La destrucción de Ucrania en 20 días: los documentos visuales de la barbarie de Putin y la heroica resistencia
Más de 2,8 millones de desplazados, miles de muertos, ciudades asediadas y un reguero de destrucción inundan Ucrania desde que el 24 de febrero Vladímir Putin diera la orden de invadir.
15 marzo, 2022 03:46Noticias relacionadas
A mediados del mes de febrero el mundo se dividía en dos tipos de personas: aquellos que ni por asomo contemplaban la posibilidad de que Rusia diera la orden de atacar a Ucrania y aquellos otros que estaban completamente seguros de que Rusia acabaría invadiendo a su exrepública porque cualquier otra cosa sería quedar en evidencia ante el mundo occidental y regalar otros lustros de dominio. Unos y otros se sobresaltaron, sin embargo, en torno a las 06.00 de la madrugada del jueves 24: la guerra había comenzado y nadie sabía -y sigue sin saber- hasta es dónde es capaz de llegar Vladímir Putin.
Las imágenes de cientos de civiles amontonados en los andenes de las estaciones de tren de Kiev, las colas kilómetricas de civiles en busca de refugio en Polonia, Eslovaquia, Rumanía y Moldavia, las mujeres separándose de sus maridos, los niños despidiéndose de sus padres, los bombardeos indiscriminados en Kiev, en Járkov, en Jersón, en Mariúpol, en Melitopol, las maternidades con llantos desesperados y no de recién nacidos, los ancianos que ya no pueden salir de su país, los desesperados camioneros, panaderos, mecánicos, camareros o peluqueros que agarran las armas contra el invasor, desesperados, heridos, cansados...
Todo el horror de una guerra condensado en 20 días. Toda la destrucción. Todo el dolor. Todas los muertos. Todos los heridos, los mutilados. Todas las razones por las que Vladímir Putin podría acabar frente a la Corte Penal Internacional ante el tribunal de La Haya. Motivos que explican las imágenes que cada día pueblan las redes sociales, con las que los medios de comunicación inundamos minutos de televisión y radio y miles de páginas de prensa. Un testimonio gráfico, un documento visual.
Esa madrugada del 23 al 24 de febrero se desataron los siete infiernos sobre Kiev. La capital de Ucrania recibió los primeros bombardeos de una guerra que muchos no creían posible y que 20 días después de su inicio aún no ha visto caer a la principal ciudad del país. Lo que desde Rusia, tras acumular casi 200.000 efectivos en la propia frontera y también en la de Bielorrusia, se esperaba como una 'operación relámpago', una Blitzkrieg al más puro estilo nazi, se ha convertido en una guerra táctica, de resistencia y con un desarrollo incierto incluso para Vladímir Putin.
La estrategia de Moscú pretendía alcanzar Kiev en 24 o 48 horas después del primer bombardeo, deponer el gobierno de Volodímir Zelenski y colocar en su lugar un títere al que manejar a su antojo. Un plan sin fisuras, basado en la inigualable superioridad bélica de la Madre Rusia, en la teórica debilidad de Ucrania y en la falta de unión y de decisión tanto en la Unión Eurpea como en la OTAN para hacer frente a la invasión.
Un plan fallido
A Putin, sin embargo, nada le salió bien. Lo que originalmente era una maniobra directa para asaltar Kiev, destruyendo su aeropuerto y sus comunicaciones en los primeros días se ha convertido en un calvario. Las unidades mecanizadas y blindadas del ejército ruso no consiguen avanzar ante la fuerte resistencia de los ucranianos, ya sean ejército regular o milicias armadas y bien pertrechadas. Y cuando consiguen seguir adelante se encuentran con la falta de combustible y una logística deficiente para conseguir sus objetivos ateniéndose al plan inicial y los varios planes que han venido después ante la incapacidad de ejecutar los anteriores.
Lo que no debía durar más de 72 horas acumula ya 20 días de combate, instalados ahora en un bombardeo continuo de Rusia, que trata así de ablandar al ejército ucraniano o de doblegar la moral de un pueblo que resiste indolente y entregado a una causa por muchas bombas que caigan en colegios, maternidades o residenciales civiles con las bajas que ello supone. A Putin se le ha enquistado Ucrania y, si bien rodea Kiev, Járkov, Mariupol y Dnipro -Odesa aún no ha sido atacada y sólo Jersón ha caído- todas ellas resisten y más que lo harán a menos que Rusia decida convertirlas todas ellas en cenizas y ser ya no el malo, sino el verdugo de toda una nación.
