"Yo sólo era la cocinera del hospital, pero de la noche a la mañana me vi al frente del edificio donde se han instalado 67 vecinos, cuyas casas han sido bombardeadas. Nunca había hecho un trabajo así, pero ahora superviso que llegue la comida todos los días y tengan lo necesario para vivir", relata Alexandra desde un pasillo del hospital de Sviatohirsk que –desprovisto de médicos y enfermeros que huyeron cuando los rusos ocuparon la ciudad–, ahora funciona como albergue. Su mirada desprende tristeza, y se le escapa un suspiro cuando confiesa que a veces tiene miedo. Pero como millones de ucranianas, ha hecho frente a las consecuencias de la guerra haciendo lo que siempre hacen la mayoría de las mujeres: cuidar a los demás.

No es la única mujer de Sviatohirsk que ha asumido el liderazgo de proyectos sociales que, en tiempos de paz, estarían gestionados por hombres en muchos casos. Olga se ha convertido en la coordinadora de la ayuda humanitaria que llega a la ciudad –ocupada durante tres meses por las tropas rusas, y con graves destrozos estructurales causados por los intensos bombardeos–. "Cuando empecé a ayudar no pensé que acabaría sacando este trabajo adelante, pero ahora me siento útil y no quiero dejarlo", asegura.

Y la escena se repite en todos los pueblos y ciudades de Ucrania, de donde han salido los cientos de miles de hombres que hoy luchan en las trincheras. Dejando a las mujeres solas a cargo de los niños, los ancianos, la casa y buena parte de los proyectos sociales, de los que van a depender el 40 por ciento de la población ucraniana que este año necesitará ayuda humanitaria para sobrevivir.

Alexandra, la cocinera del Hospital de Sviatorhirsk, hoy dirige el albergue en que se ha reconvertido el edificio del hospital (ahora sin médicos) para personas cuyas casas han sido bom María Senovilla

El problema añadido es que este modelo de respuesta a una emergencia, como es la guerra, agrava la desigualdad de género al marcar unos roles masculino y femenino donde ellos van a luchar –por un salario que puede superar los 3.000 euros si están en primera línea del frente–, mientras ellas se ocupan de los cuidados no remunerados.

Cuestión de dinero

La atención no remunerada y el trabajo doméstico en Ucrania incluyen el tiempo y la energía gastada cocinando, limpiando, manteniendo la casa, supervisando la educación online de los menores al cargo, cuidando a los enfermos y a los ancianos, o consiguiendo la ayuda humanitaria para el día a día en muchos casos. Dedicar todo ese tiempo –no remunerado– limita terriblemente las opciones de las mujeres para participar en oportunidades económicas, laborales y políticas.

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Antes de la guerra, las mujeres ya estaban realizando una parte desproporcionada de los cuidados no remunerados y del trabajo doméstico en este país, pero esta tendencia ha sido amplificada desde la invasión a gran escala. Si antes las mujeres dedicaban un promedio de 36,2 horas por semana cuidar a los niños, en comparación con las 14,8 horas para los hombres, es fácil imaginar cómo están repartidas las responsabilidades ahora.

En millones de casos, las mujeres simplemente han asumido el 100 por cien de los cuidados de todo su entorno, renunciando a sus empleos por el camino para poder atender a los demás. "Ucrania ya tenía un problema de desigualdad antes de la guerra, pero el conflicto lo ha agravado: como ahora los cuidados recaen sobre ellas ya no pueden acceder a ningún tipo de trabajo, y la falta de independencia económica genera más desigualdad", explica Clara Bastardes, responsable de género de UNICEF en Ucrania.

La madre de un bebé con necesidades especiales, nacido en plena guerra, viviendo con el niño en un hospital infantil de Járkov para que pueda acceder al tratamiento que necesita María Senovilla

Esa pérdida de independencia económica es una de las causas –no la única– de que se haya incrementado también la violencia doméstica. En Ucrania, esta lacra ya había sufrido un repunte importante desde 2020, a causa de la pandemia de COVID, y ha seguido creciendo ahora por la invasión.

