Médicos policías: la unidad especial de Zelenski que rescata a civiles de entre las ruinas del Donbás
Son el primer rostro que ven las víctimas de los bombardeos rusos, porque llegan antes que nadie tras los ataques que se producen a diario en Donetsk para salvar vidas y documentar los crímenes de guerra.
27 abril, 2024 02:24De camino a Toretsk, tenemos que cambiar de vehículo y entrar en un furgón blindado. "Los ataques rusos con artillería y mortero, además de los misiles, son diarios; es necesario ir en este tipo de transporte", justifica uno de los policías paramédicos a los que EL ESPAÑOL acompaña muy cerca del frente de combate, en una región situada entre Bakhmut y Avdiivka, donde cada vez hay menos vida y más destrucción.
La primera parada es en una zona industrial. "El bombardeo se ha producido hace seis horas, en mitad de la noche. Como no había nadie trabajando, no hubo heridos a los que asistir; pero igualmente tenemos que venir para recoger y documentar las pruebas, que luego se usarán en la investigación policial", explica el equipo, formado por Irina, Oleg y Sergey.
Irina lleva seis años siendo policía. Su padre, su hermano y su marido también lo son, pero ella decidió formarse con la OTAN en medicina de combate y emergencias para poder ser parte del cuerpo de paramédicos. "No podía cerrar los ojos ante la situación actual, y los ucranianos ahora necesitan este tipo de ayuda", afirma.
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El presidente Volodímir Zelenski ordenó crear esta unidad especial en marzo de 2022 para dar cobertura al norte de la provincia de Donetsk –que aún está bajo control ucraniano–. El asedio ruso en esta parte del país cada vez es más intenso y desesperado: Putin necesita ocupar este trozo de Ucrania para hacerse con el control de todo el Donbás, y no escatima en munición –ni en vidas humanas– para avanzar, aunque sea metro a metro.
Al llegar a la zona industrial, el responsable de la fábrica bombardeada nos espera –con el rosto abatido– para acompañarnos al lugar del impacto. El olor a quemado aún es muy fuerte, y al mirar al horizonte se ven restos de árboles calcinados que se funden con los amasijos de hierro en los que han quedado convertidas varias estructuras de los edificios.
El equipo de Irina inspecciona a conciencia el escenario, grabando cada detalle. La foto fija es gris, silenciosa y casi apocalíptica. Cuando acaban el trabajo y regresamos a la carretera para continuar el viaje, la sensación no mejora: por la ventanilla van pasando a gran velocidad, uno tras otro, más edificios bombardeados. Fábricas, almacenes, tiendas.
En esta parte de Ucrania hoy no queda ni la sombra de lo que fue la industria más próspera del país, que en la región de Toretsk dependía de las minas de carbón. La cuenca minera del Donbás abarcaba cerca de 23.000 kilómetros cuadrados, y durante buena parte del siglo XX llegó a producir el 87% del carbón de toda la Unión Soviética. Aquí, además, se concentran las mayores reservas de Uranio de toda Europa, y las segundas más grandes de titanio y manganeso.
Son datos que explican la importancia económica del este, donde Rusia comenzó su invasión –encubierta– en 2014. Un conflicto que dura ya diez años, y que ha empobrecido la región y a sus habitantes hasta el punto de que dos tercios –1.200.000 personas– se han marchado dejando atrás sus hogares y sus vidas.
Una comisaría bajo tierra
Al llegar a la ciudad de Toretsk, los impactos de artillería empiezan a escucharse más seguidos y más cerca. Nos dirigimos directamente a la comisaría, y bajamos a los sótanos nada más descender del vehículo. La policía tiene que trabajar bajo tierra, porque el edificio es objetivo permanente de las bombas del Kremlin.
Los despachos han sido trasladados a los sótanos, que funcionan como refugio antiaéreo. Incluso la cocina y el comedor están bajo tierra. "Nosotros trabajamos en el frente de combate desde 2014", dice rotundo Andriy, el jefe de Policía. "Trabajamos codo con codo con el Ejército, además de atender a la población civil; las líneas rusas están a menos de ocho kilómetros, y eso hace que el trabajo de la policía de esta zona sea muy diferente del de un policía normal", añade.
