El pasado 5 de enero, la Casa Blanca emitía un comunicado informando del acuerdo entre el canciller Scholz y el presidente Biden para continuar su ayuda conjunta a Ucrania. Dicho acuerdo se concretaba en el envío de un importante número de carros de combate al país presidido por Volodimir Zelenski. Específicamente, según afirmaba el anuncio, Estados Unidos se comprometía a mandar una generosa cantidad de blindados Bradley mientras que Alemania hacía lo propio con sus tanques Marder. Ambos países entendían que, de esa manera, Ucrania quedaba bien protegida ante una posible ofensiva rusa y podía, incluso, continuar su avance en los frentes este y sur.
Todo ha cambiado en tan solo veinte días, sin que sepamos exactamente por qué. Está claro que algún tipo de informe de inteligencia ha prevenido de una mayor celeridad en la ofensiva del Kremlin o de un mayor número de tropas dispuestas para el ataque. Desde el pasado mes de noviembre, tanto el general Milley, jefe del estado mayor estadounidense, como sus homólogos en Kiev, han estado avisando de una nueva ofensiva rusa similar a la del 24 de febrero de 2022, solo que esta vez con una mayor organización y la posible ayuda directa de Bielorrusia.
De hecho, se baraja la posibilidad de que dicho ataque busque aislar a Kiev por su flanco oeste, algo que, sobre el papel, parece una apuesta muy arriesgada. La idea de Moscú sería lanzarse directamente sobre Leópolis, la segunda ciudad más importante del oeste ucraniano, a escasos kilómetros de la frontera con Polonia. De esa manera, partiría en dos el país y dificultaría en extremo cualquier línea de suministro a las fuerzas locales ya desplegadas en el Donbás y en las inmediaciones de Crimea.
Ahora bien, para que un ataque así tuviera éxito sería imprescindible que al enemigo le pillara por sorpresa, como de hecho sucedió en febrero del año pasado. Si Rusia ya tuvo enormes problemas para afianzar su dominio en zonas con una importante tradición rusófila y con estructuras organizadas de apoyo financiadas desde hace años por el Kremlin, es complicado pensar que pueda conseguir ningún tipo de complicidad en territorio abiertamente hostil y bajo estado de alerta. Un territorio, además, tan cercano a la frontera con la OTAN que obligaría a la Alianza a reconsiderar su papel en el conflicto.
Leopards y Abrams, a escena
Tal vez por eso, los planes de Alemania y Estados Unidos parecen haber cambiado en tan solo diecinueve días. Después de rechazar durante casi tres semanas las peticiones de Kiev de nuevos modelos de blindados más modernos y de mayor movilidad (los Leopard 2 en el caso de Alemania y los Abrams en el caso de Estados Unidos), tanto el gobierno de Berlín como el de Washington podrían haber llegado a un nuevo acuerdo para darle a Zelenski lo que dice necesitar a toda costa. Según Politico, la administración Biden está considerando enviar alrededor de 30 tanques Abrams.
Según el periódico Der Spiegel, apuntando a fuentes gubernamentales, Alemania va a mandar quince Leopard 2 de forma inminente. A ese contingente, habría que añadir los que decida enviar Polonia, los que puedan mandar España y Marruecos y los dieciocho que está pensando en comprar Países Bajos solo para poder cedérselos también a Ucrania. Como vemos, la movilización es tal que invita a pensar en que las hostilidades pueden recrudecerse en cualquier momento. Hay que tener en cuenta que estos blindados requieren de un dificilísimo mantenimiento y que hay que formar convenientemente a quienes vayan a utilizarlos. Eso toma un tiempo. Tiempo que, al parecer, no sobra.
De hecho, los problemas logísticos habían sido hasta ahora la gran excusa de ambos gobiernos a la hora de negarse a la entrega de estos modelos. Especialmente, en el caso de los Abrams, el Pentágono ha incidido en repetidas ocasiones en el problema que supone la necesidad de altísimas cantidades de queroseno para garantizar su funcionamiento, con el riesgo que eso supone de que se queden sin combustible en mitad de la nada.
Tal vez a la espera de solucionar estos problemas de mantenimiento, la Casa Blanca ha preferido contestar con un "sin comentarios" a las informaciones publicadas este martes por el Wall Street Journal y recogidas por la agencia Reuters. Con todo, si tenemos en cuenta que Alemania siempre ha condicionado la entrega de sus Leopard al envío por parte de Estados Unidos de sus Abrams, no es descartable que el anuncio oficial por parte de Washington llegue en las próximas horas.
"Ganar la guerra", la exigencia de Johnson
Cabe preguntarse si, además de funcionar como fuerza disuasoria, este envío masivo de equipos militares -Reino Unido enviará un alto número de Challengers, Francia prometió el mayor contingente de armas desde el inicio de la guerra, incluso Estonia ha anunciado la donación de toda su artillería de 155 milímetros- no supondrá también una apuesta decisiva de Occidente para eliminar de una vez por todas la amenaza rusa sobre Ucrania y, por extensión, sobre el resto de Europa.
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El exprimer ministro británico, Boris Johnson, explicaba este martes en un extenso artículo de opinión en el periódico Daily Mail que era el momento de que Occidente se volcara en una victoria militar ucraniana no ya para 2024 o 2025, sino para este mismo 2023. Johnson recogía de paso en el artículo las impresiones de su reciente visita sorpresa a Kiev, donde se reunió con el presidente Zelenski. Hay que recordar que, durante su mandato, siempre se mostró como el más atrevido de los aliados de Ucrania en el conflicto.
Desde Kiev también se ha insistido en esta doble oportunidad: por un lado, los tanques servirían para frenar la esperada ofensiva desde el sur de Bielorrusia. Por otro lado, una vez frenada dicha ofensiva, también podrían devolver a las tropas rusas a sus fronteras de 2022 o incluso de 2014. La duda es si el ejército ucraniano tiene suficientes hombres con suficiente formación para afrontar un reto así. El asunto no es solo disponer de la mejor tecnología, sino saber sacarle el máximo partido. Un exceso de armas puede llevar al colapso. Su ausencia, conducir a la derrota. He ahí el dilema. De la pericia de Occidente a la hora de resolverlo dependerá el futuro inmediato de la guerra.
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