Cuando Zelenski fue elegido como presidente de Ucrania en abril de 2019, con 41 años, el comentarista ruso Sergey Parkhomenko fue tajante: “Es débil, no tiene religión, no tiene nacionalidad”. Pero todo lo que el comentarista ruso presentaba como un síntoma de fragilidad era también lo que le fortalecía junto de la población: no era una figura intimidante, no venía de una cultura partidaria y política y era un ucraniano, nacido en una familia judía que hablaba ruso.
El resto del mundo vio apenas a un actor, comediante, que de la noche a la mañana se había convertido en el presidente del país. La cobertura inicial de su aplastante victoria, en la que obtuvo el 73,2% de los votos, fue irrisoria. Y los focos sólo se posaron en él cuando Rusia invadió Ucrania y Zelenski se convirtió, de la noche a la mañana, en el jefe de Estado de un país agredido, involuntariamente en guerra con una superpotencia mundial, imposible de vencer.
Y allí, donde Putin quizás esperaba que se desvelara la debilidad que Parkhomenko había denunciado, fue donde Zelenski demostró su fuerza y se erigió como símbolo de la resistencia de su pueblo. Pese a las ofertas de EEUU y otros países para sacarle de Ucrania, Zelenski se negó y permaneció junto a su pueblo: “Necesito municiones, no un viaje”, contestó. En los vídeos diarios publicados en sus redes sociales, hacia hincapié en que no se marcharía, en que seguía trabajando desde su despacho y que allí estaba, sin temer las fuerzas rusas.
Sus comunicaciones son emotivas y eficaces. A la distancia de Putin con sus colaboradores, Zelenski contrapone sus fotografiás abrazando a sus ministros. Se dirige a menudo al pueblo ruso aprovechando el idioma que habla desde pequeño, para pedir que se opongan a la invasión. Y utiliza las redes sociales para enviar mensajes potentes al mundo.
Durante estos 50 días de guerra, Zelenski pidió ayuda a los países europeos sin dejar de exponer las contradicciones de quienes sancionaban a Rusia pero seguían financiando la guerra de Putin con la compra de gas ruso. Agradecía las armas recibidas, pero señalaba que la OTAN no estaba dispuesta a recibir a Ucrania y que él no iba a implorar. Alababa las acciones de la UE en sus parlamentos pero les afeaba que no decretaran el cierre del espacio aéreo ucraniano y de que, con su inacción, siguieran favoreciendo la muerte de los ucranianos.
La última demostración de su carácter fue el veto presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier que pretendía visitar Kiev pero al que Zelenski ha afeado sus estrechos vínculos con Rusia y su respaldo al gasoducto Nord Stream 2.
Se dice que los tiempos difíciles forjan hombres fuertes. Zelenski es prueba de ello.