Mark Rutte, nuevo secretario general de la OTAN.

Mark Rutte, nuevo secretario general de la OTAN. Johanna Geron Reuters

Europa DEFENSA

Mark Rutte, el holandés que se entiende con (casi) todo el mundo y toma el relevo al frente de la OTAN

El ex primer ministro holandés sustituirá esta semana a Jens Stoltenberg. Quienes le conocen bien destacan dos facetas: es pragmático hasta la médula y un negociador envidiable.

30 septiembre, 2024 02:54

Este martes la OTAN cambiará de secretario general. Será el ex primer ministro holandés, Mark Rutte, quien recogerá el testigo del noruego Jens Stoltenberg; un tipo discreto al que se le complicó la andadura al poco de instalarse en la oficina debido a la llegada de Donald Trump al poder, primero, y a la invasión rusa de Ucrania unos años más tarde. Esa es una de las diferencias entre Rutte y Stoltenberg; el holandés asume el mando sabiendo que vienen curvas. La segunda reside en la propia naturaleza de Rutte. Un pragmático que, según quienes le han seguido de cerca, no aspira a cambiar el mundo. Solo a resolver algunos de sus problemas.

Pactos a diestro y siniestro

Nacido en el seno de una familia de clase media de La Haya hace 57 años, Rutte hizo algo muy común en los países volcados hacia el Atlántico septentrional: estudiar una carrera relacionada con las humanidades, Historia, para luego dedicarse al mundo de la empresa. Finalmente, tras una década –la de los años 90– ejerciendo de ejecutivo en una multinacional de la industria alimentaria llamada Unilever, dio el salto a la política.

Enmarcado en el Partido Popular por la Libertad y la Democracia o VVD, una formación de carácter liberal-conservador, Rutte pasó sus primeros años en política ocupando puestos orientados a la gestión. Entre los años 2002 y 2006 ejerció, como parte de una coalición liderada por los democristianos de la CDA, de secretario de Estado del Ministerio de Asuntos Sociales y Empleo y de secretario de Estado del Ministerio de Educación, Cultura y Ciencia.

Fue entonces, a mediados del 2006, cuando Rutte decidió ampliar horizontes, asumir el liderazgo del partido –el cual consiguió granjeándose apoyos muy diversos– y saltar al parlamentarismo. Dedicarse a eso que llaman “la arena política”. Sus primeros años como líder de la formación fueron movidos, teniendo que lidiar con el escepticismo generado entre los suyos a raíz de las elecciones generales del 2006, donde no cumplió expectativas, al tiempo que desterraba a las voces más críticas.

Pero en las generales del 2010 el VVD obtuvo un resultado histórico y Rutte se convirtió en el primer mandatario liberal del país desde 1918 gracias al apoyo formal de los democristianos y el apoyo informal de la derecha radical. Concretamente de Geert Wilders y su Partido de la Libertad.

Aquella coalición, sin embargo, no tardó en deshacerse tras la retirada de apoyo de Wilders y en 2012 el pueblo holandés volvió a vérselas con las urnas. Contra ciertos pronósticos, Rutte no solo revalidó la victoria obtenida dos años antes. La mejoró.

No así sus viejos compañeros de aventura, que cosecharon malos resultados y dejaron de ser útiles para el mandamás liberal, quien visto lo visto decidió pivotar hacia la izquierda y firmar una coalición con el Partido Laborista. Ésta duró cinco años, hasta el 2017, cuando fueron convocadas unas nuevas elecciones generales y Rutte volvió a salir primer ministro tras estrechar la mano de sus viejos aliados, los democristianos de la CDA, la de otro partido similar llamado Unión Cristiana y la de un pequeño partido progresista de corte intelectual llamado Demócratas 66 (en alusión a su año de fundación: 1966).

La tercera coalición de Rutte terminó de forma abrupta, o sea disolviéndose, en enero del 2021 tras un escándalo político relacionado con ayudas sociales a hogares desfavorecidos. Un desastre que dejó a más de 20.000 familias en la ruina. Aunque Rutte asumió la responsabilidad por la mala gestión que había desembocado en aquel escándalo, volvió a presentarse como líder de los liberales en las generales convocadas dos meses después y, tras conseguir 34 de los 150 escaños, revalidó la misma coalición de su tercer mandato.

