Incapaces de controlar los avances de las tropas rusas hacia el norte y el oeste de Popasna y ante la posibilidad inmediata de que el ejército de Alexander Dvornikov consiga llegar a Bilohorivka y aísle por lo tanto a las tropas que defienden las ciudades de Sievierodonetsk y Lisichansk, los últimos movimientos del ejército ucraniano invitan a pensar en una retirada hacia el oeste, dejando la provincia de Lugansk a su suerte y evitando una auténtica masacre para sus tropas al estilo de la vivida en Mariúpol.
Aunque nos movemos, como es lógico, en el terreno de la suposición -no se hacen ruedas de prensa con las intenciones estratégicas-, los rápidos avances del ejército ruso y las milicias del Donbás nos invitan a pensar que estamos, a la vez, ante una brillante ofensiva que ha conseguido, después de tres meses y varios fracasos, encontrar el punto débil de la defensa ucraniana… y ante una operación ordenada de repliegue por parte de dichos defensores, que van abandonando aldeas y posiciones para reagruparse más al oeste, prácticamente uniendo fuerzas con los defensores de Kramatorsk y Sloviansk, las dos grandes capitales ucranianas de la provincia de Donetsk.
Desde que, al inicio de la guerra, Rusia tomara buena parte de la orilla norte del río Donets, que hasta entonces hacía de frontera natural entre ambas zonas de influencia, Lugansk estaba ya ocupado al 90% por las tropas rusas y las milicias autónomas. Defender Sievierodonetsk y las aldeas adyacentes supone frenar el impulso ruso y obligarles a gastar más recursos y mermar numéricamente su ejército, pero eso solo es posible a un precio muy alto y puede haber llegado el momento en el que el riesgo sea mayor que el beneficio posible.
Si Rusia cierra la bolsa y las tropas de élite que llevan años y años luchando en la zona quedan dentro, la guerra podría prolongarse mucho tiempo… pero, tarde o temprano, Ucrania acabaría perdiendo a buena parte de sus mejores soldados, algo que no se puede permitir. De esta manera, Zelenski podría sentirse tentado de repetir el movimiento que hizo Putin en su momento en Kiev y Járkov: dejar el mínimo posible de tropas y asegurarse de que las líneas mínimas de suministro no quedan cortadas.
Una retirada a tiempo que no es una victoria
Esto no quiere decir que Sievierodonetsk y Lisichansk vayan a caer de forma inminente. Hay aún un 5-10% de Lugansk en poder ucraniano y tropas de la Defensa Territorial dispuestas a seguir luchando, junto a un contingente mínimo preparado para días o incluso semanas de asedio. Zelenski no pretende regalar Lugansk, pero tampoco va a sacrificar la estrategia general de la guerra por mantener con uñas y dientes un territorio que sabe perdido. Es una de las razones que apuntábamos el martes para justificar que sus contraofensivas parezcan centrarse en Jersón, Zaporiyia y Járkov en vez de en el propio Donbás.
La presunta retirada ordenada puede entenderse como una cuestión estratégica y desde luego lo es. Ucrania se retira hacia el otro lado de la frontera con la provincia de Donetsk porque es lo que más le interesa: cubre un frente menor, reorganiza sus tropas y puede optar a una defensa más organizada sin descomponerse y colapsar, uno de los riesgos desde el inicio de la guerra. En ese sentido, hablaríamos de un movimiento sensato y coherente, que puede ser muy beneficioso a medio plazo.
Ahora bien, no nos engañemos, no es una maniobra voluntaria.
Nadie quiere perder terreno en una guerra porque sí. No es una invitación al enemigo para que avance buscando una emboscada posterior. No, es una retirada. Organizada, necesaria, inteligente… uno puede añadir los adjetivos que quiera, pero obviamente es una mala noticia para Ucrania y una buena noticia para Rusia, aunque, en sí, no debería sorprender a nadie. Si un ejército como el de Vladimir Putin no puede tomar una décima parte de Lugansk con la ayuda de chechenos, mercenarios y las propias milicias prorrusas que ya luchaban sobre el terreno, apañados estamos.
