François Bayrou, el veterano centrista admirador de Enrique IV que elige Macron para enderezar el rumbo de Francia
- Era alcalde de Pau, tiene una relación cordial con Marine Le Pen y fue ministro de tres presidentes: Mitterrand, Chirac y el propio Macron.
- Más información: Macron elige al centrista Bayrou como primer ministro para estabilizar Francia al margen de Le Pen y Mélenchon
François Bayrou, nuevo primer ministro de Francia, tiene 73 años, los mismos que Michel Barnier, su predecesor derribado la pasada semana por una moción de censura. Ministro de tres presidentes (François Mitterrand, Jacques Chirac y Emmanuel Macron), el veterano centrista tocó el cielo en las presidenciales de 2007 (tercero en la primera vuelta con un 18,57%) y bajó a los infiernos cinco años después cuando perdió su acta de diputado.
Bayrou entendió en 2017 que si un candidato centrista iba a alcanzar la presidencia de la República no iba a ser él, sino aquel joven ministro del socialista François Hollande que había trabajado antes en la banca Rothschild. Bayrou se hizo a un lado y fue el primero en apoyar a Macron, entonces un outsider en la carrera presidencial.
El jefe del Estado tenía aparcado a Bayrou en un semirretiro dorado, tras resucitar para él un puesto de otra época, alto comisario del Plan. Ahora le encomienda formar un “gobierno de interés general”, que deberá incluir a “todas las fuerzas políticas del arco republicano”, es decir, todos menos las extremistas de ambas orillas, en palabras de Macron. El nuevo primer ministro anticipó en agosto que Francia necesitaba “un gobierno desinteresado, pluralista y coherente formado por personalidades con carácter”.
La supervivencia del ejecutivo necesita que Marine Le Pen no lo vete, de entrada. Bayrou tiene una relación sana con la líder de la extrema derecha. Ambos coinciden en defender el sistema proporcional. Además Bayrou aportó su firma para que Le Pen pudiera ser candidata a las presidenciales, no por coincidencia en lo ideológico, sino en aras del pluralismo: hacen falta 500 firmas de cargos electos para ser admitido como candidato.
Tercer punto de coincidencia: Bayrou criticó las duras penas pedidas por la Fiscalía contra Le Pen en el caso de los asistentes parlamentarios. Conviene saber que el propio Bayrou salió indemne de un proceso por la financiación ilícita de su partido de bolsillo, Movimiento Democrático, MoDem.
Bayrou cría caballos pura sangre con el dinero que obtuvo de su biografía best-seller de Enrique IV, otro superviviente del Pirineo, su héroe a imitar. El primer borbón, jefe de los hugonotes, tras abjurar del protestantismo, trajo la paz y la tolerancia mediante el edicto de Nantes y llevó a Francia a la prosperidad y el progreso.
Es de destacar la celeridad con la que Macron ha cerrado esta vez la crisis. Si en verano mantuvo en funciones al gobierno de Attal durante 51 días, esta vez le ha bastado una semana. El jefe del Estado ha querido cortar de raíz las maniobras para forzar su dimisión como clama desde hace hace meses el líder de los insumisos, Jean-Luc Mélenchon. La idea empezaba a encontrar eco entre políticos de derechas como Jean François Copé. Marine Le Pen no lo pide pero dice que sería deseable.
Peor aún para el actual inquilino del Elíseo es que la idea empieza a calar en la opinión público: un 59% de los franceses pide ya la dimisión de Macron. Son un 5% más que en septiembre, según una encuesta de Odoxa para Le Figaro publicada hace dos semanas. Por eso, en su alocución televisada del jueves por la noche, fue contundente: “Ejerceré plenamente el mandato de cinco años hasta su término”. Esto es, hasta mayo de 2027.
Resulta paradójico que Macron, que conquistó la presidencia en 2017 con el leit motiv de acabar con el viejo mundo político haya tenido que recurrir en este momento crítico de la V República, a alguien como Bayrou. Cuando éste consiguió su primer cargo, en 1982, Macron tenía 5 años; cuando fue ministro por primera vez en 1993, el hoy presidente no había terminado el bachiller (aunque acababa de enamorarse de Brigitte); cuando el uno quedó tercero en la primera vuelta de las presidenciales de 2007, el otro no había dado aún el salto a la política.
Macron había colocado a Bayrou como alto comisario del Plan. ¿De qué Plan? Del Plan quinquenal, un ente para la reconstrucción de Francia tras la Segunda Guerra Mundial creado por De Gaulle, al frente del gobierno de unidad nacional en enero de 1946. El primer comisario fue Jean Monnet que luego presidió la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, embrión del proyecto europeo.
Peculiaridad en el mundo occidental, la planificación económica desde el Estado está en la tradición francesa desde Colbert. Nada que ver con los planes quinquenales soviéticos. Fruto de los planes fueron Airbus, los trenes de alta velocidad y el Concorde. El sistema duró hasta 1992. Fue sustituido por células de reflexión de nombre diverso. Su influencia se fue difuminando aunque recuperó notoriedad durante el mandato de Jean-Pisani Ferry, nombrado por Hollande, que dejó el puesto para unirse a la campaña del candidato Macron en 2017.
