La elección de Elizabeth Truss, una mujer enérgica, de discurso profundamente liberal y antieuropeísta, como primera ministra del Reino Unido, ha provocado un aluvión de comparaciones con Margaret Thatcher, quien gobernara el país de 1979 a 1990. Probablemente, buena parte de la comparación esté basada en un tópico: ambas son mujeres. Truss comparte la visión del estado que tenía Thatcher como un mal necesario puramente regulador de conflictos y quiere bajar impuestos a toda costa, pero eso es un mantra compartido con prácticamente todos los políticos del Partido Conservador. La salvedad, Rishi Sunak, acaba de ser derrotado en las primarias con cierta contundencia.
Es posible que Truss tenga mucho más de Thatcher que de May, que siempre se vio a sí misma como poco más que una alta funcionaria, una gestora… otra cosa es que los momentos sociales y políticos sean parecidos. Apenas lo son. Han pasado cuarenta y tres años y tal vez lo único que se parece al contexto de 1979, con matices, es que Reino Unido vuelve a encontrarse ante una crisis energética y sigue teniendo un claro enemigo exterior con afanes imperialistas: entonces, era la Unión Soviética de Leonid Brezhnev, que iniciaría la invasión de Afganistán pocos meses después de la llegada de Thatcher a Downing Street; en 2022, la Rusia de Putin sigue intentando hacer lo propio con Ucrania.
Todo lo demás es suficientemente distinto como para ser cauto con las comparaciones. De entrada, la propia llegada al poder es radicalmente distinta. En 1979, Reino Unido venía de una evidente inestabilidad política: tras imponerse en las elecciones de 1974, los laboristas habían gobernado con el veterano Harold Wilson hasta 1976, cediendo después el mando a James Callaghan. Con el hiato de los cuatro años de gobierno de Edward Heath (1970-74), los primeros ministros progresistas habían encadenado once de quince años en el poder.
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La llegada de Thatcher tuvo mucho de ruptura con esa tradición laborista, su dificultad para poner orden en las calles, el aumento de impuestos, los problemas energéticos surgidos de la crisis de 1973 y el miedo a meter mano a sectores clave de la economía tradicional británica. Por su parte, Truss es la cuarta primera ministra conservadora desde la victoria de David Cameron en las elecciones de 2010. Si hay marejada, es puramente interna. Los “tories” llevan doce años en el poder, así que, donde Thatcher era ruptura con el “statu quo”, Truss es pura continuidad. No en vano se trata de una de las más estrechas colaboradoras de Boris Johnson.
Primera reunión de gabinete de Truss
Liz Truss ha presidido a primera hora de este miércoles su primer gabinete de ministros. La premier se ha rodeado de aliados políticos, la mayoría encuadrados en el ala derecha del Partido Conservador.
Thérèse Coffey, hasta ahora en Trabajo y Pensiones, ocupa la cartera de Sanidad y será también viceprimera ministra. En Economía, puesto clave para lidiar con la crisis del coste de la vida, el principal reto a corto plazo que afronta Truss, está Kwasi Kwarteng, uno de sus más antiguos aliados políticos.
Menos crecimiento, más deuda
Económicamente, Reino Unido tampoco es el mismo país. En 1979, frente a lo que se suele creer, el país estaba en plena expansión económica: ese año y el anterior, el PIB subió en torno al 4%. Ahora, con el factor corrector de la pandemia, está en torno al 1-1,5%... y en riesgo de una posible recesión debido a los problemas del entorno. ¿Qué quiere decir esto? Que Thatcher heredó un país en bonanza y tuvo relativamente fácil bajar los impuestos, aunque eso supusiera que en 1980 y 1981 hubiera crecimiento negativo. Digamos que era una inversión que Reino Unido podía permitirse de cara al medio plazo (en 1987 y 1988, el crecimiento superó el 5,5%).
No lo tendrá tan fácil Truss ahora. De 2015 a 2019, el PIB subió un poco más del 1,5% anual. Lo que se perdió el año de la pandemia (-9,3%) no se logró recuperar en 2021 (+7,4%). El PIB total con el que el país acabó el año pasado es prácticamente el mismo que en 2015. Del mismo modo, la deuda pública era en 1979 de poco más del 40% -el último año de Thatcher bajó hasta el 28, 52%- cuando ahora está por encima del 95%. Son cifras insostenibles que se vienen disparando desde la crisis financiera de 2008-2009 y que dificultan mucho una bajada de impuestos.
