"La islamización empieza con un kebab y tenemos que hacer todo lo que podamos para que nunca se construya una mezquita en Eslovaquia". El hasta hace poco presidente del Congreso de los Diputados de Eslovaquia, Andrej Danko, justificaba así la ley que, en la práctica, prohíbe que haya una sola mezquita en ese país. La ley en cuestión exige que, para constituirse como una iglesia y tener ventajas fiscales y poder tener sus propias escuelas y templos, una confesión debe tener al menos 50.000 fieles registrados, en lugar de 20.000, como ocurría hasta hace poco.
El cambio en la legislación eslovaca fue la consecuencia de una campaña electoral, la de 2016, que estuvo centrada en el rechazo a los refugiados provenientes de países musulmanes. El lema de uno de los partidos era, simplemente, "Stop inmigrantes". Otro, el de Robert Fico, que ganó las elecciones y fue primer ministro hasta 2018 -cuando tuvo que dimitir en relación con el escándalo de un periodista asesinado- era también muy explícito: "Protegemos Eslovaquia". Ambos líderes formaron una precaria coalición, junto a otros dos partidos, y la prohibición de facto contra las mezquitas fue unos de los pocos asuntos en los que lograron un acuerdo. De hecho, incluso parte de la oposición votó a favor de la medida, aunque se rechazó la propuesta de un partido ultra derechista que pretendía elevar el número de fieles requerido a 250.000.
En Eslovaquia, el 60% de la población se declara católica y se estima que puede haber entre 2.000 y 5.000 musulmanes en todo el país. Lo más parecido a una mezquita que hay en Eslovaquia es una habitación del centro cultural islámico 'Córdoba', de Bratislava, donde se ha habilitado una habitación para rezos, con capacidad para unas decenas de personas.
Que la ley se dirigía expresamente contra la comunidad musulmana quedó fuera de duda cuando Robert Fico declaró que "no hay sitio para el Islam en Eslovaquia; es el deber de los políticos hablar alto y claro sobre estas cosas: no me gustaría que hubiese decenas de miles de musulmanes (en Eslovaquia)". La ausencia de templos musulmanes fue uno de los argumentos de Fico para negarse a acoger refugiados no cristianos en suelo eslovaco: "no creo que estén a gusto aquí, no tenemos mezquitas".
Andrej Danko, uno de los principales socios en el gobierno de Fico, reafirmó la postura del gobierno afirmando que "el Islam es incompatible con nuestra cultura". Danko, que presidió el Congreso eslovaco hasta hace unos meses, lidera un partido nacionalista que de vez en cuando se ve rodeado de polémica, como cuando se demostró que Danko había plagiado su tesis doctoral o su amigo el ministro de Defensa le otorgó el rango de capitán, cuando Danko nunca ha sido militar de carrera.
Con el cambio de gobierno, Danko perdió su capitanía y volvió a ser cabo en la reserva en que se convirtió al acabar el servicio militar. Tras unirse al Partido Nacionalista Eslovaco, convirtió a la minoría musulmana en blanco de sus críticas y se ha prodigado con declaraciones que alertan de una supuesta "invasión cultural" del país: "El Islam empieza con un kebab, y hay que darse cuenta de a dónde nos puede llevar esto en diez años; no quiero que nunca haya miles de musulmanes en Eslovaquia", ha dicho.
Países islamófobos
En la vecina República Checa, donde solo hay tres mezquitas, la situación de esta minoría es igualmente difícil. En una encuesta independiente de 2017, sólo el 12% de los checos dijo que aceptaría a un musulmán en su familia. El caso de Jaromir Balda, un granjero de 72 años que se dedicaba a bloquear las vías del ferrocarril con troncos de árbol en los que dejaba escrito "Alá es grande" para tratar de inculpar a musulmanes, es un ejemplo del ambiente hostil que se encuentran los musulmanes en ese país. Balda se convirtió en el primer checo condenado por terrorismo en la historia.
En la cercana Hungría, ni siquiera la visita de Erdogan del año pasado sirvió para desbloquear la construcción de una gran mezquita en Budapest. El templo iba a costar 7 millones de euros y habría sido la primera mezquita en construirse en suelo húngaro en los últimos siglos. En Hungría hay cuatro mezquitas y unos 30.000 musulmanes y un portavoz de Fidesz, el partido que lidera Viktor Orbán, dejó claro hace tiempo que "no habrá mezquitas en Hungría (…) por razones de seguridad nacional".
En Polonia, otro de los países que han sido calificados de "islamófobos sin musulmanes" por combinar una actitud desfavorable contra una minoría tan reducida que es casi invisible (unas 30.000 personas), se calcula que el 20% de los delitos de odio se dirigen contra los musulmanes, convirtiéndolos en la comunidad más atacada.
Cuando una comunidad islámica Ahmadiyya (con origen en el Punyab) intentó construir una mezquita en Varsovia, consiguió vencer las suspicacias de grupos vecinales que se negaban a ello, pero al final las autoridades locales denegaron en 2013 el permiso para construir un "elemento culturalmente extraño" pues "devaluaría el valor inmobiliario del barrio". El templo se construyó finalmente en 2015, pero desde entonces ha sufrido ataques que incluyen pintadas de cabezas de cerdos y cristales rotos. Los medios afines al gobierno acostumbran a publicar en sus portadas montajes con imágenes de personas con turbantes y velos junto a titulares como "la invasión ha comenzado", "la violación islámica de Europa" o "el califato europeo".
En 2017 se produjo el incidente más grave hasta la fecha: en la ciudad de Ełk cerca de Lituania, un tunecino nacionalizado polaco mató con un cuchillo a un joven que había robado en su tienda. Los disturbios que siguieron fueron calificados por el ministro de Interior polaco, Mariusz Błaszczak, como "una comprensible expresión del miedo" al terrorismo islámico que hay en Europa. Pero, dijo Błaszczak, que actualmente es el ministro de Defensa, "Polonia está afectada por los problemas sociales que vemos en otros lugares de Europa, donde grandes enclaves de inmigrantes musulmanes no se integran con el resto de la sociedad".
Si Eslovaquia constituye una excepción contra los musulmanes en Europa, existen muchos países donde el cristianismo es perseguido de manera institucional: en Somalia, Sudán o Maldivas, el Islam es la religión oficial del estado y convertirse al cristianismo puede acarrear desde la pérdida de la ciudadanía hasta la pena de muerte. En países de mayoría musulmana como Paquistán, Libia, Nigeria, Afganistán, Irán, Kenia o Birmania, los cristianos son reprimidos, perseguidos y agredidos de diversas formas, y en lugares como Uzbequistán se están revocando las licencias necesarias a iglesias católicas y se está prohibiendo construir otras nuevas. Un caso especial es el de Arabia Saudí, donde hay más de un millón de cristianos (la mayoría inmigrantes), ninguna iglesia y abandonar el Islam está penado con la muerte.