Con 11 años, Vladímir Putin se apuntó a clases de artes marciales para poder defenderse de sus compañeros, superiores en altura y corpulencia. "Me di cuenta de que en cada situación, tuviera razón o no, tenía que ser fuerte. Tenía que poder responder", explicó hace unos años.
Hoy, el presidente ruso celebra su 70 aniversario y sigue empeñándose en demostrar su fortaleza con una guerra en Ucrania que dura ya casi ocho meses. El problema es que lo que debía ser una exhibición de poder, un golpe rápido y decisivo que le permitiría empezar a reconstruir el imperio perdido que tanto anhela, está teniendo el efecto contrario.
Las recientes pérdidas en el campo de batalla, que han dejado imágenes de soldados retirándose desordenadamente de enclaves estratégicos como Járkov, Izium o Limán, hablan de un Putin vulnerable. Probablemente más débil que nunca. Al menos así lo creen los principales líderes occidentales, que consideran que el llamamiento a filas de 300.000 ciudadanos rusos y la creciente retórica nuclear es un gesto de desesperación. Eso sin contar las constantes especulaciones sobre su mal estado de salud.
Sin embargo, lo que piense Europa y Estados Unidos a Putin le importa más bien poco. No sucede así con sus socios internacionales -China, Irán y Turquía-, que recientemente han condenado la anexión a Rusia de cuatro provincias ucranianas ocupadas ilegalmente, aislándolo aún más de la comunidad global.
No obstante, su mayor preocupación es en realidad lo que piensan en casa aquellos que con su lealtad le mantienen en el poder. Y, al parecer, tiene motivos para preocuparse. Como consecuencia de las graves pérdidas territoriales en Ucrania (4.000 kilómetros cuadrados en apenas una semana) han crecido las voces críticas contra el líder ruso. Hay quien incluso considera que ha perdido el control... y la autoridad. Para muestra, los 84 concejales de distritos de Moscú y San Petersburgo que pidieron su dimisión a inicios de septiembre.
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Purga a gran escala
A lo largo de sus cuatro mandatos, el Gobierno de Putin ha tratado de silenciar a la disidencia con leyes que criminalizan la oposición y, en algunos casos, a través de métodos menos convencionales. Porque cabe recordar que son muchas las sospechas que se ciernen sobre el FSB, el servicio secreto ruso heredero del KGB, por su presunta implicación en las muertes de numerosos oligarcas rusos. Sólo en lo que va de año, 10 magnates relacionados con el Kremlin han perdido la vida en extrañas circunstancias.
Eso sin contar los misteriosos envenenamientos de críticos como los exagentes Sergei Skripal y Alexander Litvinenko o del activista Alekséi Navalny.
Ahora, para acallar las crecientes críticas contra su "operación especial" -y en última instancia contra su persona- Vladímir Putin, exagente del KGB, ha iniciado una reestructuración interna basada en la estrategia de "los palos y las zanahorias". O lo que es lo mismo: de las purgas y las recompensas.
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Este mismo miércoles, las autoridades rusas detuvieron a Alexei Slobodenyuk, un empleado del grupo de medios Patriot. Se le acusa de "fraude", pero lo cierto es que Slobodenyuk es el encargado de gestionar blogs militares como Release Z Kraken o Skaner donde últimamente se había criticado, entre otros, al ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, al presidente de la Duma estatal, Vyacheslav Volodin, y al portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov.
Según el Institute of the Study of War (ISW), esto sugiere que "el Kremlin está tratando de establecer límites en los que se permite la crítica en el espacio de información". Y habla de límites porque Putin parece haber descartado la censura total. Ha optado por aprovecharse de ese pequeño espacio de libertad de opinión.
De hecho, según sugiere el instituto de investigación estadounidense, la intención del presidente es dirigir la atención hacia un chivo expiatorio. O, concretamente hacia dos: el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, y el comandante del Distrito Militar Central, el coronel general Alexander Lapin.
Esta misma semana, Putin arremetió directamente contra el Ministerio de Defensa en un mensaje televisivo y le acusó de "no hacer los cambios oportunos en el marco legal para ampliar la movilización de reservistas a los estudiantes". Un comentario que sugiere que Putin busca que su amigo y más estrecho colaborador, con quien ha compartido más de unas vacaciones en Siberia, sea quien asuma la culpa por los fracasos en Ucrania. Ahora bien, eso no quiere decir que vaya a destituirlo, al menos mientras pueda utilizarlo de cabeza de turco.
La estrategia no es nueva: con cada derrota en Ucrania, han rodado cabezas en Rusia. Sólo al inicio de la guerra, descontento con las actuaciones del FSB, Putin puso bajo arresto domiciliario al máximo responsable Serhiy Beseda, según informó entonces el periodista ruso Andrei Soldatov. Le siguió una ristra de funcionarios destituidos.
Nuevo círculo de confianza
Ahora, sin embargo, la desconfianza parece haberse apoderado por completo del líder ruso. Hay quien incluso cree que toma decisiones por su cuenta sin escuchar a quien una vez fueron sus asesores. "Los funcionarios rusos a menudo desconocen sus intenciones como el resto del mundo", explicaba la analista política Tatiana Stanovaya al diario británico The Times.
Eso después de que en mayo fuentes militares occidentales aseguraran que Putin, desde su residencia, estaba tomando decisiones operativas y tácticas al mismo nivel que lo haría un coronel o brigadier.
Ramzán Kadyrov y Evgueni Prigozhin, dueño del grupo Wagner, son los nuevos hombres de confianza de Putin
Sin embargo, Putin no puede quedarse solo. Mucho menos en un momento en que la movilización militar parcial ha desatado una oleada de protestas ciudadanas a lo largo del país. Es por ello por lo que el líder del Kremlin está intentando modificar su círculo de confianza y acercar a sus seguidores más radicales para que desvíen las culpas hacia Shoigú y calmar los ánimos de quienes quieren una escalada bélica.
Uno de los elegidos es el checheno Ramzán Kadyrov, a quien Putin ha ascendido al rango de coronel general por su implicación en la guerra, a la que ha prometido enviar a sus tres hijos menores de edad y en la que ha exigido el uso de armas nucleares de baja intensidad.
Hasta hace poco, nadie se atrevía a dar nombres, pero esta semana el dirigente de Chechenia culpó de los fracasos en el frente al coronel general Alexander Lapin. "No ha proporcionado las comunicaciones, los recursos y el suministro de municiones que la situación requiere", dijo antes de calificarle de "mediocre".
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Siguiendo este discurso, el empresario Evgueni Prigozhin, íntimo de Putin y dueño del grupo de mercenarios Wagner, dijo que había que enviar "a todos estos bastardos descalzos al frente con armas automáticas", en relación con la posibilidad de enviar a jóvenes al frente.
También criticó los errores que se estaban cometiendo en Ucrania y defendió la purga de altos cargos militares. O, en otras palabras: secundó el discurso del presidente ruso, por lo que no sería extraño verlos, junto a Kadyrov, celebrando el 70 cumpleaños de Vladímir Putin.
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