En la encrucijada de una guerra larga con una posible guerrilla urbana indomable y el peso de las sanciones internacionales y de la propia opinión pública en contra, Vladímir Putin decidió elevar el nivel de alerta de su fuerza nuclear. Era un forma de avisar al mundo occidental para que no se inmiscuya en sus asuntos. Una forma de marcar territorio y aterrorizar a medio planeta. Aunque en realidad también es una muestra de debilidad.
Tomada la central de Chernobil, tomada la central de Zaporiyia, con las fuerzas terrestres avanzando desde Crimea hacia la central de Ucrania Sur y bombardeando activamente en los últimos días las inmediaciones de las centrales de Rivne y Khmelnitsky, Rusia pretende acaparar todos los reactores nucleares del país con la capacidad de coacción que ello supone y, sobre todo, con el peligro que ello implica. Nadie sabe a qué se deben las desconexiones de la red eléctrica de Chernobil y Zaporiyia, pero hay una preocupación internacional por lo que las tropas rusas puedan estar desarrollando en un terreno tan sensible.
Fuente: WNA, Google Earth y elaboración propia.Primero le tocó el turno a Kiev. La capital ha resistido desde los primeros ataques con helicópteros y algunas incursiones terrestres hasta los bombardeos de los últimos días donde quienes más han sufrido han sido los civiles. Con Volodímir Zelenski recorriendo sus calles y sus hospitales para mantener la moral y el alcade y excampeón mundial de los pesos pesados Vitali Klitschko en primera línea desde el día uno, la capital ha sufrido tanto que sólo se especula cuándo llegará el asalto final y cuando caerá en manos rusas. Así le sucedió a Jersón, la única ciudad que por ahora ha cedido el empuje ruso.
Resistencia ucraniana
Ni Járkov ni Mariúpol ni Mykolaiv han cedido y están pagando un altísimo precio por ello. La imagen de las ciudades destruidas no hace más que poner en las cabezas de los ucranianos y del resto del mundo la posibilidad de Putin sea capaz de convertir cada calle de cada ciudad de Ucrania en un nuevo Alepo, en un nuevo Grozni.
Pero los ladrillos son sólo eso. Son desolación reconstruible. No así las lágrimas y el dolor de cada una de las personas que han abandonado su hogar a la fuerza. Naciones Unidas estima que más de 2,8 millones de personas han salido ya de Ucrania, convertidos en refugiados, dependientes ahora mismo de la acogida de los países a los que llegan, fundamentalmente Polonia, Eslovaquia, Rumanía y Moldavia. Pero también han llegado refugiados a España, a Canadá, a Estados Unidos...
Quedan aún así decenas, cientos de miles de civiles atrapados en la ciudades bajo asedio. Mueren cada día. Como en la maternidad de Mariúpol. Las infructuosas negociaciones entre Rusia y Ucrania alcazaron un endeble acuerdo sobre corredores humanitarios. Pasillos para escapar del horror que o bien han sido inhabilitados o bien han sido bombardeados durante todos y cada uno de los días de su existencia. Las imágenes de Irpin, con ancianos y discapacitados cruzando el río entre bombardeo y bombardeo. Las cola de autobuses preparados para entrar en las ciudades más castigadas que no terminan de arrancar nunca hacia su destino o apenas consiguen sacar a una mínima parte de las personas a las que esperaban salvar.
En cualquier caso, si por algo ha hecho aguas la estrategia inicial de Putin en Ucrania ha sido por la preparación y por la resistencia del ejército y de la población ucraniana. Mientras, en la frontera con Polonia se ve a miles de mujeres y niños cruzar constantemente en dirección a la Unión Europea, en el sentido contrario sólo se ve a hombres ucranianos procedentes de las más variopintas partes del mundo que vuelven a su país para luchar por él.
Taxistas, albañiles, camareros, oficinistas... Tal vez sean simplemente idealistas, pero ese idealismo, encarnado a la perfección por Volodímir Zelenski -está interpretando el papel de su vida-, es lo que ahora mismo sostiene a Ucrania de pie frente al segundo ejército más grande del mundo.
