Hace ya unos cuantos meses que la comunidad internacional empezó a dudar respecto a Ucrania. Olvidaba, tal vez, que Putin es un experto en detectar y aprovecharse de las dudas ajenas. Probablemente, el inicio de este cambio de perspectiva pueda fecharse en el inicio de la contraofensiva ucraniana de primavera, que pasó a ser contraofensiva de verano y que acabó en relativamente poca cosa con respecto a las expectativas creadas y a la experiencia del año anterior, cuando se recuperó buena parte de las provincias de Járkov y Jersón.
El ejército dirigido entonces por Valeri Zaluzhnyi, con el apoyo del actual jefe de las Fuerzas Armadas, Oleksandr Syrskyi, decidió seguir su camino al margen de las recomendaciones estadounidenses y ahí se abrió una brecha que no acaba de cerrarse. El Pentágono pedía una retirada inmediata de Bakhmut y un ahorro significativo de munición para su uso en primera línea de combate y no en ataques a objetivos distantes que pretendían poner en apuros la cadena rusa de suministros.
El problema era que ambas partes llevaban razón. Lo que estaban haciendo Zaluzhnyi y Syrskyi, con el apoyo de Zelenski, tenía sentido: en Bakhmut no solo se inmoló el Grupo Wagner a cambio de poner su bandera sobre unas ruinas, sino que la ambición desmedida de Eugeni Prigozhin provocó una crisis interna en Rusia como no se había visto en años. Su intento de llegar a Moscú con sus hombres para deponer al ministro de defensa, Sergei Shoigú, y al jefe de las fuerzas armadas rusas, Valeri Gerasimov, le acabaría costando la vida.
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Ahora bien, a medio y largo plazo, dicha resistencia dificultó el intento de las tropas locales de recuperar territorio en verano. La Casa Blanca quería movimiento y quería conquistas sonadas porque intuía que así podría seguir convenciendo a la opinión pública y a la oposición republicana de que Ucrania podía ganar la guerra y de que convenía seguir apoyándoles. El relativo fracaso de la contraofensiva tuvo como efecto secundario la desconfianza en Kiev, los regateos armamentísticos, la avalancha retórica trumpista y el regreso del “lleguemos a una paz cuanto antes” que tanto caló en Occidente en febrero y marzo de 2022.
Stoltenberg, la OTAN y los F16
Lo peor de las dudas es que se escenifiquen de forma tan pública. La propia Casa Blanca culpó a la mayoría republicana en la Cámara de Representantes por la toma rusa de Avdiivka, en las inmediaciones de Donetsk. A su vez, el speaker republicano, Mike Johnson, no pierde oportunidad para repetir que la prioridad legislativa estadounidense es la frontera con México y en ningún caso Ucrania. No hay aún ni fecha fijada para el debate de la partida militar a Kiev, Israel y Taiwán, aunque ya haga casi dos semanas del “sí” del Senado.
El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, trató la situación actual este viernes, en entrevista a la emisora belga Radio Liberty, y recordó a Estados Unidos que su seguridad depende de la Alianza, además de dejar claro que el mejor homenaje a Alexei Navalny, el opositor a Putin fallecido en extrañas circunstancias en una colonia penitenciaria rusa, sería impedir que el dictador ganara la guerra.
Sin embargo, el propio Stoltenberg cayó en la enésima contradicción occidental: a la vez que afirmaba la determinación de la OTAN en favor de Ucrania e insinuaba que los F16 prometidos podrían ser utilizados contra objetivos rusos “fuera del territorio ucraniano”, abriendo la puerta a posibles incursiones en la propia Rusia, no era capaz de poner fecha a la llegada de esos aviones.
Ucrania lleva pidiéndolos desde verano de 2022, Biden no aprobó su venta hasta principios de 2023 y estamos ya en 2024 sin que se sepa demasiado de ellos. Se supone que los pilotos ucranianos siguen entrenando en Estados Unidos, Reino Unido, Dinamarca y Rumanía… pero dicha formación debería haber acabado el verano pasado, lo que le da un tinte misterioso a todo el asunto.
Ofensiva rusa de Járkov a Lugansk
¿Y qué hace Putin ante esta evidente falta de sintonía en Occidente? Atacar. No es casualidad que, en cuestión de unas pocas semanas, haya acabado con su mayor opositor, haya amenazado con mandar armas nucleares al espacio y esté reforzando todo el frente oriental en lo que el Institute for the Study of War llama “la mayor ofensiva en un año y medio”, es decir, desde la toma de Severodonetsk y Lisichansk en verano de 2022. Todo esto mientras sigue estrechando lazos con Irán y Corea del Norte, los dos grandes enemigos de las potencias occidentales.
A la toma de Avdiivka la semana pasada, le ha seguido a lo largo de los últimos días un ataque coordinado en todo el frente, desde las inmediaciones de Kupiansk, en Járkov, hasta las de Kreminna, en Lugansk. Rusia habría dividido su ataque en cuatro ejes distintos a lo largo de toda la línea de batalla, con ataques sincronizados que pretenden, según el ISW, empujar a las tropas ucranianas al otro lado del río Oskil y completar la conquista de la región de Lugansk, probablemente con fines propagandísticos de cara a las elecciones de marzo.
El instituto americano no se pronuncia sobre el éxito de la maniobra porque aún no tiene muy claro cuál es el objetivo verdadero de la misma. ¿Tal vez volcarse sobre Limán? ¿Intentar de nuevo un asalto sobre Kramatorsk y Sloviansk, las bases militares de Ucrania en el Donbás? Eso requeriría un esfuerzo militar tremendo, con las consiguientes bajas para el ejército ruso… pero lo cierto es que eso no ha parecido importar ni en Bakhmut ni en Avdiivka. Los rusos siguen mandando miles y miles de jóvenes al frente, a menudo sin preparación alguna, para que los defensores no puedan rotar y se vean obligados a gastar todas las reservas de munición.
En ese sentido, hacer pública una y otra vez la escasez de dicha munición no parece la mejor táctica salvo que sea mentira. Y no lo parece. Lo que se gana presionando al Congreso estadounidense se pierde informando al enemigo de las debilidades propias. Si a eso le añadimos un cambio de mando justo en plena ofensiva rusa, estaba claro que la situación se iba a complicar. Afortunadamente, cada vez queda menos para la llegada de la “temporada del barro” en Ucrania, que hará más difícil cualquier avance. Las tropas de Syrskyi deben aguantar lo que queda de febrero y tal vez un par de semanas de marzo. Si lo consiguen, volveremos al escenario de tablas. De lo contrario, Occidente ya puede preocuparse y dejarse de marear la perdiz.