Oksana tiene 36 años y acaba de alumbrar a un niño en el Centro Prenatal de Jersón. Es su segundo hijo y jamás pensó que nacería en mitad de una guerra, en pleno siglo XXI. Los médicos le han practicado una cesárea, aprovechando que había electricidad en el edificio. No se han arriesgado a esperar, por si la cortaban. También había un bombardeo ruso en curso, que retumbaba dentro del quirófano.
¿No os tiemblan las manos cuando escucháis el sonido de los cohetes?, pregunto a los dos cirujanos que acaban de atender el parto. Tatiana Kabachok toma una larga bocanada de aire antes de responder: "Se te cae el alma a los pies, pero no puedes parar. Es nuestro trabajo y nuestro deber", sentencia.
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De los cuatro quirófanos y paritorios que tiene esta maternidad solo se pueden utilizar dos. Los que no están orientados hacia el río Dnieper, de donde llegan los proyectiles rusos. Escuchar las condiciones en las que trabajan pone los pelos de punta. La directora en funciones, Oksana Tomchenko, incluso tiene que dormir en el propio hospital. "Vivo lejos y hay días en los que no podría llegar, porque bombardean a cualquier hora".
"Durante la ocupación rusa se dispararon los casos de estrés en las embarazadas, los partos prematuros y las hemorragias"
Me intereso por cómo afectan estos bombardeos aleatorios -que impactan en mercados de comida, hospitales, residencias universitarias o edificios de viviendas cada día- a la salud mental de las mamás gestantes. "Durante la ocupación rusa se dispararon los casos de estrés en las embarazadas, los partos prematuros y las hemorragias", explica para EL ESPAÑOL el cirujano jefe de esta maternidad, Petro Marenkovskiy. "Ahora, con los ataques diarios, la situación no ha mejorado", añade con una mueca de rabia contenida en la cara y negando con la cabeza.
Con el efecto de la anestesia aún visible y el cansancio reflejado en la cara, la nueva mamá sonríe cuando la enfermera entra con el recién nacido envuelto en mantas, y lo coloca en una cuna junto a ella. El bebé aún no ha abierto los ojos y tiene la piel muy sonrojada, pero llora con fuerza. ¿Cómo se va a llamar?, le pregunto mientras mira embelesada al niño. "Aún no lo sé, he tenido muchas cosas en la cabeza estos meses", responde.
Miedo a quedar embarazadas
Jersón es la única capital ucraniana que el Kremlin había logrado conquistar en diez meses de contienda. Antes de la guerra, contaba con una población de 350.000 personas y una industria que se estaba diversificando con bastante éxito. Novedosos proyectos de energías renovables convivían con la tradicional industria conservera, la agricultura y la actividad de los astilleros.
Hoy quedan menos de 50.000 habitantes, casi nadie puede trabajar y muchos se plantean evacuar a otras ciudades ante los incesantes -y sangrientos- bombardeos diarios que llegan desde la otra orilla del río Dnieper, donde se han atrincherado las tropas rusas -con la intención de resistir al menos durante el invierno-.
De las cuatro maternidades que había ya sólo funcionan dos. Una fue bombardeada en noviembre y en la otra no hay personal. Son muchos los doctores, enfermeros y celadores que han huido de la ciudad. Así que en los hospitales que siguen trabajando, lo hacen a medio gas, con un 50% del personal.
En el Centro Prenatal, la cirujana Kabachok, el doctor Evgeny Voloshyn, un joven anestesista llamado Sergey y dos matronas conforman el equipo médico que está de guardia. Hoy han atendido dos partos. Lo normal sería atender entre cinco y diez, pero, al igual que el personal sanitario, muchas futuras mamás también han huido de Jersón.
"Tenemos un generador que alcanza para el quirófano y poco más. (...) Estamos esperando que llegue uno de 110 kilovatios que ha donado Israel"
"Y las mujeres que no se han marchado, en muchos casos, no han querido quedarse embarazadas bajo la ocupación rusa. La mayoría de las familias planificaban sus hijos antes de la guerra, y desde marzo la cifra cayó en picado", apunta el cirujano jefe mientras recorremos los pasillos de la maternidad.
Zelenski ha pagado los salarios
Tomchenko y Marenkovskiy reconocen que no es fácil organizarse para trabajar con la mitad del personal médico -que ahora hace guardias más largas-, sorteando los bombardeos y atendiendo partos con muchas más complicaciones que antes de la invasión rusa.
Mientras caminamos por la zona de quirófanos, donde varias personas limpian todo a gran velocidad, noto que el hospital está en penumbra. "Es por seguridad", revela la directora Tomchenko. "Usamos luces pequeñas, que no llaman la atención desde el exterior, y tenemos tapadas las ventanas de los paritorios y de las salas de recuperación".
¿Y qué hacéis cuando cortan la electricidad?, pregunto. "Tenemos un generador que alcanza para el quirófano y poco más", aclara el cirujano jefe. "Estamos esperando que llegue uno de 110 kilovatios, que ha donado Israel. Pero de momento tiramos con uno pequeño, de 10 kilovatios", reconoce.
Con el suministro de medicamentos no hay problema por el momento. "Cuando empezó la invasión, nos acababa de llegar el pedido anual, y como ahora hay muchos menos partos aún tenemos almacenado lo necesario. Además Cruz Roja también está en contacto con nosotros, por si necesitamos algo", recalcan.
Tampoco les faltó su salario durante los casi nueve meses de ocupación rusa. "El Gobierno ucraniano nos lo ingresaba con normalidad cada mes, a pesar de que Rusia había instaurado aquí su propia administración", subraya Tomchenko.
El Kremlin está aplicando la política de "tierra de quemada" con Jersón: como no ha logrado mantener la posición, está reventando la ciudad a base de artillería
Un invierno incierto
El pequeño que acaba de nacer, en medio de un bombardeo, ha venido al mundo en una ciudad "libre". Al menos eso es lo que dicen los residentes a los que pregunto cuando salgo de la maternidad. Una nueva oleada de explosiones nos sorprende en mitad de la calle, y el Ejército ucraniano responde desde alguna posición cerca del río. El estruendo es tremendo.
Pero los habitantes que quedan en Jersón se sienten "libres", y señalan la bandera azul y amarilla que ondea en algunos edificios para reafirmar su argumento. De nada le ha servido a la Federación Rusa el paripé que organizó, celebrando referéndums ilegales a finales de septiembre, para intentar anexionar otras cuatro provincias ucranianas -tal y como hizo con Crimea en 2014-.
Así que, ahora, el Kremlin está aplicando la política de "tierra de quemada" con Jersón: como no ha logrado mantener la posición, está reventando la ciudad a base de artillería. Es barata, no provoca bajas entre las filas rusas y no requiere de personal con gran experiencia para "ablandar el objetivo", que se dice en jerga militar. O lo que es lo mismo, provocar daños indiscriminados que destrocen la moral de la gente y pongan contra la cuerdas al Gobierno de Kiev.
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La estrategia es sencilla: bombardear todos los días, varias veces al día. Y durante la noche también. A eso hay que sumar los francotiradores rusos, que ya han disparado contra varias personas cerca del puente de Antonov -incluidos periodistas- provocando que casi nadie se atreva a transitar por allí.
El problema -o la ventaja, según el bando desde el que se mire- es que los irreductibles ucranianos no se achican ante el sonido de las explosiones. Ni siquiera las mujeres que tienen que parir escuchando el sonido de las bombas que caen a pocas calles de donde se encuentran.