Su cuarto –y último– gobierno duró hasta el verano del 2023, cuando de forma un tanto sorprendente no quiso llegar a un acuerdo en torno a una medida burocrática relativamente menor relacionada con la inmigración y, previsiblemente, la coalición implosionó.

“Mucha gente está convencida de que lo planeó”, explica en una conversación telefónica con EL ESPAÑOL la veterana corresponsal europea Caroline de Gruyter, quien lleva dos décadas cubriendo la actualidad del viejo continente para los lectores del periódico holandés NRC.

“Hay que tener en cuenta que Rutte es, sobre todo, un gestor; alguien forjado en aquella cultura política de los años noventa que no necesitaba grandes visionarios”, dice. “De hecho, si le preguntas por su visión de las cosas, te responderá que hables con su oculista”. De ahí, añade, que muchos holandeses piensen que lo de ponerse testarudo por una medida que le importaba entre poco y nada formaba parte de una hoja de ruta que tenía como objetivo ceder el poder sin tener que esperar el fin del ciclo electoral.

Dicha teoría cobró entidad tiempo después, cuando se supo que durante una visita a la Casa Blanca en enero del 2013, o sea unos meses antes, Rutte confesó a Joe Biden su intención de convertirse en el próximo secretario general de la OTAN. “Me lo has pedido dos veces y en ambas ocasiones te he dicho que no”, dicen que dijo. “Si me lo pides una tercera vez, te voy a decir que sí”.

Mark Rutte y Donald Trump, en una visita del holandés a la Casa Blanca en 2018.

Mark Rutte y Donald Trump, en una visita del holandés a la Casa Blanca en 2018. Leah Millis Reuters

Bicicletas, manzanas y un biógrafo neoyorquino

Cualquier analista político holandés dirá lo mismo: bajo una apariencia risueña, incluso despreocupada, hay una persona que odia las sorpresas. Alguien que vive, en fin, enemistado con la incertidumbre. Y quien albergue dudas puede analizar su vida privada.

Las vacaciones, por ejemplo. Rutte lleva visitando Nueva York todos los años desde hace tres décadas. Siempre viaja con el mismo amigo, se quedan en el mismo hotel, acuden a los mismos restaurantes y, desde que aceptó la proposición, siempre se ven con el periodista Robert A. Caro, autor de algunas de las biografías políticas más aclamadas de Estados Unidos. La de Lyndon B. Johnson suele ser una de las más citadas. También la que escribió sobre el famoso urbanista Robert Moses, el creador de la Nueva York contemporánea, que ganó el Pulitzer en 1975.

“Son algunos de los mejores días de mi vida”, explicó recientemente Caro, que roza los 90 años de edad, al New York Times cuando fue preguntado por los encuentros con Rutte y su amigo. “Nos sentimos unos críos explorando la ciudad”.

Y en La Haya más de lo mismo. Rutte lleva viviendo en la misma casa –“modesta”, aclara Caroline de Gruyter– rodeado de los mismos muebles desde los años 90. Un hogar que, según una biografía reciente titulada Het Raadsel Rutte (El enigma de Rutte), casi nadie conoce. El mismo libro explica que Rutte nunca cocina, pero no delega el cuidado del sitio. Lo limpia él.

Este comportamiento es el que ha dejado algunas de las imágenes más icónicas de Rutte durante su etapa como primer ministro. Lo de acudir en bicicleta al trabajo, algo que tuvo que dejar de hacer tras ser amenazado por una organización criminal conocida como Mocro Maffia, o andar mordisqueando manzanas. Y es que el tipo, que no cuenta con máquina de café en casa, siempre visita la misma cafetería para tomarse el cortado de los sábados y compra lo que se tercie en el mismo supermercado. Su rutina semanal culmina con una reunión dominguera que se celebra siempre en el mismo lugar –un club deportivo–, siempre a la misma hora –diez de la mañana– y siempre con el mismo puñado de amigos.

Dicen quienes le conocen que semejante vida social se complementa perfectamente con su adicción al trabajo. “Nunca desconecta, es un político muy dedicado”, señala Caroline de Gruyter. Por eso, durante sus años ejerciendo de primer ministro, no resultaba extraño verle hacer horas extra en la oficina. En esos casos solía encargar la cena. Siempre la misma, por supuesto.

Mark Rutte y Volodímir Zelenski, en una visita del holandés a Kiev en marzo.