Fuente: UNHCR, HDX y elaboración propia.Desde los altercados de 2014 y durante ocho años de guerra de desgaste en Lugansk y Donestk, Ucrania ha sabido armarse, ha sabido formar a su ejército, preparar a los civiles para integrar una milicia formada, tomar posiciones y prepararse para lo peor. Los misiles Javelin británicos, los Stinger estadounidenses o los Bayraktar TB2 turcos son protagonistas un día sí y otro también en las redes sociales, donde la propaganda ucraniana hace gala de haber causado 12.000 bajas al ejército rusos y haber destruido más de 380 tanques, 77 cazas de combate, 90 helicópteros o 64 lanzaderas de cohetes.
Probablemente igual que el número oficial de víctimas está por debajo de la realidad, el número de bajas rusas estará muy por encima, pero lo cierto es que Ucrania resiste con sus drones y su ejército, con sus milicias y los civiles que se niegan a marchar, con la moral de Odesa por las nubes y la heróica resistencia de Mykolaiv. Y también con las sanciones impuestas por Occidente.
Tanto la Comisión Europea como Estados Unidos llevan semanas aprobando paquetes de sanciones para estrangular la economía rusa, perjudicar a sus oligarcas y tratar de derrotar al régimen de Putin a través de sus finanzas.
Aunque han ido llegando paulatinamente, tanto Bruselas como Washington tienen el objetivo de estrangular la ofensiva de Putin ahogando la liquidez del país. Para ello, se han prohibido las transacciones con el Banco Central de Rusia y el acceso al sistema SWIFT para siete grandes bancos rusos, lo cual les aísla en la práctica del sistema bancario mundial. También se está maniobrando para que Rusia sea expulsada del FMI y del Banco Mundial y no pueda acceder a sus créditos ni a sus préstamos.
Al mismo tiempo, se quiere bloquear las principales exportaciones rusas, como el petróleo, el gas y materias primas como el acero. EEUU ya ha dejado de adquirir combustibles fósiles suministrados por Moscú. La UE ha decidido hacerlo en el caso del hierro y del acero. Pero esto tendrá un precio, sobre todo para los países del viejo continente: la UE, sobre todo Estados como Alemania, son muy dependientes del gas y el petróleo rusos. Esto ya se está notando en los disparados precios de la energía y de la gasolina.
Las multinacionales europeas y estadounidenses han contribuido a este objetivo abandonando su actividad en territorio ruso. Han optado por ello, entre otros, gigantes españoles como Tendam e Inditex o grandes firmas estadounidenses como Apple o McDonalds.
Un futuro incierto
Después de 20 días de combates y bombardeos hay pocas certezas y muchas incertidumbres sobre el futuro inmediato y sobre el medio plazo. La primera gran duda es cuánto resistirá Ucrania. ¿Será Zelenski capaz de liderar a su país a una victoria? ¿Utilizará Vladímir Putin todo su arsenal militar para borrar a un país hermano del mapa y conquistar a cualquier precio? ¿Realmente Rusia quiere conquistar Ucrania o sólo quería doblegarla y ahora está atrapado en una guerra que no le interesa? ¿Aumentará su ayuda Occidente a Ucrania para desbaratar los planes del Kremlin? Si se produce ese aumento de ayuda, ¿en qué forma llegará? ¿Se implicarán la UE y la OTAN? ¿Será sólo ayuda humanitaria? ¿Serán armas? ¿Serán soldados? ¿Habrá realmente una guerra de bloques con China a la expectativa?
En cualquier caso, la incertidumbre no se acaba en Ucrania, porque la amenaza de la Rusia de Putin va mucho más allá. Con más de medio millón de refugiados en Moldavia, este pequeño país, que tiene en Transnistria su propia zona separatista y prorrusa arropada por 1.500 soldados del Kremlin, tiene más que claro que es el siguiente en la ambición casi zarista de Putin. Pero algo muy similar piensan también en las repúblicas bálticas, pues Letonia, Lituania y Estonia, ya miembros de la OTAN de pleno derecho, no dudan de que Rusia pueda querer a volver a reintegrarlas en una suerte de nueva URSS. ¿Y qué decir de Finlandia y Suecia? Nunca los niveles de aceptación para unirse a la Alianza Atlántica estuvieron tan altos entre sus poblaciones. Y eso sólo tiene una explicación: el miedo a Rusia y a Putin. ¿Cuál será su próximo paso?
Fuente: Fuerzas Armadas de Ucrania, Interfax, The New York Times, ISW y elaboración propia.