Las democracias europeas venían avisando desde hace mucho que las mayorías absolutas eran cosa del pasado. Y, una tras otra, las elecciones en los distintos países parecían dar razón a este mantra: el bipartidismo se esfumaba y, en su lugar, la fragmentación partidaria subía, dando lugar a parlamentos cada vez más divididos, que obligaban a duras negociaciones para lograr consensos y formar los Ejecutivos. Hasta que llegó Portugal.
António Costa acaba de conseguir su primera mayoría absoluta, la segunda para el Partido Socialista (PS) en la historia democrática del país. Lo hace tras seis años de Gobierno con un pacto de izquierdas, apoyado en el Bloco de Esquerda (BE) y el Partido Comunista (PC), un Ejecutivo que se rompió el pasado octubre, con la reprobación de los presupuestos. Los socios de Gobierno no aprobaron las cuentas y el presidente de la República convocó elecciones anticipadas. Los sondeos vaticinaban una lucha reñida entre la derecha y la izquierda y llegaron a hablar de empate técnico. Los números de este domingo echan por tierra todas las encuestas y encumbran a Costa como el líder socialista europeo con más votación y el único con mayoría absoluta, además de Malta.
Costa era el primero que parecía poco convencido de lograrlo. Asumió el fracaso de sus presupuestos como "una frustración personal" y empezó por pedir la mayoría absoluta, que pronto se convirtió en una mayoría amplia. "Siempre he creído que a los portugueses no les gustaban las mayorías y creo que siguen sin gustarles", diría Costa en campaña, asegurando que "tras las elecciones hablaremos con todos los partidos menos [el ultraderechista] Chega, con quien no hay mucho que hablar".
Una promesa de diálogo que ha seguido manteniendo tras la victoria aplastante pero que no está obligado a cumplir. "Una mayoría absoluta no es poder absoluto, no es gobernar en solitario. Esta mayoría será de diálogo con todas las fuerzas políticas", dijo tras ganar las elecciones, pero la verdad es que los números le dan total libertad de movimientos.
Tres factores clave han estado en la base de su victoria: el castigo a la izquierda, la fragmentación de la derecha y la aprobación de su Gobierno.
Castigo a la izquierda
Las elecciones ponen de manifiesto lo que ya se intuía cuando los presupuestos fueron tumbados por sus propios socios del Gobierno: sería muy complicado explicarle a los votantes de izquierdas el adelanto electoral en el momento en el que el país parecía empezar a remontar tras dos años de pandemia. "Pilló por sorpresa a toda la sociedad portuguesa y a la propia élite política. Y, sobre todo, estas elecciones no eran deseadas por el electorado de izquierda que apoyaba esta solución gubernamental", explicó en su día el politólogo del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa, António Costa Pinto.
BE y PCP argumentaron que la estrategia era de António Costa, que pretendía una mayoría absoluta y por eso se negaba a negociar con sus socios, pero la explicación que ha calado en los votantes fue otra: asustados por los resultados de las municipales de septiembre, BE y PCP rompieron con el Gobierno para no terminar fagocitados por el PS. "La quiebra del PCP en las municipales de septiembre, en las que algunas alcaldías pasaron para el PS fue la señal de que el PCP abandonaría al PS. Del punto de vista electoral, el PCP sigue en declive y el haber apoyado esta solución gubernamental no le ha beneficiado", contaba el politólogo.
Entre 2015 y 2019, el PCP perdió cerca de 113.000 votos. Las elecciones municipales terminaron de sentenciar su caída y puso al partido en una encrucijada: apoyar a los presupuestos sólo sería beneficioso si el PS cediera en medidas que el PCP pudiese presentar como victorias del partido. "El PS cedió", cuenta Costa Pinto, "hizo concesiones más significativas que en anteriores presupuestos", pero el PCP las consideró insuficientes para su objetivo. Y votó en contra.
Algo parecido pasó con el BE. Entre 2015 y 2019 perdió cerca de 50.000 votos y su esencia de partido contestatario. Esta era la segunda vez que votaba en contra de los presupuestos del Partido Socialista, aunque el año anterior Costa consiguió sacarlos adelante con el voto favorable del PCP.
En las urnas, ambos partidos lo pagaron caro. El BE consigue tan solo un 4,46% de los votos y pasa de 19 diputados a 5, y el PCP, con 4,39%, pasa de los 12 escaños a los 6. Se trata de una pérdida de casi 345.000 votos entre los dos que, si bien no todos pasaron al PS, la mayoría si lo hizo.
