El intercambio de prisioneros de guerra que Rusia y Ucrania llevaron a cabo el jueves pilló al mundo por sorpresa. No sólo por tratarse del más importante acuerdo de este tipo desde que comenzó el conflicto y que permitió la liberación de 205 ciudadanos ucranianos y 55 soldados rusos (incluido el oligarca cercano al Kremlin Viktor Medvechuc); también por la excepcionalidad del momento.
Apenas un día antes Vladímir Putin había acusado a Occidente de intentar "destruir Rusia" y dijo estar dispuesto a utilizar armas nucleares en Ucrania, a donde enviará a 300.000 reservistas para luchar en el campo de batalla. Una escalada bélica en toda regla que contrasta con el pacto diplomático alcanzado entre Moscú y Kiev para liberar a los prisioneros.
El trato se ha sellado gracias a la ayuda del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que se ha erigido como el gran mediador en el conflicto después de que su intervención permitiese desbloquear la exportación de granos de cereal varados en los puertos ucranianos. Pero también gracias al príncipe heredero al trono saudí Mohamed bin Salman (MBS), quien al parecer ha actuado como intermediario para conseguir la liberación de los diez presos de guerra extranjeros que se encontraban bajo control ruso.
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Se trata de cinco británicos, dos estadounidenses, un ciudadano sueco, otro croata y un marroquí que fueron puestos en libertad y que el jueves llegaron en un avión especial al aeropuerto de Riad, según ha explicado el Ministerio de Relaciones Exteriores de Arabia Saudí en un comunicado.
Ante semejante acto de buena voluntad, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha agradecido a MBS que haya "facilitado" el trámite con su "mediación", a pesar de haber mantenido una posición neutral respecto a la invasión desde el principio.
Rehabilitación internacional
Sin embargo, no es casualidad que su papel en el intercambio se haya enfocado en la puesta en libertad de los extranjeros cautivos. Y es que el príncipe saudí se encuentra inmerso en una gira internacional para restaurar su imagen, después de que un informe de los servicios de inteligencia de EEUU le señalasen como cerebro del secuestro, asesinato y descuartizamiento del periodista Jamal Khashoggi en 2018 en Turquía.
Sin ir más lejos, en julio se reunió por primera vez con el presidente de EEUU, Joe Biden. Aprovechó la crisis energética que vive Occidente - y que empujó al mandatario estadounidense a pedir a Riad que bombee más petróleo para que los precios bajen- para destensar la relación. Previamente, MBS tuvo un encuentro con Erdogan para pasar página y reparar sus lazos, también dañados por la muerte de Khashoggi.
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Mohamed bin Salman, sin embargo, no ha tomado partido. Más bien ha estado jugando a un doble juego: mientras trata de estrechar sus lazos con Occidente también ha afianzado su alianza con Putin en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), encargada de decidir la producción de crudo.
Durante el verano, a medida que Estados Unidos y Europa reducían las importaciones de petróleo a Rusia como castigo por la guerra, Arabia Saudí duplicó la compra. Asimismo, en septiembre, Riad y Moscú se dirigieron a los miembros de la OPEP para pedirles que redujesen sus objetivos y apuntalar así los precios mundiales, que estaban cayendo.
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