"Nosotros documentamos todos los bombardeos, además de ayudar con la evacuación de los ciudadanos de los edificios afectados. Ayer hubo cuatro ataques, tres de artillería y uno con misil; y anteayer murieron tres personas a un kilómetro de donde estamos ahora", relata, trazando una radiografía de la dimensión del trabajo que tienen.
En la pared de su despacho hay un gran mapa de la ciudad, con los distritos numerados. El jefe señala varios, para explicar que "aquí los paramédicos no paran, hay dos grupos trabajando constantemente, a pesar de que sólo quedan 6.000 vecinos de los 30.000 que había antes de la guerra".
No hay agua ni gas en la ciudad, y la electricidad va y viene. Así que los policías se ven obligados a vivir en la propia comisaría en algunos casos –o mejor dicho, bajo la propia comisaría–. "Las condiciones de los policías que trabajamos junto al frente son mucho más duras, todos somos conscientes, pero la gente nos necesita".
En una de las estancias que hay en el sótano de la comisaría, otro policía paramédico prepara cuidadosamente el material sanitario que llevan en cada patrulla. Vendas, parches para neumotórax, productos para detener hemorragias, torniquetes… lo repasa varias veces antes de colocarlo en la bolsa. "Podemos irnos", dice al terminar.
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Su nombre es Andriy, como el jefe, y tiene sólo 24 años. Él era escolta, pero decidió enrolarse en este cuerpo medicalizado. "Hay demasiados heridos, ahora la gente necesita más paramédicos que francotiradores", dice quitándole importancia. Pero lo cierto es que estos policías tienen que tener mucha más formación que el resto de las unidades.
La formación en medicina de combate y emergencias es continua, y si además tienen los títulos que expide la Alianza Atlántica, deben realizar exámenes mensuales para revalidar su capacitación. Por lo que la carga de trabajo es mucho mayor, igual que el riesgo de acudir a un bombardeo en los primeros minutos de producirse, arriesgándose a que se produzca un ataque de "doble toque" y reciban un segundo impacto mientras rescatan a las víctimas del primero.
"Es peor cuando hay niños"
Antes de empezar a patrullar por Toretsk, el equipo de Andriy se reúne con varios soldados a la entrada de la comisaría, entre los sacos de tierra con los que está totalmente parapetada. Va a ser una patrulla conjunta, ya se conocen, y no se entretienen demasiado en los saludos. Cuesta seguirlos, porque aprietan el paso para subir rápidamente al coche. Los impactos de la artillería rusa continúan escuchándose.
Llegamos a un sector privado de la ciudad –barrios con casas bajas, de gente sencilla en su mayoría, sin comercios ni industria alrededor– y la imagen vuelve a ser apocalíptica: el sitio ha sido bombardeado varias veces, porque se ven restos cubiertos por la hierba mezclados con escombros recientes, y no hay rastro de gente por la calle.
"Pero me quedo con lo bueno: lo mejor es poder ayudar a la gente en una situación tan complicada como esta. Pude elegir mi destino y elegí ayudar", sentencia, mientras sus compañeros Denis y Sergey continúan revisando los restos de la casa, donde han muerto dos personas.
"Es un sector privado, aquí no hay ningún objetivo militar", dice uno de ellos, negando con la cabeza. Lo cierto es que el fuego de artillería no tiene la suficiente precisión como para hacer ataques selectivos. Y en esta parte de Ucrania, los rusos lo utilizan directamente para "ablandar" –término militar que se designa para describir los ataques de artillería sistemáticos e indiscriminados contra un área, como paso previo a enviar tropas y tomarla–.
Mientras nos desplazamos por Toretsk, comienza un nuevo duelo de artillería y escuchamos cómo impactan los proyectiles mucho más cerca. Una mujer que caminaba con bolsas a lo lejos, acelera y desaparece entre dos calles. Nosotros también nos apresuramos a volver a los vehículos.
Despido al equipo de Andriy a las puertas del banco de sangre de la ciudad, que también ha sido bombardeado. Ellos entran, para documentar un crimen de guerra más, mientras los bombardeos rusos continúan a unos cientos de metros. Su trabajo parece no tener fin; pero su determinación tampoco. La esperanza de que finalmente Rusia sea condenada por las atrocidades que está cometiendo en Ucrania, gracias a las pruebas que ellos recaban, les da fuerzas para no desfallecer.