Crisis en la derecha
Para este resultado António Costa también se ha beneficiado de una fragmentación a la derecha, que sumó dos nuevos partidos y la desaparición del histórico CDS, la formación democristiana que llegó a ser parte de los ejecutivos por diversas veces, en coalición con el Partido Social Demócrata (PSD) y que, esta vez, no ha conseguido ni un escaño.
El PSD sigue ahondando en su crisis. Pese a haber robado la alcaldía de Lisboa a los socialistas en las municipales de septiembre, el principal partido de oposición no es capaz de remontar. La falta de carisma de su líder, Rui Rio, la división interna -Rio ganó las primarias a finales de noviembre, tan sólo dos meses antes de las elecciones- y la falta de claridad sobre su actuación con la extrema derecha, le han costado caro. Menos tres diputados en unas elecciones en las que los sondeos llegaron a hablar de un posible giro a la derecha.
Aunque, durante la campaña, Rio rechazó una posible coalición de Gobierno con el ultraderechista Chega, no descartó ser investido con sus votos. El PSD, un partido de derecha pero sin ninguna conexión a la extrema derecha, y que en ningún momento de su historia coqueteó con el viejo régimen fascista del dictador Salazar, sufrió su ambivalencia. Los sondeos predecían números tan ajustados que, en caso de victoria del PSD, sería imposible lograr una mayoría parlamentar sin Chega. Esa posibilidad fue también un motor del votante de izquierdas que, ante la posibilidad de ver llegar a la extrema derecha al Gobierno, se movilizó. Y pese a que la abstención sigue siendo importante en Portugal -un 42%-, bajó 9% frente a 2019.
La aparición de Iniciativa Liberal, un nuevo partido de derecha liberal, que desde un principio rechazó ser parte de cualquier solución de gobierno con los ultraderechistas, hizo lo demás. El IL entra en la Asamblea de la República con un 4,98% de los votos y siete escaños.
El líder del CDS, Francisco Rodrigues dos Santos, ya ha anunciado su dimisión y Rui Rio, sin decirlo directamente, ha señalado que no sabe "de qué forma puedo seguir siendo útil al partido", así que es de esperar que siga el mismo camino.
Para terminar de redondear la fragmentación a la derecha está la subida de Chega. El partido de extrema derecha pasa de tener un sólo escaño, su líder André Ventura, a tener 12. El país sigue así la tendencia europea de los partidos radicales de derechas pese a que hasta hace dos años Portugal era de los pocos países sin representación ultraderechista en el Parlamento.
Pese a la subida de escaños no es de descartar que Chega haya llegado a su techo. En las presidenciales de enero pasado, André Ventura consiguió 100.000 votos más, por lo que estas elecciones significan un descenso en términos de votos pese al éxito de conseguir un grupo propio. Costa ya ha anunciado que no hablará con la formación política y aunque prometen hacer mucho ruido, sus votos no serán necesarios para cualquier acción gubernativa.
Aprobación de los votantes
En política se suele decir que las elecciones las pierden los Gobiernos, no las gana la oposición y el caso de António Costa lo refleja. Cuando ganó las elecciones en 2019, la victoria no sólo era victoria del Partido Socialista, sino una reválida de su solución gubernamental. Los portugueses distribuyeron sus votos para una reedición de la geringonça, el pacto de izquierdas que les había gobernado durante los cuatro años anteriores. La sensación del electorado de izquierda es que fueron los socios los que rompieron ese pacto, dando la espalda a la voluntad popular, y se volcaron con Costa.
Pese a las dificultades de dos años de pandemia y de algunos casos internos en el Gobierno que mermaron la confianza del electorado, Costa siempre ha tenido nota positiva de los ciudadanos. La dimisión tardía del ministro de Interior, acosado por varios escándalos, el último de ellos, un atropello mortal del coche oficial en el que viajaba a más de 160 km/h fue el caso que más problemas le trajo.
Así, vio bajar su tasa de aprobación de un 74% en mayo de 2020, récord absoluto en plena pandemia, a un 42% en julio de 2021. La segunda ola de la pandemia, en enero de 2021, que mantuvo Portugal al borde del caos, y los casos asociados al ministro de Interior le pasaron factura pero siempre se supo mantener a flote.
En el momento en el que Portugal se asomaba a la recuperación, con la pandemia controlada y los fondos europeos en la mano, los electores no han perdonado un adelanto electoral que vieron innecesario. Costa revalida su victoria, consigue la mayoría absoluta y, con un nuevo mandato de cuatro años, se puede convertir en el primer ministro con más años en el cargo desde la Revolución de los Claveles que acabó con la dictadura en el país.