El Tribunal Supremo francés confirmó este miércoles la condena por corrupción y tráfico de influencias contra el expresidente Nicolas Sarkozy. El exmandatario presentó varios recursos contra una primera condena, pero la Justicia los ha rechazado de forma definitiva, confirmando así una condena sin precedentes contra un ex jefe de Estado.
Tendrá que llevar durante un año brazalete electrónico y evitará así su ingreso en prisión, pese a que la condena es de tres años de cárcel. Es el primer expresidente francés obligado a cumplir una condena de arresto (en este caso, brazalete), aunque sea domiciliario. Jacques Chirac también fue condenado, pero a una pena exenta de cumplimiento.
Los abogados de Sarkozy han dejado entrever que apelarán al Tribunal Europeo de Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo, pero eso no suspende la aplicación de la pena.
Sarkozy, de 69 años, deberá comparecer antes de un mes ante un juez de libertades y detención, que establecerá las modalidades en las que llevará el brazalete electrónico y otras condiciones de su arresto domiciliario.
En su primera reacción tras la decisión del Supremo francés, Sarkozy ha asegurado que se siente una víctima de "acoso judicial", al tiempo que se ha preguntado si la condena tiene un trasfondo político.
"Como he hecho siempre a lo largo de estos doce años de acoso judicial, asumiré mis responsabilidades y afrontaré sus consecuencias", escribió en la red social X .
"¿Tengo que entender que mi papel político pretérito y las oposiciones que ha podido levantar han creado un clima corporativo y político que han llevado a esta condena?", añadió.
Sarkozy aseguró además que no acepta "esta injusticia", consideró "pisoteados" sus derechos y confirmó su intención de recurrir al Tribunal de Estrasburgo.
Sarkozy lamentó que ese recurso pueda hacer que Francia acabe condenada en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, algo que "hubiera podido evitarse con un análisis jurídico sereno".
Varapalo judicial
El expresidente sufre así un enorme varapalo judicial, uno más de los que le está reservando la justicia desde su salida del Elíseo en 2012, derrotado por el socialista François Hollande.
Aunque apartado de la primera línea política, Sarkozy sigue teniendo una gran influencia en la derecha francesa y mantiene contactos regulares con el actual presidente, Emmanuel Macron.
Además, es un habitual del palco del Parque de los Príncipes, sus libros se convierten en grandes éxitos de ventas y encadena las dedicatorias por todo el país, pese a la cargada agenda judicial que arrastra, que ha derivado en una primera condena final en el país.
Lo es por un caso de corrupción y tráfico de influencias, conocido en Francia como el caso Bismuth, en referencia al nombre falso que eligió Sarkozy para abrir una línea telefónica secundaria.
Este caso supuso la primera condena para el expresidente, dictada por el Correccional de París en marzo de 2021, pena confirmada en apelación en mayo de 2023, a tres años de cárcel, aunque solo uno efectivo, con la posibilidad de cumplirlo en arresto domiciliario y con un brazalete electrónico, pena que ahora ha confirmado el Supremo.
Las pesquisas se abrieron cuando los investigadores, que tenían bajo escucha los teléfonos de Sarkozy en 2014 en el marco de otro caso, descubrieron que su abogado le había abierto una línea secundaria con la que mantenían comunicaciones y que también fue pinchado.
En las escuchas descubrieron conversaciones que apuntaban a un caso de presunta corrupción y tráfico de influencias.
En concreto, Sarkozy y su abogado hablaban de contactos con un magistrado, Gilbert Azibert, al que pedían datos sobre la instrucción de otra de las acusaciones contra él a cambio de que el ya expresidente usara su influencia para conseguirle un puesto honorífico en Mónaco.
Esas escuchas sirvieron para abrir una investigación que acabó por convertir a Sarkozy en el primer expresidente francés en sentarse en el banquillo de los acusados, ya que Chirac no lo hizo por razones médicas.
"Quiero reiterar mi total inocencia y mi convencimiento de que actué bien. Mi determinación es total en este caso y en los demás. La verdad acabará triunfando. Cuando lo haga, cada uno tendrá que rendir cuentas ante los franceses", ha subrayado este miércoles Sarkozy.
"Me condenan por un presunto 'pacto de corrupción' con alguien con quien nunca hablé, en el que no hubo ninguna contrapartida ni financiera ni de ningún otro tipo", relató.
El expresidente fue condenado por haber tratado de promocionar al juez Gilbert Azibert a un puesto honorífico en Mónaco, a cambio de obtener de este informaciones que estaban bajo secreto de sumario en otra instrucción.
Pero Sarkozy señala que Azibert nunca postuló a ese puesto, que él nunca intervino para que se lo dieran y que "ese favor no fue nunca ni pedido ni hecho". La acusación "reposa en fragmentos de conversaciones entre un abogado y su cliente, que son confidenciales por definición", ha afirmado.
Un complicado horizonte judicial
Sarkozy tiene por delante un largo rosario de cuentas pendientes con la justicia.
La más inmediata llegará el próximo 6 de enero, cuando se abra el juicio por la presunta financiación ilegal de su campaña de 2007 con dinero del régimen libio de Muamar Gadafi, un proceso al que podría acudir ya con el brazalete electrónico.
En ese juicio, previsto hasta el 10 de abril, se sentarán en el banquillo de los acusados dos de sus exministros del Interior, Claude Guéant y Brice Hortefeux.
Sarkozy, que ganó aquellas presidenciales frente a la socialista Ségolène Royal, afronta una pena de hasta diez años de cárcel.
También colea el caso de la financiación ilegal de la campaña de 2012. En febrero pasado fue condenado en apelación a un año de cárcel, de los cuales solo la mitad con cumplimiento y también con un brazalete electrónico, que el presidente no lo lleva aun porque recurrió también ante el Supremo, que no se pronunciará hasta el segundo semestre de 2025.
En este escándalo, fue condenado por haber superado con creces, de 22,5 millones a casi 44 millones, los límites de gasto en su campaña, a través de un sistema de falsas facturas que le permitieron disimular la inversión en sus costosos mítines.