Biden y Zelenski en una foto de archivo.

Biden y Zelenski en una foto de archivo. Reuters

Europa

Biden compromete a Trump en Ucrania con una decisión justa e insólita sobre los misiles de largo alcance que irrita a Putin

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Desde el inicio de la invasión rusa, el gran objetivo de Joe Biden y su Administración ha sido no entrar en colisión directa con el Kremlin. El fantasma de una guerra nuclear, tan azuzado por Vladímir Putin y sus medios afines, estuvo a punto de hacerse realidad en octubre de 2022, después de los desastres rusos en Járkov y Jersón, pero la posición de fuerza de la diplomacia estadounidense hizo mucho para detener las intenciones criminales del autócrata. Sin embargo, el miedo quedó. Estados Unidos se ha pasado dos años intentando no pisar ninguna de las líneas rojas que iba trazando Moscú y llegando tarde a todos los requerimientos ucranianos.

Es imposible saber exactamente qué información ha manejado durante este tiempo la inteligencia militar estadounidense y, por lo tanto, es complicado sacar conclusiones, pero lo cierto es que Biden se ha dedicado sistemáticamente a negar ayuda a Ucrania para acabar entregándosela cuando ya era tarde para el objetivo inicial. Sucedió con los Patriot, con los HIMARS, con los F16, con los ATACMS y ahora con la decisión de permitir su uso en suelo ruso para defenderse de los ataques del invasor y prevenir la intervención de miles de tropas norcoreanas en el conflicto.

Nadie discute la justicia de la decisión. Si Rusia es el agresor y además se vale de la industria china, los drones iraníes y los soldados norcoreanos para atacar sin piedad a civiles en suelo enemigo, lo legítimo sería que Ucrania pudiera al menos defenderse de verdad con las armas puestas a su disposición. Hasta ahora, ha sido todo un "sí, pero…" constante, que ha impedido al ejército de Zelenski y el general Syrskyi evitar buena parte de esos ataques golpeando primero a las bases desde las que se preparaban.

De hecho, por mucho escándalo que monten ahora Vladímir Putin y sus propagandistas tanto dentro como fuera de Rusia, el permiso estadounidense, que vendrá seguido del de otras potencias europeas, se limita a objetivos militares y el propósito es que no se repitan las matanzas que se vivieron este domingo por toda Ucrania. Dicho esto, si esta decisión era la justa y, por lo que se ve, a Estados Unidos no le consta que vaya a disparar una III Guerra Mundial, ¿por qué se toma ahora y no cuando lo solicitó el Gobierno de Kiev?

La reunión Zelenski-Biden

Después de la derrota demócrata del pasado 5 de noviembre y dos meses antes de que Donald Trump tome posesión de su cargo y, presumiblemente, limite las ayudas a Ucrania para forzar una paz ventajosa para los intereses de su admirado Putin, Biden ha querido adoptar un protagonismo que no le corresponde. Su decisión no solo irrita a Moscú, que es lo lógico y no sorprende a nadie, sino que vincula a sus aliados y no está consensuada con la siguiente administración, que tendrá que ver cómo resuelve el conflicto diplomático.

Los votantes estadounidenses, guste en Europa o no, tomaron la decisión de apoyar a un candidato y a un partido que se han ido desmarcando gradualmente de la ayuda a Ucrania en el último año. Si Biden consideraba que este paso era importante darlo, lo suyo habría sido darlo antes, cuando la situación en el frente estaba más equilibrada y cuando Corea del Norte aún no había desplegado sus tropas a lo largo y ancho de la región de Kursk. No estamos hablando de un ataque relámpago, precisamente, sino de una maniobra publicitada desde hace semanas.

Poner como excusa la intervención norcoreana es, por lo tanto, absurdo. Zelenski se reunió el pasado 26 de septiembre con Joe Biden en la Casa Blanca. Para entonces, el compromiso de Kim Jong-un con la operación militar de Putin ya era absoluto. Pese a ello, el presidente estadounidense se negó a atender la petición de su homólogo ucraniano cuando todas las filtraciones apuntaban a una respuesta afirmativa. Zelenski se marchó muy dolido de esa reunión, donde expuso una por una todas las necesidades de su ejército y los objetivos concretos que pensaba bombardear en territorio ruso.

Una ventaja casi irrelevante

En resumen, la decisión de Biden no es sino la última muestra de un manejo errático de la cuestión ucraniana. Estados Unidos y, en consecuencia, la OTAN, han ayudado lo justo para que Rusia no se pasee por el país vecino… pero que tampoco pierda la guerra y se enfade. En Washington no vieron en su momento con buenos ojos los ataques a infraestructuras eléctricas rusas ni la intención de llegar hasta Crimea, que se planteó en la fallida contraofensiva del verano de 2023.

Las razones, en apariencia, eran militares: no convenía malgastar munición en objetivos lejanos, se dijo en público. Pasado el tiempo, parece que la intención política de guardar las formas con Putin también estaba presente. Todo esto daría igual si, al menos, este cambio de postura fuera a ayudar definitivamente a Ucrania. Es improbable. El alcance de los posibles bombardeos será escaso y las tropas rusas y norcoreanas ya están preparadas y en sus cuarteles, listas para defenderse de ser preciso. Se ha perdido todo efecto sorpresa y toda capacidad de disuasión. La situación en el frente es peor que hace dos meses y sin sombra de que eso vaya a cambiar.

Ucrania se ha instalado en una defensa a ultranza del Donbás sin maniobra para el contraataque. El avance ruso es lento, pero constante. Del sur al norte y del este al oeste. En otros dos meses, con toda seguridad, Trump revertirá el permiso y se creará una cierta confusión dentro de la propia OTAN: ¿Permitirá Starmer que Ucrania sí utilice los Storm Shadow si Trump desautoriza el uso de los ATACMS y los HIMARS? Putin estará más enfadado y también lo estará el nuevo presidente estadounidense.

Hay un pacto no escrito por el que una administración en retirada no puede tomar decisiones trascendentales que afecten a la administración futura. Menos aún, en casos donde la segunda se ha pronunciado con rotundidad. Tal vez, Biden haya pensado que si había un momento para provocar a Putin era justamente este, cuando a Moscú no le compensa entrar en represalias contundentes si intuye que el próximo presidente le va a ser más favorable. Ahora bien, eso es meterse en la mente de un dictador sangriento… y no solo es que eso sea peligroso, es que ya no es su trabajo.