Mark Rutte y Volodímir Zelenski, en una visita del holandés a Kiev en marzo. Reuters

Un negociador que entiende a todo el mundo

Cuando se supo que Rutte sería el próximo secretario general de la OTAN surgieron dos preguntas. Primera: ¿logrará fomentar la cohesión entre los miembros de la Alianza Atlántica frente al auge de las posturas aislacionistas? Y la segunda: ¿cómo afrontará los principales retos externos a los que se enfrenta la organización?

Preguntada por la primera cuestión, Caroline de Gruyter se muestra prudente –“está por ver lo que puede conseguir”–, pero también optimista.

Es cierto –dice– que los miembros de la OTAN no suelen remar en la misma dirección porque no suelen tener los mismos intereses. Y para muestra la diferencia de mentalidad entre los países del Este de Europa, cuyo principal temor es una invasión rusa, y los del Oeste del continente, donde predomina el miedo a una guerra nuclear. Por no hablar –añade– de los norteamericanos, para quienes la guerra de Ucrania es un escenario secundario frente a su gran preocupación: China y el Pacífico.

“Pero Rutte es un hombre que lleva muchos años negociando y pactando en un ecosistema, el holandés, donde nadie está de acuerdo”, afirma. En ese sentido lo que se va a encontrar le va a resultar muy familiar. Eso por un lado. Y luego, por el otro, se encuentra la mentalidad del propio Rutte; “un político que, como casi todos los holandeses, tiene una inclinación trasatlántica pero que se vio obligado a lidiar con Vladímir Putin cuando aquel vuelo de Malaysia Airlines que iba lleno de pasajeros holandeses fue derribado mientras sobrevolaba el Donbás”.

Es decir: entiende a los norteamericanos por su propia mentalidad, entiende a los países del Oeste europeo porque él es ciudadano de uno de ellos, y entiende a los europeos del Este porque ha tenido que vérselas con el Kremlin y la experiencia no fue particularmente agradable.

“Es una figura que se encuentra en el medio y que podría, por eso y por su habilidad negociadora, mantener a todo el mundo en el mismo barco”, sentencia la corresponsal holandesa.

En Ucrania cunde el optimismo

El optimismo que parece predominar entre los partidarios de una OTAN más cohesionada, más eficiente, también encuentra su eco en Ucrania.

“Creo que Rutte mantendrá el apoyo hacia Ucrania demostrado como primer ministro holandés en su nuevo rol como secretario general de la OTAN”, explica Simon Schlegel, analista senior del think tank International Crisis Group en Kiev, a EL ESPAÑOL. “Y creo que su habilidad como negociador hará que se logren acuerdos con gobiernos como el húngaro”, añade el experto en alusión a Viktor Orbán, el líder europeo que más cerca se encuentra de Moscú.

Se refiere a acuerdos que permitan mejorar la coordinación de los miembros de la OTAN a la hora de enviar ayuda a Ucrania o acuerdos que obliguen a incrementar los costes en materia de Defensa para expandir la industria armamentística del viejo continente. Abrir nuevas fábricas, contratar más personal. Ese tipo de cosas. “Ya hemos pasado el momento de ir al almacén, coger lo prometido y enviárselo a Ucrania”, dice. Principalmente porque esos almacenes se encuentran cada vez más vacíos. Un hándicap notable teniendo en cuenta que enfrente los rusos llevan tiempo instalados en la economía de guerra.

Pero hay quien piensa que, pese al apoyo a Ucrania demostrado una y otra vez como primer ministro holandés, Rutte podría adoptar un nuevo rumbo si las circunstancias invitan a ello. Si Trump regresa a la Casa Blanca, por ejemplo, y los rusos continúan avanzando en Ucrania. ¿No cabría, ante un escenario semejante, la posibilidad de que movido precisamente por su pragmatismo trate de plantear una alternativa que implique sentarse a negociar con Putin?

“No me consta que exista ese temor aquí y, de hecho, se suele hablar muy bien de Rutte”, explica Schlegel. Y añade: “En Ucrania nadie está en contra del pragmatismo, la gente es muy consciente de que la guerra tiene que terminar en algún momento, pero lo que no se contempla es una rendición”. Porque una rendición, según han explicado en repetidas ocasiones las autoridades ucranianas, comprometería toda una serie de condiciones mínimas de seguridad y, con ellas, el derecho de Ucrania a existir como nación soberana.