La política internacional se coló en la casa de los polacos que viven cerca de la frontera con Bielorrusia hace unos meses. Ocurrió cuando empezó la crisis migratoria que ha arrastrado a decenas de miles de personas (iraquíes, sirios y afganos, sobre todo), a intentar llegar a la próspera Europa desde sus países.
Los dramas humanos que generan situaciones como esta son mucho más que un minuto en el telediario o una foto triste en el periódico para los vecinos de casi 200 pueblos incluidos en la zona donde el gobierno instauró el estado de emergencia en septiembre. Eso significa que, por ejemplo, las organizaciones humanitarias tienen restringido el acceso a la zona. Y cada noche, cientos de inmigrantes se juegan la vida cruzando los densos bosques polacos, esperando encontrar a alguien que les ayude.
El grupo Madres en la Frontera, que recibió el apoyo de las esposas de tres expresidentes polacos, ha llevado a cabo varias protestas en las que exigen que, al menos, se permita a los niños inmigrantes y a sus madres permanecer en Polonia en vez de ser expulsados del país. "El lugar de un niño es con su madre, no en el bosque", es el lema con el que aluden a los cientos de casos de familias de inmigrantes, en muchos casos con niños, que han sido encontradas vagando por los fríos y húmedos bosques fronterizos.
Una de las madres que se manifestó hace poco recordaba cómo, en una ocasión en que salió al bosque a buscar setas se encontró con una niña pequeña, de unos cuatro años, tendida en el suelo. "Ni siquiera parecía una niña, creí que era un montón de ropa tirada. Después de llevarla a un centro médico para que la cuidasen y llegué a mi casa por la noche me eché a llorar al ver a mi propia hija, que tiene esa edad, y pensar que podría haber sido ella".
En sus manifestaciones, las Madres en la Frontera exhiben fotos de niños inmigrantes hallados durante esta crisis migratoria, leen la Declaración de los Derechos Humanos y cuentan sus testimonios personales. Una de ellas recuerda cómo, durante la Segunda Guerra Mundial, cerca de 1.000 polacos, muchos de ellos niños, fueron acogidos en países asiáticos como la India, cuya situación también era difícil. "Se nos ha olvidado demasiado rápido que nosotros también fuimos migrantes y nos ayudaron", afirma una de las madres.
El caso de Malgorzata Domin es especial. Esta valiente mujer del pueblo de Sokólka, que tuvo una vida difícil y fue criada en un orfanato, del que escapó, se presta a recoger donaciones de sus vecinos para los inmigrantes. A pesar de encontrarse ella misma en una situación difícil, asegura que "nadie", mientras pueda permitirlo, "pasará hambre o frío" si puede evitarlo.
Su casa se quemó hace unos años y aún no ha podido reconstruirla, pero a pesar de ello se afana en intentar conseguir comida, ropa de abrigo, calzado, comida y pañales para los inmigrantes y cualquiera que lo necesite. Su coraje le ha granjeado la simpatía de todo el pueblo y ha conseguido poner en marcha un grupo local llamado Arka que pretende convertir en fundación para poder obtener ayudas, pero el proceso legal y sus costes superan las capacidades de Domin.
Otras mujeres prestan su colaboración en agrupaciones de ayuda humanitaria de varios pueblos de la cena. Edyta, en Michalowo, colabora con un grupo de voluntarios en la coordinación de operaciones de rescate en el bosque, así como la recogida y almacenamiento de comida que será distribuida más tarde. En una oficina instalada en un contenedor habilitado al efecto, se reciben las llamadas de quienes llevan a cabo las operaciones de búsqueda en el bosque.
En varios contenedores se almacena material de primeros auxilios, mantas térmicas, pañales y papilla en polvo para niños, calzado e impermeables, entre otros artículos.
Al igual que otras agrupaciones, han habilitado una web de recogida de donativos, ya sea en forma de dinero o de comida y suministros, y han conseguido atraer a voluntarios de varias ciudades polacas que dedican los fines de semana o sus vacaciones a colaborar en la ayuda humanitaria.
A unos 50 kilómetros de allí, y muy cerca de la zona de exclusión delimitada por el gobierno polaco, está la aldea de Bohomiki. Se trata de un asentamiento tártaro donde vive, desde hace varios siglos, una comunidad de esta etnia y de religión musulmana, un caso único en Polonia. Es también el lugar donde se halla el cementerio musulmán donde yacen tres inmigrantes fallecidos recientemente que cruzaron la frontera bielorrusa, uno de ellos aún no identificado.
En la cocina del centro comunitario de Bohoniki, un grupo de cocineras, tanto musulmanas como católicas, prepara cada día grandes cantidades de comida para los soldados polacos que trabajan en la frontera. Junto a las cajas de vegetales se amontonan paquetes con ropa, pañales y comida, pues además de ofrecer comida a los soldados, se distribuye desde allí ayuda para los inmigrantes.
A lo largo de toda Polonia han surgido iniciativas en las que las mujeres han tomado la iniciativa para ofrecer su ayuda en la crisis migratoria. En situaciones extremas es cuando surgen los héroes y, con la llegada del invierno y las bajas temperaturas, además de la incertidumbre sobre el desenlace que puede tener la crisis, hace que el futuro de los miles de inmigrantes que todavía esperan en suelo bielorruso sea pesimista.
A la espera de una oportunidad para jugarse la vida e intentar llegar a este lado de la valla fronteriza, la vida de miles de personas depende de la suerte y, si consiguen pasar, de la buena voluntad de estas personas.