Bayrou tenía como misión “reflexionar a largo plazo”, en palabras de Macron que le marcó “tres prioridades: independencia de nuestro pais frente a los riesgos del futuro, condiciones para una buena salud y un proyecto de justicia”.
Así lo precisaba el propio Bayrou cuando fue nombrado: “Gobernar es prever. La pandemia ha demostrado que la reflexión a largo plazo había sido barrida por la dictadura de la urgencia, del corto plazo, de lo sensacional, del escándalo, del tsunami de reacciones pasionales de las redes sociales. El presidente quiere recuperar la reflexión a largo plazo” (Journal du Dimanche). Tiene ahora la oportunidad de aplicar alguna de sus reflexiones.
Bayrou intentó ser presidente en tres ocasiones. En la primera vuelta de 2002 quedó cuarto (6,84%), en 2007 rozó el pase a la segunda (18,57%) que disputaron la socialista Ségolène Royal y el conservador (y ganador) Nicolas Sarkozy. Su hora había pasado en 2012, quinto con un 9,13% de votos.
Sarkozy, derrotado por Hollande en esa ocasión, nunca perdonó a Bayrou su falta de respaldo, considerada una traición. Se la tiene jurada: “Su temperamento le lleva a detestar a todos los que han triunfado donde él ha fracasado”, escribió en su libro Tiempo de tempestades. Apostaba a que terminaría traicionando también a Macron.
A diferencia de todos los demás líderes del archipiélago centrista, Bayrou nunca se consideró un compañero de viaje de la derecha, articulada en torno al gaullismo. Opuesto a los liberales por mor de la defensa de la intervención del Estado en la economía, europeísta convencido (apoyó con firmeza la Constitución Europea) y católico (reticente a la eutanasia). Encarna lo que representó durante años la democracia cristiana europea.
Tras la derrota de 2012 perdió además su acta de diputado. Su Movimiento Demócrata (Modem), un partido de fieles, se quedó casi sin dinero, cerró locales y despidió a casi todo su personal. Recurrió entonces a la vieja práctica de colocar a algunos empleados en la nómina del Parlamento Europeo, camuflados como asistentes.
Eso sostenían los jueces que investigaron el caso, que le interrogaron durante 10 horas. Él negó estar al corriente, pero salió imputado por “complicidad en desvío de fondos públicos”. Siete años después, en febrero de 2024, el Tribunal correccional de París falló que “no había ninguna prueba” de que Bayrou hubiera pedido a los cinco europarlamentarios “que empleara ficticiamente a los asistentes parlamentarios”, aunque creía “muy probable” que lo había autorizado. Fue absuelto en razón “el beneficio de la duda”.
Terminaba así “una pesadilla”, declaró Bayrou, aunque la Fiscalía ha recurrido en apelación. Sus europarlamentarios fueron condenados a penas de 10 a 18 meses de prisión, multas de 10.000 a 50.000 euros y a dos años de inhabilitación. Eso sí al líder del MoDem le costó la cartera de Justicia con la que Macron había premiado su apoyo temprano. Duró un mes en el gobierno de Edouard Philippe.
Bayrou, en sus horas bajas, había vuelto sus ojos hacia su Béarn natal. Y en 2014 arrebató la alcaldía de Pau a los socialistas que la gobernaban desde hacía 40 años. Ha sido reelegido dos veces. De hecho una de las primeras pistas de que Macron pensaba en él para suceder a Barnier antes incluso de la moción de censura, fue la visita que le rindió el todopoderoso secretario general del Elíseo, Alexis Kohler, en noviembre.
Hijo de agricultores, licenciado en Letras clásicas, Bayrou no tiene el curriculum típico de los políticos franceses. Ministro de Educación en el 93 en el último gobierno de cohabitación de François Mitterrand que dirigía Edouard Balladur, repitió cargo en el primer ejecutivo de Jacques Chirac que encabezaba Alain Juppé.
Ha escrito una docena de libros. Entre ellos Enrique IV, el rey libre (Flammarion, 1994), que vendió 300.000 ejemplares. Con las ganacias montó una cuadra de caballos pura sangre. El libro es irregular, pero las intenciones, nítidas. Escrito a caballo entre el Béarn y París, escenarios principales de las vidas del narrador y del Rey de Francia y de Navarra. Un monarca (1553-1610) “inesperado, insólito” que “cambió las cosas” y que obró “la reconciliación” de los franceses tras las guerras de religión.
“Hay que alumbrar un nuevo orden surgido del caos, una empresa que parece desmesurada (…) pero que toca a lo central en la vida; no es la gestión, ni el consumo, ni la dominación sino la voluntad de vivir juntos, de construir y compartir espacios comunes. Su éxito depende de una condición previa: no resignarnos a encadenamientos que parecen ineludibles (…) ya que somos nosotros, príncipes de Navarra o ciudadanos del siglo XXI, quienes estamos llamados a hacer Historia, a reconciliar los contrarios y a inventar nuevos mundos”, se lee en el último párrafo.
A Bayrou le hubiera gustado hacer eso mismo, salvadas las diferencias de las épocas, desde el Elíseo. No pudo hacerlo. Pero, ahora, a los 73 años, cargado de nietos de sus seis hijos, Macron le ha encomendado que lleve a cabo esa misión desde Matignon, la residencia de los primeros ministros de Francia.