Donald Trump, intimidando a Trudeau, Sheinbaum y Von der Leyen.

Donald Trump, intimidando a Trudeau, Sheinbaum y Von der Leyen. Tomás Serrano El Español

Europa

Trump retrasa los aranceles a México y Canadá y avisa la Unión Europea: negociará con el 'gran garrote' en la mesa

El nuevo presidente estadounidense ha decidido afrontar todas las negociaciones económicas y políticas desde la amenaza y la imposición. En México y Canadá, de momento, ha funcionado. ¿Lo hará en Europa?

Más información: La UE ofrece a Trump comprar más gas y armamento y pide evitar una guerra comercial "innecesaria y estúpida"

Publicada

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, decidió este lunes posponer en un mes su anunciada subida de las tarifas arancelarias a México y Canadá después de unas “cordiales” conversaciones telefónicas con sus homólogos, la mexicana Claudia Sheinbaum y el canadiense Justin Trudeau. A cambio, ambos gobiernos se comprometieron a enviar diez mil soldados a la frontera estadounidense para luchar contra el narcotráfico. En el caso de México, pocas horas después, anunció la detención de “El Ricky”, uno de los líderes del cartel del Noreste. No parece que sea una casualidad.

El cambio de posiciones con estos países escenifica lo que hay detrás de las amenazas arancelarias de Trump. En un primer momento, como pasó con Gustavo Petro y la deportación de inmigrantes colombianos, Sheibaum optó por el desafío público y anunció medidas “arancelarias y no arancelarias” contra los Estados Unidos. De la misma manera lo hizo Trudeau, que advirtió que respondería "con fuerza" de forma inmediata si Trump aplicaba los gravámenes a sus productos. 

Sin embargo, conscientes todos ellos de que las economías de sus países sufrirían un daño difícil de asimilar -la inflación se dispararía en EEUU y Canadá, mientras que México perdería a su máximo cliente con diferencia-, Trump ha logrado sendos acuerdos con Trudeau y Sheinbaum que, en el fondo, deberían satisfacer a Washington, pues, al fin y al cabo, su guerra no es económica. O no solo.

Al igual que Vladimir Putin utiliza la amenaza nuclear para tratar de imponer cambios geopolíticos, Donald Trump ha decidido recurrir a la presión arancelaria. Sabe que es una medida que el ala más nacional-populista del movimiento MAGA, encabezada por Steve Bannon, siempre va a celebrar, aunque vaya en contra de la tradición neoliberal más reciente del Partido Republicano. Ahora bien, sobre todo es una postura de fuerza. La gente teme a Trump porque sabe que Trump es capaz de hacer cualquier cosa, incluso lo que menos le conviene. En términos hegelianos, esa es una ventaja negociadora tremenda.

Así, lo que realmente quiere la nueva administración estadounidense no es fortalecer su economía a costa de penalizar a la mexicana. Eso forma parte del discurso interior, pero no es más que un medio para lograr el verdadero fin: controlar la frontera. Más allá de la situación económica, que no era mala ya con Joe Biden como presidente, Trump sabe que su legado se medirá por su capacidad de frenar la inmigración en la frontera sur, que llegó a máximos históricos con el anterior gobierno y que ya fue un tema clave de su campaña de 2016, con el famoso muro que se acabó dejando a medias.

La UE, frente al “gran garrote”

En la misma clave hay que leer las demás amenazas arancelarias. Trump lleva décadas repitiendo el agravio que sufre Estados Unidos respecto a sus socios occidentales. Según el multimillonario, y este es un discurso que se puede trazar desde al menos los años ochenta, Estados Unidos se está dedicando a financiar a sus aliados sin recibir suficiente a cambio. Es un convencimiento que ha conseguido trasladar a su electorado y que hace que todas las relaciones internacionales estén ahora mismo en revisión.

