Si alguien tenía alguna duda de que Ucrania podía ganar esta guerra siempre que se limite al uso de armas convencionales, los últimos días habrán terminado de convencerle. La “guerra relámpago” de Putin cumple sus 200 días con el ejército ruso en una situación precaria: durante todo el verano, Ucrania se ha dedicado a bombardear puentes, vías de ferrocarril y toda infraestructura que pudiera formar parte de las líneas de suministro rusas. Como resultado, el ejército invasor está partido en dos, con serios problemas de disciplina y a merced de una contraofensiva local que les está empujando a retirarse de zonas clave y les obliga a la improvisación continua.
La estrategia del alto mando ucraniano ha sido de matrícula de honor: en vez de cebarse en el Donbás, prefirió hostigar el sur, especialmente los alrededores de la ciudad de Jersón. Zelenski supo leer perfectamente la situación tras las últimas ofensivas rusas de principios de verano: obstinado Putin en no llamar a las cosas por su nombre y organizar una movilización general, no había motivos para temer un avance hacia Sloviansk. Mejor, por lo tanto, utilizar el nuevo armamento occidental en otros frentes que los rusos no pudieran controlar con facilidad.
Para hacerse una idea de la situación, Lisichansk, la última gran ciudad ucraniana de Lugansk en caer en manos rusas, se rindió el pasado 3 de julio, es decir, hace más de dos meses. Desde entonces, Rusia no ha avanzado ni una decena de kilómetros en dirección oeste. Es cierto que Moscú anunció en aquel momento una pausa operativa para recomponer las unidades dañadas, pero dos meses de pausa indican más incapacidad que estrategia. Algo de lo que Ucrania ha sabido aprovecharse.
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Una contraofensiva a fuego lento
Como decíamos antes, el ejército ucraniano ha rehuido los ataques frontales, cuerpo a cuerpo, debido probablemente a su falta de armamento ligero. En cambio, ha exprimido al máximo las lanzaderas de misiles de larga distancia HIMARS enviadas por Estados Unidos. En vez de andar con prisas -en ocasiones, ha resultado desesperante ver que la famosa “contraofensiva” no se traducía en reconquistas territoriales- ha preferido el camino largo.
En una guerra de desgaste, el ejército invasor tarde o temprano se va a encontrar con el problema de la fatiga mental. Es difícil pasarte seis meses y medio en trincheras, lejos de casa y viendo cómo tus compañeros van cayendo. Todo sin un objetivo demasiado claro, más allá de esa abstracción teórica llamada “Novarossiya”.
El objetivo de cortar las líneas de suministro e incluso de atacar Crimea en plenas vacaciones era precisamente desmoralizar a los invasores. Llevar las penurias de la guerra al bando contrario. Si luchar durante seis meses y medio ya es difícil, hacerlo con problemas de abastecimiento lo es mucho más. Ucrania ha ido con tiento, cosa que Rusia no ha hecho nunca: primero, ha aislado a las tropas enemigas; a continuación, se ha lanzado a un ataque que está sorprendiendo a propios y ajenos.
Los avances en los dos frentes abiertos (Járkov y Jersón) en los últimos cuatro días son escandalosos y tienen su explicación: ante el goteo constante de ataques en el sur, a Rusia no le quedó más remedio que desviar tropas para defender la zona. Una vez esas tropas dejaron el este desprotegido, Ucrania lanzó ahí su ataque, dejando a los soldados de refuerzo entre dos aguas, sin saber si volver a Járkov o si seguir su camino a Jersón. Mientras, las pérdidas son notables en ambas posiciones.
Tres días de avances sin freno
Si empezamos por el sur, Ucrania ha reconquistado la ciudad de Ternovi Pody, a menos de cincuenta kilómetros de Jersón. También sigue el asedio a Oleksandrivka, junto al río Dniéper, en la frontera entre las regiones de Mikolaiv y Jersón. Los avances en el sudeste han llegado hasta Olhyne, en el otro extremo de la región, junto a Zaporiyia, donde siguen las luchas en torno a la central nuclear de Energodar, a cien kilómetros en línea recta de Melitopol, la ciudad más importante ocupada por los rusos en la región.
En cualquier caso, estos éxitos palidecen en comparación con lo que está pasando ahora mismo en el noreste del país, en toda la región de Járkov. Lo que estamos viendo se parece mucho a una desbandada en toda regla del ejército ruso. Aunque se hable de una “retirada táctica a posiciones más ventajosas”, lo cierto es que la contraofensiva ucraniana está entrando como cuchillo en mantequilla por el norte de Izium, llegando al río Oskil y cruzando el Siversk. En poco más de setenta y dos horas, ha avanzado unos cincuenta kilómetros hacia el este, llegando hasta el importantísimo enclave estratégico de Kupiansk, en el inicio del río.
Kupiansk funcionaba como núcleo de comunicaciones y centro de suministros del ejército ruso en el frente del noreste, recibiendo armas, tropas y alimentos desde Belgorod hacia Izium y de ahí a las posiciones de Lugansk. Lo que estamos viendo es una huida similar a la que vimos en los alrededores de Kiev en el mes de abril. El ejército ruso y sus aliados están abandonando ciudades clave como la propia Izium (conquistada el 1 de abril) y se rumorea que Limán (bajo control desde el 27 de mayo).
Sin Izium, adiós a un Donbás ruso
La importancia de estas dos ciudades es tal que resulta difícil ponerla en perspectiva. Sin ellas, Rusia jamás habría llegado a Sievierodonetsk ni a Lisichansk y no habría podido imponerse en Lugansk y partes de Donetsk. Izium, particularmente, fue un centro de alojamiento y toma de decisiones de altos cargos que venían a supervisar el frente oriental. Al caer en manos ucranianas, pensar en un ataque sobre Sloviansk o Kramatorsk parece ahora mismo ciencia ficción.
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De hecho, todo indica a que la iniciativa puede seguir siendo ucraniana durante los próximos días. Moscú ha anunciado que va a mandar más tropas, pero ¿con qué preparación?, ¿en cuánto tiempo?, ¿qué va a ser de las que huyen despavoridas ahora mismo hacia Kraminna por bosques, abandonando a su paso todo su equipamiento? Rusia no necesita reforzar un ejército sino recomponerlo por completo o todo el frente oriental caerá como un castillo de naipes. Kupiansk, Izium, Limán y Oskil no son solo ciudades desde las que defenderse sino desde las que tener a tiro la reconquista de buena parte del Donbás.
La otra ventaja, como insisten desde la Revista Ejércitos, es que estos movimientos ucranianos se hacen “por dentro”, es decir, sus líneas de suministro y comunicación están protegidas y sus tropas se pueden mover con facilidad de un frente al otro. Rusia tiene que ir “por fuera”, utilizando Mariúpol e incluso Crimea para mover tropas, lo que entorpece mucho sus reacciones. La sensación, ahora mismo, es que el invasor está contra las cuerdas, aunque se niegue a reconocer la evidencia. Lo primero que tendrá que hacer es acabar con esta imagen de pánico y de “sálvese quien pueda”.
A partir de ahí, resistir… solo que resistir, después de 200 días, viendo cómo se pierde lo poco que se ha conquistado, requiere de una fortaleza de ánimo que el ejército ruso y sus aliados parecen no tener en estos momentos. Habrá que ver por dónde pasa la reacción de Putin porque el papelón es tremendo. O anuncia ya la movilización general o, sinceramente, su ejército no tiene mucho que hacer en Ucrania. No, al menos, con armas convencionales.
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