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Emmanuel Macron, presidente de la República Francesa, ha comparecido con puntualidad y durante diez minutos a las ocho de la tarde para anunciar lo que ya se conocía: que esta mañana ha aceptado la dimisión de Michel Barnier, caído apenas tres meses después de llegar a primer ministro. No ha dado el nombre de su elegido para la sucesión y se ha limitado a comunicar que lo compartirá "en los próximos días".

Macron, eso sí, ha hecho balance de su decisión de adelantar las elecciones legislativas en verano, con el resultado de una Asamblea Nacional atomizada y sin mayorías fáciles, y de la operación coordinada por la primera y la tercera fuerza parlamentaria para tumbar a Barnier. "Sé que muchas personas se sienten tentadas a culparme de todo", ha dicho, antes de asumir sin fustigarse una pequeña parte de responsabilidad. Pero "la extrema izquierda y la extrema derecha se han unido en un frente antirrepublicano" para sembrar "el caos".

A su juicio, "sólo piensan en las elecciones presidenciales, en prepararlas, en provocarlas, en apresurarlas". Macron no cede. Ha adelantado que no dimitirá, como piden Le Pen y Mélenchon, y cumplirá un mandato que vence en 2027. "El único calendario que me importa es el de nuestra nación, no el de las ambiciones", ha afirmado. Así que su "responsabilidad" pasa por "garantizar la continuidad del Estado, el buen funcionamiento de nuestras instituciones, la independencia de nuestro país y la protección de todos vosotros". Y, en este sentido, ha comunicado que va a presentar antes de que acabe el año una ley presupuestaria que permita "la continuidad de los servicios públicos y la vida del país".

Macron ha sugerido, también, su determinación de crear un gobierno de concentración que excluya a las fuerzas más radicales en un contexto muy delicado, con unos niveles de crecimiento económico moderados, con una deuda que ahoga las cuentas, con unos objetivos de déficit difíciles de alcanzar sin recortes y con un contexto geopolítico muy exigente. El presidente sabe que debe estabilizar el país lo antes posible para enviar un mensaje claro a los franceses, los europeos y los mercados.

Y desde el lunes, cuando todos los analistas anticiparon el éxito de la moción de censura de ayer, asoma en la prensa una lista más o menos numerosa de hombres preparados para la sucesión.

Los favoritos 

Uno de los nombres que suena como favorito para ocupar el puesto de primer ministro es el alcalde de Pau, François Bayrou, un veterano de la política con el que Macron ha almorzado este mismo jueves. Formó parte de su primer gobierno y, como Le Pen, tuvo que pasar por los tribunales por un escándalo de fraude en el Parlamento Europeo. Otro candidato es el actual ministro de Defensa, Sébastian Lecornu, el único que sigue en el cargo desde la llegada del presidente al Elíseo en 2017. Se ha mantenido leal a Macron y se le conocen ambiciones de sucederle cuando venza su mandato. 

El titular de Interior, Bruno Retailleau, representante del ala más conservadora de la derecha republicana, es uno más de los que podría aspirar a ocupar el Hotel de Matignon, como el ex primer ministro socialista Bernard Cazeneuve o el ex comisario europeo Thierry Breton.

Los cronistas de París, como sea, ven mucho menos probable que Macron se decante por un líder de la derecha que de la izquierda, a la vista de su tendencia en los últimos años o a la preferencia demostrada en septiembre. La izquierda, de hecho, se sientió traicionada tras ver que el triunfo de su coalición en las elecciones legislativas no se tradujo en el principal puesto de poder del Gobierno. Ahora, la formación más fuerte del Nuevo Frente Popular, la Francia Insumisa, presiona a Macron para que cierre una legislatura mucho más vertiginosa e imprevisible que la anterior.