Vladímir Putin tiene el orgullo herido. Por eso, después de la destrucción parcial del puente de Kerch, el único que une Crimea con Rusia, comenzó a bombardear indiscriminadamente objetivos civiles en un centenar de ciudades ucranianas a sabiendas de que eso no cambia apenas su situación en el campo de batalla.
Sin embargo, mientras continúa con su campaña de terror, el presidente ruso ha vuelto a quedar en evidencia. Este lunes, un avión militar ruso Su-34 se estrelló durante un vuelo de entrenamiento contra un bloque de edificios residenciales en la localidad rusa de Yeisk, cerca de la frontera de Ucrania. El impacto del cazabombardero ha dejado al menos 13 muertos y 19 heridos. También ha provocado un incendio de unos 2.000 metros cuadrados, según la información de los servicios de emergencia que recoge la agencia oficial TASS.
[Sólo 6 drones causaron el caos en Kiev: Ucrania derribó 37 de ellos antes del ataque de este lunes]
El accidente -provocado por el incendio de uno de los motores durante el despegue, de acuerdo con el Ministerio de Defensa de Rusia- se presenta como el símbolo de una nueva humillación del autócrata en su propia casa, donde no paran de crecer las críticas contra su "operación especial" en Ucrania. Sin ir más lejos, este fin de semana, el gobernador de la región rusa de Bélgorod, Vyacheslav Gladkov, informó sobre el impacto de un proyectil en uno de los depósitos de combustible existentes en la localidad fronteriza.
Desde que empezó la invasión, no obstante, el presidente de Rusia ha hecho el ridículo en más de una ocasión. A inicios de octubre, por ejemplo, formalizó la anexión ilegal de las cuatro regiones ocupadas en Ucrania en un multitudinario acto propagandístico en la Plaza Roja de Moscú. Aseguró que estos territorios "serían rusos para siempre", pero tan sólo unas horas después, las fuerzas ucranianas recuperaron Limán, una de las ciudades pertenecientes a esas regiones.
Moscú trató de ocultar esa humillante derrota alegando que sus tropas se habían "retirado estratégicamente" para preparar un nuevo ataque. De esa retirada, sin embargo, salieron a la luz imágenes de soldados huyendo desesperadamente y de tanques rusos abandonados por doquier.
Del Moskva a los 73 tanques
La incapacidad de frenar la contraofensiva ucraniana y la pérdida de numerosas localidades estratégicas en tiempo récord han supuesto para Putin un auténtico quebradero de cabeza. Tuvo que reconocer (parcialmente) sus fracasos y movilizar a toda prisa a 300.000 reservistas rusos para enviar al frente. Aunque eso signifique mandar a la guerra a nuevos soldados sin apenas preparación.
A estas alturas, seguir retorciendo sería un golpe aún más humillante que el sufrido durante los primeros compases de la guerra, cuando un misil Neptune lanzado por los ucranianos hundió el Moskva, buque insignia de la flota rusa del mar Negro.
Mucho más incluso que esos 73 tanques y otros vehículos blindados que fueron alcanzados en mayo por la artillería ucraniana cuando intentaban atravesar el serpenteante río Sviersky Donets que atraviesa de oeste a este las regiones de Lugansk y Donetsk.