El mejor escenario para Ucrania
El asunto, ahora, es qué podemos esperar en los próximos días: de entrada, aunque sabemos que Ucrania recula y Rusia avanza, hay que insistir en que Sievierodonetsk y Lisichansk aún no han caído. Ni siquiera hay constancia de que las tropas invasoras hayan entrado en ninguna de las dos ciudades, aunque sí hay barrios ya sin electricidad ni suministro de agua corriente, según informa el New York Times. Hablamos de dos ciudades de tamaño medio, con una población combinada de 200.000 personas antes de la guerra, aproximadamente la mitad de las que habitaban Mariúpol.
Se espera resistencia y desconocemos hasta qué punto podrán aguantar las tropas restantes en la zona. No sabemos de cuántos soldados hablamos ni de cómo han organizado dicha defensa. En principio, están mejor preparados que la propia Mariúpol, pero igual que en su momento alabamos la resistencia de la ciudad portuaria por cómo había cambiado la guerra en el sur y cómo había obligado a Rusia a desviar tropas y gastar unos recursos con los que no contaba, también hay que reconocer que, en Mariúpol, Ucrania perdió muchísimas tropas que ahora le vendrían muy bien en otras zonas. Precisamente eso es lo que quiere evitar Zelenski en este momento.
El mejor escenario para Ucrania es el siguiente: Sievierodonetsk y Lisichansk resisten como pueden, obligando a Rusia a centrarse en su conquista y dando tiempo para fortificar la defensa de las zonas aún propias en Donetsk. El repliegue se traduce en una superioridad numérica que impide el avance ruso desde el este… y que evita también las maniobras de embolsamiento desde Limán a las ciudades de Kramatorsk y Sloviansk. Por último, la contraofensiva en Járkov vuelve a ganar iniciativa y hace peligrar tanto las líneas de suministro desde Belgorod como la propia seguridad de la ciudad de Izium, clave ahora mismo en los avances rusos en la zona.
El mejor escenario para Rusia
Por el contrario, el peor escenario supone la pérdida absoluta del Donbás en poco tiempo. Si Rusia mantiene dichas líneas de abastecimiento y sus tropas conquistan rápidamente lo que resta de Lugansk, pronto estarán presionando el frente este de Donetsk. A esto hay que sumar la amenaza desde el norte en Limán, donde sí sabemos que ya se está combatiendo dentro de la propia ciudad, otra pésima noticia para Ucrania. En ese momento, Zelenski tendría que tomar otra nueva decisión dramática: replegar también las tropas de estas ciudades y llevarlas a Zaporiyia y Dnipro para asegurarse la defensa del Dniéper… o luchar con todo y confiar en que tarde o temprano Rusia implosione.
En una guerra de desgaste, los equilibrios son muy inestables. Igual que avisábamos antes de los riesgos de un colapso en la defensa ucraniana que provoque embolsamientos y muchísimas bajas, no hay que olvidar que Rusia tiene problemas de personal, que no le resulta fácil reabastecerse ni reparar sus equipos… y que se enfrenta a una situación económica muy complicada por las sanciones occidentales, incapaces de tumbar una economía en tres meses, pero muy capaces de provocar una erosión a medio plazo de consecuencias imprevisibles.
Lo normal, visto lo visto, es que Rusia siga avanzando salvo que Zelenski se esté guardando un as en la manga o los países occidentales redoblen sus ayudas. La sensación es más bien la contraria: una especie de fatiga bélica en la que están cayendo gobiernos y opinión pública. Demasiadas emociones en demasiado poco tiempo. Sin esas nuevas armas y sin nuevos batallones preparados para manejarlas, Ucrania tiene complicado aguantar el cara a cara con Rusia en el Donbás.
El objetivo de Kiev al inicio de esta guerra era mantener su autonomía como estado. Aunque parece un objetivo conseguido ya de sobra, conviene no perderlo de vista. No se pueden luchar todas las batallas y lo que bajo ningún concepto puede permitirse Ucrania es que el ejército ruso cruce el Dniéper. Lo demás, desgraciadamente, entra dentro del cálculo estratégico.
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