La tarde del 30 de junio, Mario Draghi atendía una llamada telefónica desde el Museo del Prado. Sentado en un banco y alejado del resto de líderes internacionales que asistían a la cumbre de Madrid, el primer ministro italiano recibía la noticia de que su Gobierno de coalición implosionaba. Ayer, 22 días después de ese momento, Draghi dimitió de su cargo, convirtiendo la escena del Prado en una premonición del abandono al que le ha sometido su gabinete.
Algo similar le ha sucedido a Boris Johnson, que fue retratado paseando en solitario por las salas del Prado y que hoy ya no es primer ministro de Reino Unido después de que su propio partido le obligase a dimitir el pasado 7 de julio.
Salvando las distancias, la caída de los dos líderes ha transcurrido de manera parecida. A ambos les fotografiaron solos en el museo y a ambos les han abandonado los suyos. Ambos han renunciado, pero también ambos han luchado por mantenerse en el poder, aunque de formas bien distintas.
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Si bien Johnson se aferró al cargo hasta que una oleada de renuncias hizo insostenible la situación, Draghi ha dejado su futuro en manos de sus socios. Estos han preferido ir a elecciones anticipadas antes que seguir respaldando al que está considerado el salvador del euro.
La lenta dimisión de Draghi
"Gracias, incluso los banqueros tienen corazón. Gracias por esto y por lo que hemos hecho juntos", reconoció el primer ministro italiano el jueves ante una Cámara de los Diputados en pie para despedirle antes de acudir ante el jefe del Estado, Sergio Mattarella, para formalizar su dimisión.
Previamente, Draghi intentó recomponer su coalición, pero no pudo; acabó abandonado por tres de sus principales socios: Giuseppe Conte, líder del Movimiento 5 Estrellas (M5E); el ultraderechista Matteo Salvini de la Liga y el veterano Silvio Berlusconi de Forza Italia.
Acaba así el tercer Gobierno de una legislatura que finalizará en marzo, tras los dos anteriores del M5E, primero con Salvini y luego con el progresista Partido Demócrata (PD), ambos presididos por Giuseppe Conte.
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Un burócrata para unirlos a todos
Draghi (Roma, 1947) fue llamado a gobernar por el jefe de Estado, Sergio Mattarella, tras la caída de Conte en febrero de 2021, en un momento crítico, cuando se debía presentar el Plan de Recuperación de la pandemia para obtener los millonarios fondos europeos.
El economista, uno de los italianos más alabados tanto dentro como fuera del país, era el único capaz de recabar un amplio consenso a tal fin, apoyado por una coalición integrada por todos los partidos, de izquierda a derecha, excepto por la ultra Giorgia Meloni.
"Nada permite pensar que este Gobierno pueda hacer algo sin el apoyo convencido del Parlamento, un respaldo que no se basa en alquimias políticas sino en el espíritu de sacrificio de hombres y mujeres que afrontan el último año de legislatura con un vibrante deseo de renacer, de ser más fuertes", proclamaba en su investidura.
Italia se enorgullecía de esta "unidad" y volvía a echar mano de un técnico: nacía el Gobierno de Mario Draghi, el sigiloso economista que salvó la moneda única en el peor momento presidiendo el Banco Central Europeo (BCE).
El Gobierno de coalición
El nuevo primer ministro inauguró una nueva forma de ejercer el poder: discreto, algo taciturno, sin redes sociales y pocas pero claras palabras, como cuando al mes de llegar a Palacio Chigi llamó "dictador" al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.
A la hora de repartir ministerios, lo hizo de forma escrupulosamente proporcional al peso parlamentario de los partidos y reservó las carteras económicas a técnicos, como la de Economía, a Daniele Franco, director del Banco central italiano.
El primer minsitro italiano reservó las carteras económicas a técnicos
Los técnicos, como él, desembarcaban en Roma y se ponían al mando, algunos llegados del mundo empresarial, como Vittorio Colao, que dejaba Vodafone para dirigir el Ministerio de Innovación, o Roberto Cingolani, de la aeroespacial Leonardo y al frente del primer Ministerio para la Transición Ecológica de la historia del país.
Los primeros meses el engranaje funcionó: la pandemia, que había golpeado a Italia a bocajarro, tocaba ya a su fin y la vacunación iba viento en popa bajo la batuta de un general del ejército.
Además, la economía italiana rebotaba tras las estrecheces del virus y en julio de 2021 Bruselas avalaba el Plan de Recuperación italiano, liberando un tesoro de 191.000 millones de euros europeos.
Sin embargo, no todo fue coser y cantar y surgían rifirrafes en su coalición, pero nada alarmante tratándose de un grupo tan heterogéneo: del progresista PD al populista M5E hasta la Forza Italia de Berlusconi y la Liga de Salvini.
Las primeras discrepancias relevantes emergieron en diciembre de 2021, cuando el Parlamento tuvo que elegir a un jefe del Estado y el proceso devino en batalla campal.
Draghi era sin duda el favorito para ocupar el principal cargo del Estado pero eso dejaba al Gobierno en sede vacante y nadie más podía reunir su consenso. ¿La solución? Darlo por imposible y obligar a Mattarella a repetir a regañadientes en el cargo.
La guerra de Ucrania
Pero el punto de inflexión llegó con la invasión rusa de Ucrania, que Draghi condenó sin ambages, llegando incluso a viajar a Kiev junto a los líderes de Francia y Alemania para bendecir la candidatura de los agredidos a entrar en la UE.
El economista tuvo que capear la crisis y una inflación histórica, y también a acabar con la dependencia del gas, pero la falta de apoyo del M5E a armar a la resistencia ucraniana abrió una grieta condenada a ensancharse.
El apoyo del partido "anticasta" empezó a titubear, crecían las desavenencias y el 14 de julio se negaba a votar un decreto escondido detrás de una moción de confianza.
Y Draghi, que quiso gobernar con todos, o al menos con una amplia mayoría, decidía dimitir. Mattarella le dio seis días para reconsiderarlo pero al séptimo, hoy, consumó su intención.
Este "abuelo al servicio del Estado", como gustaba denominarse con cierta socarronería, era engullido por la voraz política romana, poco proclive a la concordia.