Aunque las apariencias indicaran lo contrario, la relación entre Ucrania y Estados Unidos no siempre ha sido la ideal. Todo parte de las semanas anteriores a la guerra, cuando la inteligencia estadounidense no dejaba de alertar públicamente de un intento de invasión por parte del Kremlin… mientras en Kiev pedían por favor silencio para no ahuyentar a inversores y turistas. El convencimiento -alimentado también por Francia y Alemania- de que el Pentágono exageraba la amenaza rusa fue clave para que el camino de los tanques hacia Kiev quedara expedito durante cuarenta y ocho dramáticas horas.
No fue ese el único enfrentamiento entre ambos gobiernos. El 15 de junio de 2022, se produjo una tensa conversación entre Biden y Zelenski con motivo del anuncio del envío de lanzaderas de misiles HIMARS, que a la postre serían decisivas en el trascurso de la guerra. Cuando Biden llamó en primera persona a su homólogo ucraniano para anunciar la buena nueva, se encontró con algo parecido a la queja y el agravio: Kiev quería más y lo quería cuanto antes. Esta sed insaciable molestó en su momento a Washington hasta el punto de que Biden recomendó a Zelenski que moderara su discurso público, cosa que, más o menos, ha hecho.
En Estados Unidos se tiene la sensación de que Ucrania no agradece lo suficiente lo que Occidente está haciendo por su país. Más allá de la obligación moral de proteger al débil frente al fuerte y de la conveniencia estratégica de impedir que Rusia amplíe su territorio y, sobre todo, su esfera de influencia, hasta la frontera misma con la OTAN, lo cierto es que tanto la Alianza como la Unión Europea o Australia se están volcando mucho más allá de lo inicialmente pensado… sin que dé la sensación de que Kiev termine de saciarse.
Desde el inicio de la guerra, la cantidad de armas enviadas es tremenda, así como el apoyo logístico y puramente económico. Ucrania pidió Javelins y tuvo Javelins. Pidió HIMARS y tuvo HIMARS. Pidió antimisiles Patriot y tuvo antimisiles Patriot. Incluso cuando le prometieron tanques Challengers, Bradleys y Marders, Zelenski dijo: “No, queremos Leopards y Abrams”. Y ya los ha conseguido, aunque difícilmente estarán preparados los envíos para antes del verano y tanto la formación como el mantenimiento sean especialmente complicados.
Misiles para atacar territorio ruso
Todo el mundo entiende que Zelenski está en su derecho de pedir. De entrada, es su país el que ha sido invadido. Son sus ciudadanos los que mueren bajo los misiles rusos o son torturados bajo las ficticias administraciones que Moscú ha constituido en Donetsk, Lugansk, Zaporiyia o Jersón. Nadie va a reprochar públicamente al presidente de un país que haga todo lo posible por librarlo de la destrucción. Ahora bien, sí hay desde hace tiempo una cierta incomodidad con el nivel de exigencia y la premura con la que se solicita todo.
Aún no sabemos cuándo van a estar disponibles las partidas de tanques -en el Pentágono, de hecho, siguen dudando de que la decisión sea correcta: llevar Abrams a Ucrania supone un gasto enorme en combustible y tanto su mantenimiento como su reparación será una ardua tarea- cuando la CNN publica hoy que Kiev ya está pidiendo misiles de largo alcance con los que poder atacar los arsenales rusos tanto en Crimea como en Rostov y Belgorod. Una petición que, por otro lado, viene de lejos, pero que resulta complejísima de atender.
Una de las líneas rojas que ha marcado Biden a lo largo de este conflicto es que el armamento estadounidense no puede utilizarse más que en funciones defensivas dentro del territorio ucraniano. Esto es, no se puede atacar la Federación Rusa dentro de sus fronteras reconocidas internacionalmente. Aunque hay cierta ambigüedad dentro de la propia administración y del estado mayor acerca de qué estatus otorgar a Crimea -su anexión en 2014 fue tan ilegal como es la de Lugansk en 2022, por poner un ejemplo -, el resto de Rusia es intocable. No quieren una escalada y no quieren ser ellos los que la provoquen.
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En ese sentido, no parece probable que Estados Unidos vaya a ceder a estas presiones porque permitir un ataque a territorio ruso con armas de la OTAN sería entrar en la rampa de despegue hacia una III Guerra Mundial. Todos los avances armamentísticos que estamos viendo en las últimas horas parten del convencimiento de que la ofensiva rusa de finales de invierno va a ser de nuevo más potente de lo que Kiev cree… y de la creencia de que las amenazas nucleares de Moscú son un enorme farol mientras la situación siga siendo la que es. No quieren arriesgarse a cambiar demasiado el estatus. De hecho, este envío de armas ya ha provocado una escalada verbal peligrosa.
Cazas para controlar el espacio aéreo
Ahora bien, volvemos al dilema inicial: Zelenski quiere defenderse. Y quiere hacerlo de la manera que le resulte más efectiva a su ejército. Es absurdo perder hombres y hombres en el frente cuando se pueden atacar directamente las fuentes de suministro de armas, víveres y batallones de combate. Aunque aún queda reciente la catástrofe de Makiivka, donde murieron centenares de militares rusos por el ataque de un solo misil de precisión al geolocalizar su ubicación por el uso de dispositivos móviles, Kiev asegura que Rusia está "aprendiendo de sus errores" y que cada vez es más difícil pillar al enemigo en estos renuncios. También entienden que la llegada de Gerasimov al mando de las operaciones supone un "ahora o nunca" que requiere de una reacción a la altura.
Por todo ello, aparte de los misiles de larga distancia para atacar territorio ruso, se ha rumoreado en las últimas horas la posible petición de cazas de combate para intentar igualar la lucha por el espacio aéreo. En concreto, la revista Político cita a media docena de diplomáticos y oficiales europeos que aseguran que el debate sobre el tipo de avión militar a enviar ya está sobre la mesa. Lo más probable es que se traten de F16 o de F18, ambos tipos de fabricación estadounidense.
La duda, de nuevo, está en si Ucrania necesita ese armamento. Es complicado plantar cara en el aire a Rusia, que tiene muchos más aparatos disponibles de los que pueda conseguir el gobierno de Kiev. Tal vez sería más eficaz potenciar los sistemas de defensa antiaérea. Los cazas pueden tener una doble función defensiva y ofensiva y esta última podría provocar la tan temida escalada militar. Los sistemas de defensa antiaérea causarían un daño irreparable al ejército ruso sin ahondar en su narrativa victimista y ofrecerían cierto consuelo al golpeado pueblo ucraniano… y a su gobierno.
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