Su nombre era uno de los que más pesaba en las quinielas para el puesto de primera ministra, que por segunda vez en la historia de Francia estará ocupado por una mujer: Élisabeth Borne, la ministra de Trabajo de Emmanuel Macron, ha sido así reconocida por su discreción y lealtad al presidente.
Ingeniera de Caminos y Puentes formada en la prestigiosa Escuela Politécnica francesa, Borne empezó a frecuentar los pasillos de la política a mediados de los años 1980, primero como asesora de algunos gabinetes de Gobierno y ya en los años 90 como consejera del Ministerio de Educación.
Su perfil social y enverdecido por su trabajo como directora de gabinete de la socialista Ségolène Royal, ministra de Ecología durante el Gobierno de François Hollande, ha prevalecido en la elección de Macron, para un cargo que puede tener más de simbólico que de peso político.
El próximo mes, cuando se celebren las elecciones legislativas, Borne podría ser el primer puesto sacrificado si la mayoría parlamentaria de Macron no logra ser validada y el liberal se ve obligado a negociar con la oposición un Gobierno de cohabitación.
Pero hasta que llegue ese momento, la elección de Borne sirve para calmar a las filas más izquierdistas de la "macronía", que habían visto con malos ojos la posible nominación en el cargo de Catherine Vautrin, procedente de la derecha y abiertamente contraria al matrimonio igualitario, que fue aprobado en Francia en 2013.
Borne responde además a la promesa electoral de Macron de buscar un perfil que se ocupe directamente desde la jefatura del Gobierno de la planificación ecológica.
Perfil social y discreto
Nacida en París en 1961, hija de un judío de origen ruso refugiado en Francia y deportado a un campamento de exterminio en 1942, ha mantenido en el Gobierno de Macron un perfil potente pero discreto.
Había sido responsable de urbanismo en el Ayuntamiento de París antes de ser nombrada delegada del Gobierno de los departamentos de Poitou-Charentes y de Vienne, donde rompió el techo de cristal al convertirse en la primera mujer nombrada en el cargo. Allí estableció vínculos con Royal, que se la llevó al Gobierno, hasta 2015 cuando pasó a ser presidenta de la Red de Transporte Público de la región parisina.
Desde estas esferas del poder socialista, Borne asumió públicamente su apoyo al joven candidato Macron desde la primera vuelta de las elecciones de 2017, en lo que fue visto por muchos en el PS como una traición.
Pero Macron, que intentó conformar un Gobierno mixto mezclando dirigentes del sector público y el privado, se vio atraído también por su trabajo en empresas como Eiffage.
A su entrada al Gobierno, Borne fue nombrada ministra de Transportes, donde hizo frente a importantes desafíos como la imposición del ecoimpuesto a los billetes de avión o el impulso de la bicicleta, pero sobre todo la reforma de la empresa pública de ferrocarril que dio pie a la mayor huelga del sector en décadas.
Las protestas no empequeñecieron a la ministra, que logró sacar adelante la reforma poco antes de ser nombrada ministra de Transición Ecológica, puesto que ocupó durante un año antes de pasar al ministerio de Trabajo, donde ha defendido polémicas reformas como la del subsidio de desempleo y la de las pensiones de jubilación, la última de las cuales sigue siendo un desafío pendiente.
Sin embargo, su paso por el Ministerio de Ecología no hizo de ella una opción "verde", pues fue criticada por mantenerse en la prudencia y en la defensa de una ecología que no interviniera en el freno al crecimiento económico.
Pese a ser conocida por sacar adelante los asuntos como una alta funcionaria eficiente y productiva, Borne no es vista como una política de altura en los círculos de poder.
Sin embargo, siendo conocida la vocación de Macron de no elegir a primeros ministros que puedan hacerle sombra como sí sucedió con el primero, Édouard Philippe, puede que en este caso sea esa discreción de Borne lo que la haya llevado ahora a la jefatura del Gobierno.