Daria Chekalova, subdirectora de la ONG DIVCHATA (traducido como 'Chicas') matiza que "muchos conflictos en las familias donde uno de los miembros de la pareja es soldado surgen cuando vuelven a casa desmovilizados o heridos, o simplemente para pasar unas cortas vacaciones, y se generan tensiones".

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"La mayoría de ellos padecen un grave trastorno de estrés postraumático, y a veces también otros problemas, y casi no hay programas gubernamentales para trabajar con los veteranos y reintegrarlos primero en sus propias familias. También afecta a las mujeres veteranas, pero obviamente no en la misma medida", añade Daria. "Además, el problema de la violencia doméstica no se está tratando como se debe porque los sistemas de protección social y los organismos encargados de hacer cumplir la ley están sobrecargados debido a la guerra", apostilla.

Quién cuida a las cuidadoras

El cóctel es explosivo: si el marido se alista en el ejército, ellas pierden su trabajo al quedar como únicas responsables de la familia; en muchos casos, han tenido que abandonar sus hogares porque los rusos han ocupado la ciudad en la que vivían o el frente de combate está cerca, y en una ciudad nueva la dependencia de los demás es absoluta. Y, como guinda del pastel, se ven abocadas a cuidar de los trastornos de estrés postraumático de los soldados de su entorno, e incluso de sus hijos menores, entre los que se ha duplicado la incidencia de problemas mentales desde que empezó la invasión.

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Pero el nivel de ansiedad y de estrés que sufren estas mujeres, que se ven desbordadas por un entorno de guerra y un drama vicario permanente, es indescriptible. Y como tienen que cuidar de los demás, no se pueden preocupar de cuidarse a sí mismas.

En DIVCHATA han ayudado a 400.000 personas en estos dos años de invasión, prácticamente todas mujeres y niños. Daria hace hincapié en que estas personas lo han perdido todo: su casa, sus pertenencias, pero también su trabajo, sus amigos, su asistencia sanitaria, la escuela de sus hijos. En definitiva, los círculos de ayuda que las daban soporte. Y eso pasa factura a nivel psicológico.

Una familia de Kozacha Lopan, madre y tres hijas, denuncian que el padre fue hecho prisionero de guerra durante la ocupación rusa de la ciudad y no han vuelto a saber de él María Senovilla

"Al principio se necesitaban ayuda para la evacuación, alojamiento en regiones más seguras y ayuda en especie: por ejemplo, alimentos, higiene, ropa de abrigo, etc. Ahora son necesarios programas de rehabilitación a más largo plazo que ayuden a los desplazados internos a adaptarse en nuevas comunidades, recibir formación profesional, encontrar un nuevo trabajo, una vivienda permanente", detalla.

"Sin embargo, la necesidad de asistencia psicológica es aún mayor. Nosotros intentamos ayudar a todos los grupos posibles de afectados, pero las mujeres se encuentran entre los más vulnerables. Hemos realizado un estudio sobre el estado de salud mental de los ucranianos y muestra que los niveles de ansiedad, exposición al estrés y fatiga son mayores entre las mujeres. Y al ser ahora las únicas responsables de los niños y las tareas domésticas, se agrava aún más".

Adaptarse a trabajos de hombre

Acceder a un nuevo empleo sería parte de la solución, pero otra de las cosas que se ha llevado por delante la guerra en Ucrania ha sido el 35% de los puestos de trabajo. "Y las mujeres suelen ser las primeras a las que despiden cuando sólo se puede mantener una parte de la plantilla", apostilla Daria. "El único cambio 'positivo' es que, como ya nos faltan hombres para los trabajos estereotipadamente masculinos, las mujeres están dando un paso al frente y ocupándolos".

