La toma de Bakhmut hace una semana por parte de Rusia cierra una etapa y abre simbólicamente otra. La caída de la ciudad sitiada durante casi 10 meses en el frente oriental, que un día respiraba por sus 70.000 habitantes, pone fin a la ofensiva rusa y da paso a la contraofensiva ucraniana. Un momento anunciado desde finales de febrero que, justo antes de entrar en junio, ya está aquí.
Las altas expectativas por la contraofensiva, generadas a bombo y platillo por el Gobierno de Volodímir Zelenski, alcanzaron su cénit en la cumbre del G7 celebrado en Hiroshima el pasado fin de semana: EEUU dio el visto bueno al envío de cazas F-16 a Ucrania. Esto, unido a los carros de combate Leopard 2 conseguidos en el primer trimestre, supone un giro militar y diplomático a la guerra.
El último paso necesario antes de comenzar, por fin, la contraofensiva. Con los Leopard 2, la reposición de munición, armas y equipamiento militar, y a la espera de los F-16, el frente de Bakhmut ha permitido a Ucrania desgastar a su enemigo en un frente de poca importancia estratégica el tiempo justo para organizar toda esta operación de contraataque que, ya sí, puede decirse que ha comenzado.
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El jueves, el asesor de Zelenski, Mykhailo Podolyak, respondió en Twitter a algunas preguntas sobre la contraofensiva. En primer lugar, "no se trata de un 'acontecimiento único' que comenzará a una hora concreta de un día concreto, con un corte solemne de una cinta roja", dijo.
Mucha gente esperaba un ataque histórico, mortal, que se inscribiese desde el mismo momento de su ejecución en los anales de la historia bélica. Sin embargo, el ministro de Exteriores ucraniano, Dmitri Kuleba, ya avisó que esto es algo que solo existiría en los guiones cinematográficos: "No consideren esta contraofensiva la útima, porque no sabemos lo que saldrá de ella".
La contraofensiva, continuó Podolyak, consistirá en "decenas de acciones diferentes para destruir a las fuerzas de ocupación rusas en diferentes direcciones, que ya han tenido lugar ayer, tienen lugar hoy y continuarán mañana". Paradójicamente, con estas declaraciones, Podolyak cortaba la "solemne cinta roja". Aunque ya había pistas suficientes para deducir que la contraofensiva está teniendo lugar.
Ataques en la frontera
El lunes a primera hora de la mañana saltó la noticia, apoyada por imágenes y relatos de cuentas prorrusas en Telegram, del cruce de la frontera entre Rusia y Ucrania por el puesto de Graivoron, en la provincia rusa de Belgorod, de "saboteadores ucranianos" que llevaron a Putin a activar la "alarma antiterrorista".
Aunque el ataque fue reclamado por ciudadanos rusos contrarios a Putin pertenecientes al Cuerpo de Voluntarios y al grupo conocido como Legión de la Rusia Libre, estos saboteadores entraron desde Ucrania.
Desde entonces, Rusia ha notificado repetidos ataques en la frontera sur con Ucrania. El último, este viernes, en las regiones de Rostov y Krasnodar, donde se registraron por la noche explosiones tras un ataque con drones y misiles, según las autoridades locales.
"El sistema de defensa aérea se activó en el área de Morózovsk y derribó un misil ucraniano. Los militares están haciendo su trabajo. Mantengan la calma", escribió el gobernador de Rostov, Vasili Gólubev, en su canal de Telegram.
En la vecina Krasnodar, cerca del estrecho de Kerch y, por tanto, de la anexionada península ucraniana de Crimea, se produjo otra explosión en el centro de la ciudad, donde resultaron dañados dos edificios, uno de oficinas y otro residencial, de acuerdo con el alcalde, Yevgueni Naúmov.
Estos ataques se corresponden con lo que Podolyak denominó "destrucción intensiva de la logística enemiga", lo cual, para el asesor de Zelenski, "es también signo de contraofensiva".
No obstante, y sobre todo, estas incursiones en la frontera rusa, ya sean perpetradas por soldados ucranianos o por saboteadores rusos afines a Kiev que penetran desde Ucrania, tienen el objetivo de obligar a Rusia a movilizar a sus tropas a distintas zonas.
Es decir, una estrategia de Ucrania para esta contraofensiva consiste en generar una división en el Ejército ruso debido a que sus fuerzas tengan que trasladarse a puntos de escasa importancia para responder a asaltos más pequeños. Pero no solo eso: también minar la psicología y la capacidad de reabastecimiento rusas.
El cambio de clima
Este viernes se producía otro cambio aparentemente insignificante, pero esclarecedor en cuanto a la confirmación de que el Ejército ucraniano ha pasado a la ofensiva. Soldados en la región de Zaporiyia -una de las ocupadas donde Ucrania buscará recuperar enclaves tan importantes como Melitópol- operaban con uniformes de verano, refrescos y helados, como puede verse en una imagen del 'Washington Post'.
Las temperaturas, en efecto, se han elevado esta semana hasta los 25ºC. La primavera ha tardado en llegar a Ucrania tanto como la contraofensiva, en una correlación plena de sentido: desde el primer momento, el Ministerio de Defensa ucraniano avisó de que la primera era condición indispensable para que se cumpliese la segunda.
Hasta ahora, la sucesión de meses inusualmente lluviosos habían dejado el campo de batalla embarrado, pegajoso, en definitiva, no apto para vehículos pesados como los enviados por los aliados occidentales. "Este año hubo un enorme nivel de agua durante la primavera", se lamentó el ministro de Defensa Oleksii Reznikov.
Pero el buen tiempo ha llegado y con él la sequía, condiciones óptimas para que Zelenski demuestre a sus socios que el esfuerzo no ha sido en vano, que van a recuperar el terreno perdido. Además, el clima cálido brinda otras ventajas, como una mejor cobertura de árboles para las tropas y los vehículos, y más horas de luz.
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El avance hacia el sur, una zona eminentemente agrícola donde los campos de cosecha están en su apogeo, arroja un escenario ideal para que Ucrania intente romper el 'puente terrestre' creado entre la Rusia continental y la península anexionada de Crimea. Antes de los ataques, Ucrania necesitará cortar las líneas logísticas y de suministro rusos, y en esa fase de la contraofensiva se encuentra ahora.
Mientras tanto, Zelenski parece no tener demasiado interés en que la contraofensiva vaya demasiado deprisa. La toma de Bakhmut por parte de Rusia ha sido respondida con un intento escuálido de recuperarla, atacando los flancos. Pero la guerra ya no está ahí y Rusia lo sabe: de hecho, el Grupo Wagner emprendió el jueves la retirada hasta el de junio para ser relevado por tropas regulares del Ejército.
El coronel de las Fuerzas Especiales de Ucrania, Roman Kostenko, explicó en 'The Guardian' que nos adentramos en una etapa donde "es poco probable que Ucrania se embarque en una gran ofensiva frontal". En cambio, atacará objetivos logísticos y, como dijo el ministro Kuleba, seguirán esperando "armas, armas y más armas, que es lo que se necesita para ganar una guerra".
Esto, para quienes esperaban una respuesta ucraniana inapelable, puede defraudar al estilo de 'mucho ruido y pocas nueces'. Sin embargo, la contraofensiva se seguirá desarrollando de forma silenciosa, a imagen y semejanza de como se estuvo orquestando mientras el foco estaba en Bakhmut: a fuego lento. La gran batalla que Occidente espera posiblemente no llegará hasta dentro de unos meses, cuando las tropas ucranianas, quizá, hagan un avance relámpago como el que ya hicieron el otoño pasado en Járkov.