Mijaíl S. Gorbachov, fallecido este martes en Moscú a los 91 años, pasará a la historia como el último presidente de la ya extinta Unión Soviética. Pero también como el líder que, con sus revolucionarias reformas, consiguió poner fin al tenso clima político mundial que definió la segunda mitad del siglo XX y que llevó a la humanidad prácticamente al borde de la aniquilación nuclear.
Nacido en un pueblo agrícola en la región de Stávropol, en el Cáucaso, Gorbachov ascendió al poder como secretario general del Partido Comunista de la URSS (PCUS) en marzo de 1985.
Por entonces, la Unión Soviética se enfrentaba a una profunda crisis económica interna que arrastraba desde la década de los 70. Había fracasado el intento de mantener un sistema de planificación centralizada que eliminaba la propiedad privada y dejaba en manos del Estado todos los factores de producción.
"No se logró mantener los dos grandes 'contratos sociales' con los que controlaba al pueblo: alimentos baratos a cambio de bajos salarios y un toma y daca entre rusos y no rusos", señala el historiador Geoffrey Hosking en su libro Breve historia de Rusia (2012).
A ese aislamiento económico se le sumaba la fuerte presión internacional a la que estaba sometida la URSS. No sólo era el paladín del comunismo de Oriente, sino que en los últimos años, la llegada a la Casa Blanca del presidente estadounidense Ronald Reagan -que calificó a la Unión Soviética como el "imperio del mal" en su doctrina-, tensó aún más las relaciones entre las dos grandes potencias nucleares. Eso supuso para la maltrecha economía soviética un desgaste de recursos.
Por eso, la entrada en escena de Gorbachov, un hombre pragmático, licenciado en Derecho y convencido de que la seguridad de la actual Rusia no estaba en la fuerza bruta ni en exhibir y acumular arsenal nuclear, sino en el diálogo y la cooperación, supuso un soplo de aire fresco. Y consiguió negociar con Reagan y firmar en 1987 el tratado de eliminación de misiles de corto y medio alcance (INF, por sus siglas en inglés) que contribuyó al desarme de la guerra fría.
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A la popularidad que supuso ese cambio de actitud en la política exterior se le sumó que el nuevo líder del PCUS, de 54 años, representaba una nueva generación política. Sobre todo después de que sus dos predecesores, Yuri Andropov (exagente del KGB) y Konstantín Chernenko -ambos garantes de la vieja guardia comunista de Stalin- falleciesen a avanzada edad pocos meses después de tomar el mando del partido.
Reforma económica y social
Nada más tomar el poder, Gorbachov inició la Perestroika (que significa 'reestructura' en ruso). Una tan prometedora como criticada reforma política que pretendía reconstruir y desarrollar la economía soviética, pero que acabó por hundirla aún más en apenas seis años.
La Perestroika contemplaba la legalización de las empresas privadas o el fin de la regularicacióñn salarial
"Aquellos que no tengan la intención de adaptarse y que sean un obstáculo para resolver estas nuevas tareas, simplemente deben quitarse de en medio", anunció por televisión en 1985 antes de detallar una larga lista de medidas. Entre ellas, se encontraban la legalización de las empresas privadas como complemento al control estatal, la modernización industrial y el fin de la estricta regulación de salarios.
Un ambicioso plan económico que, en la práctica, el régimen comunista no pudo sostener. El sector privado, por ejemplo, aprovechó la escasez para subir los precios, lo que provocó que millones de ciudadanos que antes recibían productos de manos de las redes estatales fuesen incapaces de comprar alimentos. En 1990 llegó incluso a peligrar el suministro de alimentos básicos en las principales ciudades.
Paralelamente, Gorbachov implantó la Glásnost (significa 'apertura' o 'transparencia') para alentar la democratización de la Unión Soviética. Pero también, para apoyarse en la opinión pública y legitimar sus políticas frente a las facciones más conservadoras del PCUS que se oponían a sus revolucionarios cambios.
Para ello, Gorbachov impulsó el pluralismo político, liberalizó la prensa, rebajó el control político sobre los medios de comunicación y alentó a los ciudadanos a denunciar los desmanes de sus superiores, los casos de corrupción o los fallos del sistema.
Sin embargo, esta política aperturista pronto se convirtió en un arma de doble filo. La prensa y los partidos políticos comenzaron a criticar abiertamente al Gobierno. Sin ir más lejos, en 1989, durante las primeras sesiones televisadas del Congreso de Diputados del Pueblo (un nuevo órgano creado con la Perestroika) "los oradores fueron denunciando, uno tras otro, los abusos de poder de las clases dominantes", recoge Hosking en su libro.
La Glásnost permitía a los ciudadanos denunciar los casos de corrupción o los fallos del sistema
Sin embargo, la reputación de la Glásnost sufrió su mayor golpe mucho antes, en abril de 1986 con la explosión de la central nuclear de Chernóbyl, cuya gravedad los funcionarios trataron de ocultar. Se dice que incluso informaron con retraso a Gorbachov de la magnitud de una de las peores catástrofes nucleares de la historia, lo que ralentizó la respuesta y agravó las consecuencias.
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Colapso y desintegración
La Glásnot también provocó que a finales de los 80 saliesen a la superfície viejos rencores y explotasen distintos movimientos nacionalistas que propiciaron que repúblicas soviéticas como Estonia, Letonia o Georgia (anexionadas por la URSS a la fuerza tras la Segunda Guerra Mundial) declararan su independencia de Moscú.
Así, a pesar de que gracias a la Perestroika y la Glásnost, Gorbachov se ganó la simpatía de la comunidad internacional y de algunos sectores de la sociedad, la mala situación económica y el descontento social llevaron a la URSS al colapso.
El Gobierno de Gorbachov acabó por desestabilizarse en 1991 con el intento de golpe de Estado de la línea dura del Partido Comunista y la KGB, que derivaron en la desintegración de la Unión Soviética, que se desmembró en diferentes repúblicas y dejó como heredera legal a la actual Federación Rusa.