"Pero también tiene sus inconvenientes; por ejemplo, ahora trabajan muchas más mujeres en la minería, algo impensable hace un par de años, pero hay que pelear para adaptar estos lugares de trabajo a ellas y también hay que tejer una infraestructura social que ayude a las madres trabajadoras a cuidar de sus hijos. Y aún queda mucho por hacer", concluye Daria Chekalova.

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Irina es uno de los ejemplos de los que habla la subdirectora de DIVCHATA. "Acabo de sacar el título de instructora de seguridad en zonas con artefactos explosivos, y estoy formando a los niños de Sviatorhirsk para que aprendan a protegerse de las minas antipersona; antes era maestra, pero ahora no tenemos colegio en el que dar clases", dice desde el centro infantil que han construido de cero, para que los menores tengan un lugar al que acudir, jugar y socializar.

La invasión ha convertido a Ucrania en el país más minado del mundo, y aunque eso se ha convertido en una línea roja para que muchas madres decidan no regresar a sus casas –con los niños– en las ciudades que estuvieron ocupadas por las tropas rusas, también abre la puerta a que ellas lideren proyectos de desminado mientras ellos están en el frente.

Irina se acaba de sacar el curso de instructora para riesgos relacionados con objetos explosivos, y ahora enseña a los niños de Sviatorhirsk a prevenir accidentes con minas antipersona María Senovilla

Desgraciadamente, las minas antipersona no son el único regalo envenenado que han dejado las tropas rusas en los territorios ucranianos que tuvieron ocupados. Detenciones arbitrarias, terror y torturas eran parte del día a día –y lo siguen siendo para los aproximadamente 6 millones de ucranianos que ahora mismo viven en ciudades que están bajo el control del Kremlin–.

Violencia sexual

Cuando el Ejército ucraniano liberó las regiones de Járkov y parte de Jersón –en otoño de 2022–, empezaron a registrarse casos de mujeres que habían sido abusadas sexualmente por los rusos durante la ocupación. En muchos casos, estas violaciones eran infringidas en las cámaras de tortura que el Kremlin establecía en esos territorios.

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Los testimonios de aquellas torturas en lugares como Kozacha Lopan, Balaklyia, Izyum o Jersón ponían los pelos de punta. Sin embargo, era muy difícil encontrar supervivientes que quisieran relatar los abusos fuera de las cámaras de tortura. La ONG de Daria, también trabaja con estas víctimas, explica el motivo:

"Hemos ayudado a mujeres evacuadas de las zonas ocupadas por los rusos, y muchas de ellas fueron objeto de violencia sexual, ya fueran agresiones físicas directas o cacheos violentos y desnudez forzada en las fronteras y en los llamados campos de filtración. Y muchas de ellas, incluidas las niñas, estuvieron expuestas a historias o fueron testigos de abusos. Por eso necesitaron apoyo psicológico específico a largo plazo y, a veces, apoyo jurídico y médico", relata.



"También es un tema muy estigmatizado", prosigue. "Estamos en contacto con colegas que trabajan en este campo en otros países como Bosnia, Ruanda o Colombia, y su experiencia nos dice que la mayoría de los casos de violencia sexual saldrán a la luz cuando acabe la guerra", afirma. El relato es desolador, pero saber que en muchos casos las supervivientes no quieren denunciar para que su comunidad no las culpe y las revictimice por no haberse "resistido lo suficiente", es aún más trágico.

"No hay datos reales aún, porque en medio de la guerra se denuncia aún menos", coincide Bastardes desde UNICEF. "Pero la guerra siempre aumenta los riesgos para los más vulnerables, y esos son las mujeres y los niños". "Las mujeres son las cuidadoras de la sociedad, y la sociedad ucraniana va a tener a muchas personas con necesidades especiales cuando acabe la guerra, incluidas las propias mujeres. La pregunta es ¿a ellas quién las va a cuidar?".