En lo que nos toca a los españoles, sabemos que la Unión Europea es la siguiente en la fila de aranceles, después de México, Canadá y China. Obviamente, esto es porque Trump quiere algo de nosotros y ese algo, más allá de una ventaja económica, que también, tiene que ver con la resolución propia de nuestros conflictos o el aumento significativo de nuestra inversión en gasto militar hasta llegar al 5% del PIB, algo que ahora mismo no cumple ni siquiera Estados Unidos y que, en Europa, solo parecen estar en disposición de cumplir Polonia y los estados bálticos.

El mismo método empleará tarde o temprano con Panamá si considera que no está dando al Canal el uso que a él le parece oportuno. Lo normal es que no entre en un conflicto diplomático ni armado con este país ni con Dinamarca a costa de Groenlandia, pero Trump avisa y avisa con fuerza para al menos lograr algo a cambio, aunque no sea exactamente lo que pide. Esta estrategia, conocida como “el gran garrote”, según una expresión de Theodore Roosevelt de principios del siglo XX, es una pulsión recurrente dentro del movimiento aislacionista estadounidense, aunque llevaba décadas sin utilizarse contra amigos y aliados.

De hecho, hay que recordar que esta agresividad con la que actuó Estados Unidos durante las primeras décadas de siglo no acabó precisamente bien: Woodrow Wilson y Franklin Delano Roosevelt acabaron teniendo que afrontar gastos inmensos y pérdidas millonarias de vidas en las dos guerras mundiales que asolaron Europa, el norte de África y el sudeste asiático. Sin llegar a tales extremos, la táctica de Trump le puede salir mal si sus aliados no ceden a las presiones. El beneficiario solo parece ser uno: China.

La alternativa china y su dominio comercial

Pese a que Trump haya suspendido las sanciones a Canadá durante los próximos 30 días, la realidad es que aún no saben muy bien qué espera Trump de ellos. El presidente insiste, en algo que parece ir más allá de la broma puntual, en que se incorpore a la Unión como el 51º estado. En su red social, Truth, Trump publicó este domingo un durísimo mensaje en el que, con letras capitales, insistía en que Estados Unidos estaba financiando a su vecino del norte y que la existencia de Canadá no era viable sin ese “expolio”. A eso hay que unirle la enorme crisis política en la que viven los canadienses, con la dimisión en diferido de Justin Trudeau, que sigue como primer ministro pese a que ya ha mostrado su disposición a marcharse en cuanto el Partido Liberal encuentre un sustituto.

Esta incertidumbre puede hacer que el país busque nuevos aliados comerciales y ahí, como en todos lados, entra China. Trump y sus asesores creen que, en una crisis económica mundial de precios, los chinos serían los que peor parados saldrían, pero eso no está tan claro. Si Canadá y la Unión Europea aumentan su volumen de importación y exportación con la dictadura de Xi Jinping y se dejan de remilgos morales y geopolíticos, como de hecho está haciendo Estados Unidos, es difícil ver que eso no vaya a beneficiar a Pekín.

A su vez, la tentación para Xi es demasiado grande y eso puede mover otras piezas en el tablero geopolítico. China lleva décadas invirtiendo en Europa, sobre todo en infraestructuras. Más allá del enorme negocio que supone la Nueva Ruta de la Seda, el país asiático controla gran parte del accionariado de los principales puertos marítimos. Hasta ahora, la Unión Europea se había mostrado reacia a ampliar las relaciones económicas por miedo a disgustar a su socio americano y por la posición de China respecto a la guerra de Ucrania. Eso, ahora, puede cambiar.

Si Xi decidiera suavizar su postura y separarse un poco de Rusia, puede que la Unión Europea decidiera obviar su persecución constante de los derechos humanos y se lanzara a un comercio aún más activo. Probablemente, eso dejaría a Trump y a Putin fuera de juego, lo que no dejaría de ser curioso teniendo en cuenta que han sido ellos dos precisamente los que decidieron mover el avispero del autoritarismo para sacar tajada política contra el liberalismo tradicional. Solo el tiempo dirá hasta qué punto los dos salvadores de sus respectivas patrias acaban o no sumiéndolas en una grave crisis.