar el tránsito de los monstruosos cruceros que vomitan hordas de 'turistas' (con comillas porque poco pueden conocer ni beneficiar) y que han causado ya dos accidentes en 2019 que tendrían que servir de aviso. Tampoco el sistema de protección (Mose) ha pasado de ser un emblema de corrupción política, con millones tirados a la basura en un proyecto que ni está acabado ni funciona. Pero es que la catástrofe parece que tiene que ser total para despertar: la amenaza también somos nosotros.
Pues bien, hace unos días Venecia sufrió un golpe en forma de un acqua alta excepcional (acqua granda) de 187 cm que constituye el segundo pico histórico (12 de noviembre), seguido de otras dos tandas de 154 y 150 en jornadas sucesivas, que ha causado la declaración de estado de emergencia climática y ha tenido en jaque a la ciudad: escenas apocalípticas, casas inundadas, familias que lo han perdido todo, negocios paralizados, daños millonarios, dos muertos, miedo y dolor. Pero no solo, porque toda cruz tiene su cara, y también hay esperanza.
En Venecia hay nombres que se repiten de memoria como la lista de los reyes godos: Piazza San Marco, Rialto con mercado y puente, la Galería de la Academia y otros museos con Giorgione y compañía, el Caffè Florian y muchos más merecen un salto, claro que sí. Pero Venecia es más, mucho más: son los bacari donde beber más de una ombra (copita de vino), comer ciccheti (si es de baccalà mantecato, mejor que mejor), la música del venexian, la historia de la Serenissima con el recuerdo de dogi y guerras, deambular por cada sestiere (los seis barrios de la ciudad) y perderse más de una vez, navegar en barca entre las islas y vogare (remar de pie) en un sàndolo, ver el alba desde la Punta della Dogana… Un universo algo cifrado que apenas se puede conocer gracias a la buena voluntad de la gente y algún que otro capote (como la Venipedia o Il viaggio di scoperta). Con todo, el corazón de Venecia son los venecianos, gente sincera y orgullosa de su ciudad y su identidad que sortean las incomodidades cotidianas de una ciudad complicada y custodian su cultura y tradiciones. Y, junto a los venexiani DOC, también están los venecianos de adopción y de corazón, todos aquellos que se enamoran de la ciudad, la viven como suya y la cuidan.
Justamente, la virtud que ha tenido la desgracia reciente ha tenido lugar entre la gente con una marea de generosidad y solidaridad, sobre todo entre los jóvenes: al lado de los vecinos que combatían codo con codo y se animaban a resistir (Duri i banchi!), se dio una explosión de jóvenes estudiantes de institutos y universidad venidos un poco de todas partes para echar una mano en lo que hiciera falta (de clavar puertas y salvar libros a limpiar una iglesia y transportar basura), bajo la benemérita coordinación de la asociación Venice Calls, que con toda razón han sido bautizado popularmente como los angeli dell’acqua alta. Toda una admirable lección de vida.
Y acaso haya otro motivo para la esperanza: el 1 de diciembre tiene lugar el referéndum para la autonomía de la ciudad, esto es, para la separación de Mestre y Venecia, hasta ahora unidas en un comune único como terra ferma y centro histórico, para pasar a ser dos ciudades con todas las de la ley. Un evento capital que no se conoce y que precisamente puede ser el origen del renacimiento porque, sin entrar a hacer campaña, son dos realidades diversas y ambas han de ser gestionadas en consecuencia. De otra manera, la rueda seguirá girando, Venecia se vaciará de habitantes y será el perfecto Disneyland que algunos desean: morirá la invisible ciudad viva que es el corazón de la isla y, Dios no lo quiera, acabará por desaparecer. La decadencia tiene su encanto, pero hay que evitar la muerte: solo hay que querer.
***Adrián J. Sáez es profesor de Literatura en la Università Ca’ Foscari Venezia