Allá por 2015, Vladimir Putin decidió que Rusia necesitaba una Guardia Nacional que velara por sus fronteras y combatiera el terrorismo. A qué se refería con ello y por qué no podía hacerlo el Ejército o la Policía como hasta ese momento no quedaba del todo claro. Tras meses de debate en la Duma, donde su partido, Rusia Unida, tenía una amplísima mayoría, el 5 de abril de 2016, el propio Putin firmaba un decreto en el que oficializaba su creación. Nacía así la conocida como 'Rosgvardia' con el fin de "garantizar la seguridad estatal y proteger los derechos del ciudadano".
Ahora bien, su verdadera función era otra: garantizar la seguridad de Putin y protegerle de cualquier tumulto interno. A medio camino entre una policía política y un ejército personal, la Rosgvardia depende únicamente del presidente de Rusia. No hay intermediarios ni ministerios que se crucen por el camino. Ni Shoigús ni Lavrovs ni Gerasimovs ni Medvedevs ni nada por el estilo. La Guardia Nacional rusa es la Guardia Nacional de Putin y sus órdenes han de acatarse sin preguntas incómodas ni lentas burocracias.
El problema es que, si tenemos en cuenta que la Policía ya opera en favor del Kremlin y el FSB ya espía para Putin, un cuerpo así sólo tiene sentido real en emergencias como la del pasado 23 de junio, cuando el Grupo Wagner tomó Rostov del Don y se lanzó hacia Moscú. Ahí es donde la Guardia Nacional tendría que haber aparecido para proteger a su líder, pero apenas se supo nada de ella. Sin duda, fue un aviso de tremenda importancia. Por eso, según informó este martes el Institute for the Study of War (ISW), Putin está decidido a fortalecer su Guardia Pretoriana con más hombres y de paso dar el enésimo golpe póstumo a su enemigo Prigozhin.
Una Rusia militarizada
El ISW afirma en su informe que la Rosgvardia está poniéndose en contacto con miembros del Grupo Wagner que se incorporaron al ejército privado cuando aún estaban en la cárcel. Para ello, solicitan una serie de pruebas y el correspondiente certificado de que se le ha concedido el indulto por su participación en la guerra de Ucrania. En la decisión, habría como mínimo dos objetivos: uno, el obvio, sería reforzar la Guardia Nacional, que ya ha ido acogiendo en los últimos meses a soldados de élite procedentes de otros cuerpos de seguridad del estado.
El segundo, más sibilino, controlar la facción más peligrosa de Wagner. Sabemos que hay una corriente hostil al Kremlin, que juró en su momento fidelidad a Yevgueni Prigozhin y que ve en su asesinato una traición imperdonable de Putin. En ese sentido, el presidente ruso está aplicando el "divide y vencerás". Nadie puede conocer mejor los planes de los rebeldes y vigilar sus intenciones que sus propios excompañeros. Los hombres dirigidos por "Lotus" (Anton Yelizarov) siguen operativos, pero necesitan más efectivos. Si la Rosgvardia se da más prisa a la hora de contratarlos, ahogará de alguna manera a Wagner y limitará su futuro.
Habría también un tercer objetivo, por supuesto, que ya se ve en los numerosos actos de propaganda bélica que se repiten en todo el país: aumentar la militarización de Rusia. Entre ejércitos públicos y privados, fuerzas de seguridad y agencias de espionaje, Rusia se parece cada vez más a la antigua Unión Soviética y crece la idea de que cada ruso, en esencia, es un soldado. De hecho, el presidente Putin declaró este martes en Vladivostok, donde espera al líder norcoreano, Kim Jong-Un, que en los últimos siete meses, 270.000 personas habían firmado voluntariamente contratos militares, una media de 1.500 al día.
El ejemplo norcoreano
Como siempre, hay que tomar este dato con pinzas, pues Putin tiende a mentir siempre que es preciso, pero tanto si es así como si el presidente se lo está inventando, la intención es la misma: animar a otros a que también se alisten. Consciente de que las cosas no han ido como él tenía en su cabeza, Putin ha decidido ir un paso más allá en su delirante deriva. Convertir la sociedad rusa en una sociedad a la norcoreana… y aliarse precisamente con Kim Jong-Un por si a alguien le cabía duda de sus intenciones.
La catarata de elogios hacia Kim sólo puede venir provocada por la necesidad de llegar a un acuerdo para comprar munición a Corea del Norte a cambio de no se sabe muy bien el qué. Probablemente, armamento moderno y tecnología a la que Pyongyang no tiene acceso por las severas sanciones internacionales. Tal vez, Putin piense que puede engañar a Kim y conseguir lo que necesite a cambio de muy poco o casi nada. Mentalidad imperialista le sobra. Está por ver si Kim, criado en Occidente y que de tonto no tiene un pelo, va a conformarse con un par de buenas palabras.
También está por ver el papel de China en todo esto. Durante siete décadas, ha sido el garante de la existencia de Corea del Norte y prácticamente su único aliado en la comunidad internacional. Eso le convierte a su vez en su gran socio comercial y militar. Aunque sabemos que China tiene también acuerdos comerciales con Rusia y que políticamente se siente más cerca de Moscú que de Washington o Bruselas, no está claro que Xi Jinping vaya a ver con buenos ojos la aparición de un país que le haga competencia.
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Recordemos que China y Rusia comparten la quinta frontera más larga del mundo (4.250 kilómetros) y que dentro de la aparente cordialidad subyacen los años y años de tensiones y territorios en disputa. La militarización de Rusia nunca va a ser una buena noticia para Pekín, que a buen seguro tiene un ojo puesto en lo que está sucediendo y habrá informado a Kim de los límites que considera aceptables en sus relaciones con Moscú. Eso espera, al menos, el resto del planeta, que observa con mirada inquieta el posible acuerdo entre dos de los sátrapas más peligrosos de nuestros tiempos.