Pocas naciones muestran un mayor orgullo por su Armada que Rusia. Pocas naciones tienen en el ADN de su fundación el componente naval tan integrado como este país en el que generaciones y generaciones crecieron oyendo historias del Potemkin, del Aurora o del Movska. Vladivostok, San Petersburgo, Sebastopol… las ciudades portuarias rusas han sido y son el orgullo de sus ciudadanos y no es casualidad que la gran batalla de esta guerra contra Ucrania se haya librado precisamente en Mariúpol o que los primeros objetivos del ejército ruso fueran los puertos de Jersón y Melitopol. Solo les faltó la mítica Odesa.
Tanta importancia les da Rusia a sus buques de guerra que una de las condiciones para "permitir" en 1991 la separación de Ucrania de la Unión Soviética y la posterior creación de la Comunidad de Estados Independientes en 1992, ya con Yeltsin como presidente, fue que la Armada desplegada en el mar Negro quedara muy mayoritariamente en manos rusas. A Yeltsin no le importó "regalar" Crimea, siempre que en los barcos que permanecían en Sebastopol ondeara su bandera.
Es esta una confrontación entre un país con una Armada potente y cuidada… y un país que prácticamente no tiene ni un barco de guerra. Sin embargo, por sorprendente que parezca, los rusos ya se han llevado dos disgustos enormes en el mar, prueba de que sus problemas no se circunscriben a los avances por tierra, sino que afectan también al mar… y, como veremos, al aire.
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El desastre del Movska
El primer gran despropósito ruso en esta guerra fue el hundimiento del Movska. Hasta entonces, mal que bien, Rusia había impuesto su superioridad e imperaba la idea de que la guerra se estaba complicando un poco, sí, pero la diferencia entre ambos ejércitos seguía siendo abismal. De repente, el 14 de abril, se empezó a rumorear un posible ataque con misiles Neptune al buque insignia de la Armada rusa en el mar Negro. La noticia parecía imposible de creer, la actualización de David derribando a Goliat. Sin embargo, era cierta.
Ni la retirada de las cercanías de Kiev ni el fracaso a la hora de conquistar Járkov ni los problemas para avanzar por el Donbás pese a tener a decenas de miles de hombres en combate han tenido la repercusión mediática y social que tuvo aquel sonoro fracaso. Dos meses y medio después, acabamos de vivir un episodio muy parecido. No tan vergonzoso, pero mediáticamente impactante e importantísimo en términos de moral, propaganda e iniciativa bélica.
Tras semanas bombardeando la llamada Isla de las serpientes (poco más que un islote situado al sudoeste de Odesa), el ejército ucraniano consiguió el pasado miércoles que los invasores rusos abandonaran el territorio y huyeran, dejándolo en llamas y convertido en una especie de "tierra de nadie". La importancia de la isla en sí es limitada: sí, puede complicar el bloqueo marítimo sobre Ucrania, pero mínimamente. Otra cosa es lo que esta retirada -disfrazada de "acto de buena fe" por parte de las autoridades rusas- demuestra: la Armada rusa ni está ni se le espera… y la aviación tampoco.
Explicar lo inexplicable
Una de las primeras bravuconadas que se lanzaron desde el Kremlin en aquellas primeras setenta y dos horas de intento de "guerra relámpago" en las cuatro esquinas de Ucrania fue que "la aviación ucraniana había quedado completamente inutilizada". Menos mal. El hecho de que los aviones mandados desde Odesa pudieran bombardear alegremente la isla hasta provocar la rendición incondicional desmiente por completo una afirmación que, como ya habíamos visto en los distintos frentes, no era sino propaganda barata. Ucrania mantiene una importante cantidad de aviones operativos, pero lo grave para Rusia no es eso, sino que los pueda utilizar casi a su antojo.
¿Cómo es posible que los barcos que rodeaban la Isla de las Serpientes no poseyeran suficientes baterías antiaéreas como para impedir los ataques? ¿Cómo es posible que la aviación rusa, tan superior en número, no pudiera enfrentarse en combate a la ucraniana, disuadiéndola de seguir atacando el islote? Moscú pone ahora cara de "en el fondo, no nos interesa para nada ese pedrusco", pero si algo no te interesa, no lo ocupas… y desde luego no te pasas más de un mes defendiéndolo hasta que tienes que salir corriendo.
Lo curioso, insistimos, es el bajísimo nivel del enemigo al que se enfrentan. La Armada rusa no está sufriendo ante la japonesa, como en 1905, ni ante la turca y la británica, como en 1856. Está sufriendo ante un país que no tiene barcos y que no puede pedirlos. Occidente no deja de enviar armas para el combate terrestre, incluyendo cazas y bombarderos, pero obviamente no puede enviar un buque. Si pudiera, de hecho, hace tiempo que lo hubiera hecho para romper el citado bloqueo ruso que tantos problemas puede causar al mundo.
La hambruna que nos viene
Porque el caso es que la única importancia estratégica, como decíamos antes, de perder el enclave de la Isla de las Serpientes es el hueco que se abre en la zona para la entrada o la salida de barcos de los pocos puertos ucranianos que siguen aún bajo control local. Es una importancia muy relativa, pues hablamos de un hueco muy pequeño. Sin embargo, seguro que Ucrania está ya viendo cómo seguir hostigando a los barcos rusos y cómo romper este bloqueo mercantil que amenaza con hundir su economía… y con provocar una hambruna en medio planeta si las toneladas almacenadas de trigo y demás alimentos no pueden salir de los puertos ucranianos.
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Otra cosa es la importancia moral. El ruso es un ejército condenado a jugar "fuera de casa" con todo lo que eso implica. No es lo mismo resistir por tu país y tu familia que invadir en nombre de teorías nacionalistas poco claras. Los sacrificios no se asumen de la misma manera. Si a esos sacrificios se les unen las malas noticias desde el único frente en el que uno no las espera, el golpe es duro. Un golpe, además, que afecta en los dos sentidos: si hemos hundido el Movska, si hemos recuperado la isla, pensarán los ucranianos, ¿cómo no vamos a intentar liberar Jersón?, ¿cómo no vamos a dejarnos la vida en Sloviansk?
En cuanto a la isla en sí, ahí sigue, despoblada. No tiene sentido que los ucranianos la tomen, pues se repetiría la historia, pero al revés: serían ellos los bombardeados y los condenados a huir. Lo dicho, una tierra de nadie justo frente a la frontera de Odesa con Transnistria. Una amenaza menos también para el sur de Ucrania, que no deja de crecerse con estas operaciones. El recuerdo mudo en el mapa de que el orgullo ruso es cosa del pasado. El presente pinta de otra manera muy distinta.
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