Como sucede en el resto del planeta, el estado necesita recaudar como sea, más aún en un contexto bélico en el que Reino Unido está siendo, junto a Estados Unidos, el principal aliado militar y económico de Ucrania. ¿Es compatible esto con la anunciada reforma fiscal de Truss? Habrá que verlo. El hecho de que la inflación esté en un 10,1% interanual supone un aumento indirecto de los ingresos… pero también obliga al estado a comprar más caro en los mercados internacionales. La libra está en sus valores más bajos respecto al dólar desde 1985.
Una sociedad menos violenta
Aunque el Reino Unido de finales de los setenta crecía económicamente a mayor ritmo, era mucho más inestable en cuestiones sociales. Coincidiendo con los veinticinco años de reinado de Isabel II, el punk invadió las calles y no llegó a irse. Era un movimiento que reflejaba la frustración de la juventud, como lo reflejaban desde el otro lado del espectro político, los "skinheads", habituales en barrios de clase baja donde la inmigración intentaba hacerse un hueco tras el repliegue del imperio británico y la decadencia de la Commonwealth.
En las elecciones de 1979, el Frente Nacional, partido de extrema derecha, consiguió el 0,6% de los votos, rozando los 200.000 sufragios. Cuatro años más tarde, su sucesor, el British National Party, apenas superaba los 14.600. El problema no era tanto político como social. La imagen del país se vio muy dañada por la actuación de los “hooligans” de distintos equipos, particularmente a partir de la masacre del estadio de Heysel en 1985. No era un fenómeno nuevo, precisamente.
Liz Truss ya es primera ministra con la 'atípica' bendición de Isabel II en Balmoral
Nada que ver aquella generación del odio con la juventud actual, enamorada de Harry Styles y Dua Lipa. Los años han suavizado las relaciones sociales, pese al aumento de la inmigración. El alcalde de Londres es un musulmán hijo de paquistaníes sin que nadie se escandalice por ello. Ganó las elecciones en 2016 y volvió a ganarlas en 2020. La liga inglesa de fútbol es la mayor colección de talento internacional e interracial que se puede ver en el deporte contemporáneo. Uno ya no asocia Reino Unido con violencia y ese es un problema menos con el que habrá de lidiar Truss.
Con todo, el principal cambio es la desaparición del terrorismo. En 1979, el IRA era una presencia constante en la vida británica. Solo ese año, el grupo terrorista irlandés provocó setenta y seis víctimas mortales: funcionarios de prisiones, militares retirados o en activo, figuras del protestantismo en Irlanda del Norte… El 27 de agosto, menos de cuatro meses después de las elecciones que llevaron a Thatcher al poder, el IRA mató al Conde de Mountbatten, primo hermano de la reina Isabel II… y a dieciocho soldados británicos en una emboscada cerca de Warren Point. En 2022, aunque el Sinn Fein sea el partido más votado de Irlanda, la violencia es cosa del pasado.
Los dos pilares
Las relaciones internacionales también han cambiado. Truss no tendrá, como Thatcher, que pelearse con la Unión Europea por todo ya que Reino Unido no pertenece a la Unión como sí pertenecía en 1979. En ese sentido, pierde un enemigo al que culpar de todos los males, lo que habrá que ver cómo gestiona. Sus lazos atlánticos con Estados Unidos siguen siendo igual de fuertes, así como el compromiso mostrado con la OTAN en la guerra de Ucrania.
Es cierto que Joe Biden no parece un interlocutor tan colaborativo como lo fue Ronald Reagan durante casi toda la década de los ochenta, pero hablamos de dos países cuyas políticas exteriores coinciden en prácticamente todo sin esfuerzo alguno. Truss, en principio, tampoco se enfrentará a tensiones territoriales en ultramar: no habrá una guerra de las Malvinas con la que culminar su primer mandato y no habrá una transición de poder en Hong Kong que preparar cuidadosamente.
Desde 1979 hasta la irrupción de Tony Blair en 1994, el Labour fue incapaz de encontrar un líder que enganchara a su electorado, más proclive a votar incluso al Partido Liberal o al Socialdemócrata. Si entonces fueron diecisiete los años del laborismo en la oposición, ahora vamos ya por doce. Ahora bien, entonces, las encuestas marcaban el fin de una época laborista. Ahora, lo hacen de una época conservadora. Hasta doce puntos de ventaja saca Sir Keir Starmer ante el caos vivido en los últimos años de la administración Johnson. El reto de Truss no es tanto iniciar un proyecto de años, como era el de Thatcher, sino resistir como sea a los ataques externos… e internos.
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